La Jornada lunes 7 de septiembre de 1998

Astillero Ť Julio Hernández López

La descomposición política y moral de la clase en el poder se ha convertido en un grave problema para la viabilidad de la nación.

Aislada por decisión propia, incapaz de generar iniciativas, encerrada en la revisión de sus falsas cuentas y estadísticas, creciente y enfermizamente adversa a entender la política real, entrampada en el zarzal de la corrupción, esa clase en el poder no puede ya, hoy, garantizar un futuro pacífico, positivo y aceptable para los mexicanos.

Por el contrario, sus graves debilidades se han convertido en un peligro cierto, cuyas principales manifestaciones están siendo el fracaso económico (y la persistente incertidumbre en este ramo), la inseguridad pública, la volátil irritación social, la insurrección política de franjas duras del priísmo y la polarización de los partidos opositores.

Y ¿dónde está el piloto?

Ironías de la vida política, ni se ven ni se oyen las propuestas con las que el sucesor de Carlos Salinas de Gortari podría sacar al país de la terriblemente dañina atonía en la que se le mantiene desde Los Pinos.

La ocasión cumbre en la que los mexicanos deseaban ver y oír a su Presidente fue en el pasado cuarto Informe de Gobierno, cuando esperaban cuando menos correcciones, iniciativas, propuestas, convocatorias, oxigenaciones y creación de espacios para la esperanza.

Por el contrario, la lectura del texto informativo en San Lázaro confirmó que el sexenio zedillista había llegado políticamente a su fin, y que el titular del Poder Ejecutivo Federal lo que más desea es la llegada del fin de la pesadilla. (¡Ah!, mientras llega ese momento de entregar el timón al relevo, lo mejor sería navegar entre sueños, sobrellevando los vientos y las tormentas con la fórmula de no enfrentarlos, dejando las faenas y las decisiones a quien mejor se avenga del resto de la tripulación, y cerrando el camarote principal a toda queja o protesta exterior. ¡Ah, qué lindo sería!)

PAN y PRD, la defensa del futuro

Viendo el pantano político y social que cada vez se ensancha más, los dos principales partidos de oposición han presentado sendas propuestas para buscar gobernabilidad de aquí al 2000. Es altamente significativa la coincidencia de panistas y perredistas en describir la difícil situación actual del país, y la necesidad de impulsar medidas consensadas que ayuden a resolverla.

No es frecuente que ambas formaciones políticas encuentran puntos de confluencia en temas y momentos. Suele darse un forcejeo público entre las dos instituciones cuando de fijar posturas se trata, teniendo en el fondo un natural interés en su posicionamiento propio de cara a los electores.

Sin embargo, ahora han manifestado sus temores y preocupaciones los dos partidos esenciales de la transición democrática mexicana. Felipe Calderón Hinojosa propuso un acuerdo político nacional que instale las bases mínimas necesarias para dar estabilidad y certidumbre al país rumbo a la sucesión presidencial, mientras que Andrés Manuel López Obrador propuso a su partido elaborar una agenda nacional de emergencia que, incluyendo los temas críticos principales del país, asegure la gobernabilidad en el año 2000.

Y ahora ¿quiénes son los malosos?

El futuro de la nación está amenazado por el revanchismo salinista, la incapacidad del equipo zedillista, la emergencia retadora de las fuerzas priístas dinosáuricas, la inmadurez de los principales partidos opositores y la apatía generalizada de los ciudadanos.

Una lista de pendientillos

La combinación de esos factores hace que persistan o estén listos para manifestarse varios de los siguientes fenómenos:

Me pareció ver un lindo gatito...

La crisis económica inmanejable no sólo por razones externas sino, además, por la torpeza de los especialistas en el gobierno y por las presiones y chantajes del gran capital salinista.

El salinismo no está al acecho, sino actuante, tratando de influir en la próxima sucesión presidencial, buscando al candidato más propicio para sus intereses y paladeando de antemano los placeres de la venganza para con quien actuó contra el dublinense y su familia. Hay diversos medios a su servicio, algunos de ellos manejados conforme a los intereses más evidentes y viscerales de ese salinismo; hay una enorme masa de dinero acumulado durante privatizaciones y corruptelas que sigue obedeciendo al ex presidente, y también lo atiende una corriente importante dentro del gobierno federal, los gobiernos estatales y el aparato priísta.

Un equipo sin jugadores

El equipo presidencial, mientras tanto, se consume en el deleite de las encuestas, las estadísticas y los estudios de opinión. No tiene ni tamaños ni capacidad. Varios de sus principales personajes obedecen a otros intereses grupales y desde ahora están cuidando su futuro personal, sin arriesgarse en el servicio leal a su actual jefe normal.

Convertidos en presidenciables, sólo hay dos comprometidos con el zedillismo, uno menos que otro: Francisco Labastida Ochoa, zedillista de ocasión pero sabedor de que su única posibilidad real de ser candidato proviene del empuje que mostrase don Ernesto en su caso, y Esteban Moctezuma Barragán, genuinamente zedillista, acaso el único que quede como tal para el futuro. Pero, de los demás, nadie, ni secretarios ni subsecretarios. El zedillismo ha sido un accidente político que desde ahora ya no tiene practicantes ni seguidores.

Los pri-patos tirándole a la escopeta

Nunca había habido un presidente de la República al que grupos priístas desobedecieran y retaran. Por la buena o por la mala, mediatizando o reprimiendo, corrompiendo o aplastando, pero el presidencialismo mantenía un orden priísta (injusto, inmoral, si se quiere, pero al fin un orden funcional), que daba sentido y sostenía al aparato político nacional.

Al perder el control de ese aparato, el zedillismo se precipitó hacia un caos interno del que ahora, en los momentos coyunturales adecuados, comienzan a aparecer los caudillos y redentores. De Manuel Bartlett y de Roberto Madrazo poco nuevo se puede decir: sus historias los definen suficientemente. Pero vemos otros casos de rebeliones: la de Manuel Cavazos Lerma para imponer a su candidato Tomás Yarrington y destazar a los favoritos presidenciales como Marco Antonio Bernal y su aliado Diódoro Guerra; la de Mario Villanueva Madrid impidiendo que la hermana de Pedro Joaquín Coldwell sea ungida desde el centro y maniobrando con su delfín Jorge Polanco Zapata para golpear; la batalla sin réferi de Guerrero, donde el gobernador sustituto Angel Aguirre Rivero pelea con el mandatario con licencia, Rubén Figueroa Alcocer, para ver quién deja a su gallo... Jesús Murillo Karam impulsando a Manuel Angel Núñez en Hidalgo. Guillermo Mercado Romero a Antonio Manríquez en Baja California Sur... En fin, las fuerzas priístas desatadas, peligrosamente desatadas, con el 2000 encima...

Mientras tanto...

Y, frente a todo ello, los partidos metidos en sus pugnas internas, con la vista puesta en los réditos electorales, dominados por caudillismos y oportunismo, sin dar el gran salto que les convierta en una opción real, confiable, madura, de cambio.

Y los ciudadanos, en lo general, sumidos en una modorra peligrosa: la apatía garantiza la sobrevivencia de lo peor del sistema, acaso un nuevo (¿y violento?) triunfo priísta fundado en la compra de votos, el uso del dinero público y el fraude electoral. Pero, también, está la otra posibilidad, la del despertar bronco, al que acaso la democracia formal no ofrezca salida y que, por el contrario, pudiese servir de pretexto para quienes desean firmeza, orden, marcialidad en este país.

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