Bazar de asombros

Acoyos, rejalgares y tantarrias

Así se titula el número 7 de la colección Elxita, coordinada por la Unidad Regional de Culturas Populares. Tan útil y sabroso texto, elaborado por el buen amigo Agustín Escobar Ledesma, se mueve por los terrenos de la Sierra y el ``semidesierto'' de Querétaro (una mañana frente a la iglesia de ``Concá'' y sus figuras de la utopía franciscana, neblinosa y húmeda, nos completa la idea de ``Sierra''. Un mediodía veraniego en Vizarrón nos hace darnos de bruces en el semidesierto) para entregarnos un recetario novedoso, un interesante cuadro de costumbres y algunos datos sobre el ser y la identidad de nuestros hermanos ñhañhu-parlantes, tan ninguneados o folclorizados por las arrogancias y pillerías de los ``ladinos'' del centro del país.

El recetario es producto del sincretismo cultural, pero su digna e imaginativa pobreza demuestra la fuerte presencia de los ñhañhu con sus austeridades y su agudo sentido de la decoración y de la fiesta. Hace muchos años, mi amigo don Francisco Perusquía, agricultor, fruticultor y conocedor de la lengua ñhañhu, cantor emérito de la Iglesia parroquial de Amealco y amigo y consejero de las comunidades de Santiago y San Ildefonso, me habló de una receta prodigiosa. En ella, la cocción lenta y prolongada de quelites, acoyos, rejalgares, verdolagas, rabos de cebolla y chiles, combinados con acociles, tortugas, ranas, pescaditos y otros animalillos de lago y ciénaga, producía una especie de pasta untuosa (casi una terrina o un delicado paté) digna de la mesa más largomantelada. El acompañamiento era de tortillas calientes y de caldosos frijoles de la olla (el más adecuado es el canario).

Escobar nos recuerda que en muchas recetas otomíes están presentes los usos culinarios del grupo étnico derrotado: los irreductibles chichimecas. El sincretismo produjo platillos como el ``mezquitamal'' de algunas zonas de Tolimán y que es un delicioso pinole de mezquite que exige un largo y laborioso proceso y culmina encerrado en dos pencas de nopal limpias y perfumadas. En tres meses de estricta clausura, el pinole se convierte en una sápida ``palanqueta'' sustanciosa y crujiente. No hay cosa que se deseche en este proceso, pues las semillas de las vainas del mezquite se convierten en un atole finísimo con el agregado de la masa de maíz; la madera de mezquite es, a la vez, dura y moldeable y en el árbol pulula un insecto llamado tantarria que, asado en el comal y envuelto en taco, recuerda a la semilla de calabaza y al camarón tostado.

Agustín Escobar anduvo por los cerros de Pinal de Amoles, y mucho aprendió sobre los acoyos y los rejalgares que crecen en las cercanías de la majestuosa misión de Bucareli arruinada y asombrosamente viva. Los rejalgares tienen una buena carga de suspense, pues son hojas grandes y elegantes que crecen en torno a misteriosas flores blancas. Las nervaduras de las hojas son venenosas. Hay que saber quitarlas, y escoger sólo las hojas muy tiernas. Los acoyos crecen a la orilla de los ríos y su sabor es picante.

Gracias a Escobar recordé una comida en Pinal de Amoles. La componía un plato de efesas y chibeles (flores de sábila), un cabrito enchilado y horneado, plátano horneado en pencas de maguey y calabaza cocinada en hojas de palma.

Hay en este libro panes de pulque, el dulce conocido como charape, una sofisticada torta que combina garbanzo con maíz, chile cascabelillo, azafrán y cominos; atole de aguamiel; pulque de tuna; atole de pirul; nopales de todos tipos; meloso quiote; escamoles; flor de yuca; chilacayotes; mieles y alfeñiques.

Libro memorioso y utilísimo. Por razones higiénicas y alimenticias, y por las derivadas de la crisis económica, deberíamos privilegiar el mezquitamal sobre los ``gansitos'' de plástico, pero todas estas cosas para los urbanitas son más lejanas que la comida tibetana.


el cañón regresa de bachimba

Nos informan que una de las grandes empresas editoriales piensa publicar la obra completa de Rafael F. Muñoz, el gran narrador de la guerra revolucionaria en el norte. Sus novelas figuran al lado de las mayores obras de esa ficción bien plantada en la realidad del largo proceso revolucionario: el genial Ulises Criollo de Vasconcelos y todos los textos de uno de los mejores prosistas de la lengua castellana, Martín Luis Guzmán. Se llevaron el cañón para Bachimba, Vámonos con Pancho Villa, las colecciones de cuentos y la biografía de ``su alteza serenísima'' (la primera, pues nuestra historia reciente ha dado muchas ``altezas'', mientras el país pierde día a día la serenidad), son las principales obras de Muñoz. Este bazarista lo conoció cuando ya se acercaba a la declinación. Era un hombre cansado, pero lleno de buen humor, desempeñaba un cargo burocrático de importancia en Educación y ya no escribía. Estaba lleno de anécdotas que contaba con donaire y llevaba en los ojos el rescoldo de aquel fuego que recorrió al norte del país.

HGV

CONFIGURACIONES


Hugo Hiriart

Estética de la flor (1) de lo artificial

No sólo apreciamos estéticamente los poemas, grabados o pasos de baile, sino también cosas no hechas por el hombre, como paisajes, personas y flores. ¿Por qué es hermosa una flor? Esa extraña pregunta es la que vamos a responder.

La captación de la hermosura, sea natural o artística, es tarea de la imaginación. ¿Y qué hace la imaginación? ¿Vamos a decir que se recrea en la forma y los colores de la flor? No, no vamos a decir eso porque así no estaríamos contestando la pregunta. Esa respuesta precipitada y formalista equivale a declarar ``esa flor es hermosa porque es hermosa'', y no avanzamos nada.

Mira la flor. ¿Qué hace la imaginación para captar su hermosura? La imaginación opera explayando y sintetizando regularidades implícitas en la comprensión de eso a lo que atiende. La primera pregunta debe ser, por lo tanto, ¿cuáles son las regularidades que se constelan en la flor?

Son muchas. La flor no es sólo singular a la vista, sino al tacto, al olfato, y a veces al gusto. El higo, por ejemplo, es flor y no fruto. Entre las regularidades de la flor está cierto peso, no mucho; la flor es leve, liviana, y blanda, delicada; esto entre otras cosas la distingue de lo mineral, donde el peso es, no sólo mayor, sino significativo. No se venden flores por su peso, como los metales.

Pero esta particular liviandad, ¿participa en la apreciación estética de la flor? Desde luego que sí. Imaginemos que en Japón logra cultivarse, tras mucho esfuerzo, un lirio caracterizado justamente por ser casi ingrávido, es decir, que lo alzas en tu mano y pesa casi nada, poquísimo, menos que un lápiz, y es llamado por eso ``lirio papel de arroz''. Esa flor delicada, ¿no sería por esta peculiaridad más valiosa, buscada y cara? Claro que sí.

La más notable regularidad implícita de la flor es que está viva. Desde este punto de vista la criatura se distingue, como todo lo vegetal, por no estar centralizada. En la planta no hay cabeza ni organización central. En cada pedazo de la planta está toda la planta. Cortas un pedazo, lo siembras y crece la planta entera. Y puedes hacer con ella algo que sería criminal hacer con un animal: la puedes podar.

El mundo vegetal es emblemático. Primero por su extrema mansedumbre. La planta es autófaga, y en esa medida, lo opuesto polar de las criaturas heterófagas y predadoras. La flor es indefensa, pasiva y se entrega a su destino, como Desdémona, sin resistencia.

Además, como todo lo vegetal, nos pone al alcance, abreviado y perceptible, los cilos de lo vivo: crecimiento, lozanía, decrepitud y muerte. Esta idea inquietante se hace visible y manejable en la flor. Así la flor es emblemática del carácter frágil y efímero de la existencia, que viviendo engaña y muriendo enseña y es en su radiante lozanía polvo, sueño, nada.

La regularidad central y más importante a la estética de la flor es una muy obvia, tan obvia que es casi invisible. Estas regularidades muy obvias suelen ser las más reveladoras. Se trata de su diversidad, de que simplemente hay muchas flores diferentes. Es decir, si decimos flor, decimos en realidad un tipo de diseño (regido por las regularidades periféricas), no una forma peculiar, sino un tipo de arquitectura, un estilo de construcción artística con ciertos peculiares materiales. Hay una inventiva que podemos llamar floral. Esta inventiva es la que nos regocija estéticamente.

Si hubiera un solo diseño, no habría estética de la flor. Porque esta estética nace de la variedad de posibilidades. La rosa, por ejemplo, tiene el prestigio que tiene porque es contenida, clásica, esencial. Pero no podríamos captar estos atributos si no existiera, por ejemplo, el desborde abigarrado y romántico de la orquídea. Cada ejemplar de rosa es monocromo y simétrico, sin irregularidades, y lo que digo es que es condición para apreciar esta severa hermosura, la posibilidad de otros diseños, no contenidos ni monocromos ni simétricos. Antes de captar la belleza de la rosa hay que saber jugar el juego de la diversidad de diseños florales. Por eso digo que lo que se aprecia en la belleza de la rosa está en función del juego entero de diseñar contenido en las regularidades implícitas en la noción de flor. Y lo que se dice de la rosa, se dice de todas las otras flores.

En el juego de diseños entran obviamente las otras regularidades de la flor, menos centrales, más periféricas a la apreciación estética, como su mansedumbre, delicadeza y carácter efímero. La flor es construcción, es arquitectura, pero viviente. Imagina una torre en miniatura que está viva, eso es la flor.

Continuará


Naief Yehya

La vida privada del ser digital

Los oídos que escuchan todo

La paranoia y la cultura cibernética están estrechamente vinculadas y no sin razón. Incursionar en el espacio virtual es entrar en un medio que fue creado durante la guerra fría como un recurso de comunicación entre mandos militares y entre los científicos que estaban participando en la carrera armamentista. A pesar del rostro amable que ofrece el ciberespacio hoy en día y de su inquietante comercialización, en el fondo Internet sigue siendo considerada por algunos organismos policiacos y de inteligencia como su juguete personal. La mejor evidencia de esto es el sistema echelon desplegado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) estadunidense (la cual es mucho más grande, poderosa y secreta que la misma CIA) con el objetivo de espiar y analizar cualquier tipo de comunicación civil vía satélite y microondas (email, llamadas telefónicas y faxes) en cualquier lugar del mundo. Jason Vest apunta en su artículo ``Listening In'' (Village Voice, 18/8/98) que desde 1948 se formó una alianza entre Estados Unidos, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda y Canadá para repartirse geográficamente la responsabilidad de vigilar las transmisiones potencialmente peligrosas. En la actualidad esta tarea se efectúa de manera semejante al funcionamiento de los ``motores de búsqueda de la red''. De acuerdo con Vest, los cinco puestos de escucha interceptan las comunicaciones en tiempo real, buscan palabras clave (con un programa denominado Diccionario) en muestras gigantescas de comunicaciones. Supuestamente quienes están a cargo de escuchar son aprendices de espía, que, en caso de dar con algo sospechoso, interceptan la comunicación completa y la retransmiten a las terminales de análisis, donde se determina el procedimiento a seguir.

Los pretextos para esta intromisión van desde la guerra contra las drogas hasta la cruzada antiterrorista, pero en realidad esta tecnología tiene mucho más que ver con controlar a críticos y disidentes internos que con vigilar la seguridad nacional. Los blancos de este sistema eran principalmente las organizaciones de derechos humanos, Amnistía, Greenpeace y otras; ahora echelon es una amenaza tanto a la soberanía de las naciones como a los derechos individuales de millones de personas que dependen de estos canales de comunicación.

Tu identidad es su negocio

El 16 de agosto pasado apareció en la primera plana del New York Times, con su habitual estilo alarmista, que algunas grandes páginas comerciales del web habían acordado pasar la información de sus visitantes (hábitos de lectura, entretenimiento y consumo) a un sistema desarrollado por la empresa CMG Information Services, la cual ya se dedica a seguirles la pista a los más de 30 millones de usuarios de Internet (la mayoría de las veces sin que éstos lo sepan). La red aún no se ha convertido en la mina de oro que esperan los ciberentusiastas y nadie tiene claro cómo hacer que cumpla con su promesa. Lo que es seguro es que el mayor botín de la red por ahora son los consumidores mismos y el producto más valioso es la información precisa acerca de sus gustos. Algunos servicios se dedican actualmente a recolectar registros precisos de quién, cómo y para qué se usan determinadas páginas. El propietario de una página puede obtener información elemental de sus visitantes: el código telefónico, software y hardware que usa y en algunos casos el nombre de su empresa. Algunas organizaciones hacen concursos u ofrecen correo electrónico gratuito para obtener información de sus visitantes. CMG es mucho más ambiciosa en su esfuerzo por crear una base de datos centralizada que contenga los archivos electrónicos de todos los cibernautas. El sistema se denomina Engage (www.engage.com) y promete dirigir anuncios personalizados a la gente precisa (selecciona el tipo de productos y servicios que pueden interesarle en función de sus antecedentes). Según sus creadores, Engage protege la privacía de los usuarios, ya que no registra su nombre, número de tarjeta de crédito, dirección física o electrónica: ``Creemos que podemos saber más acerca de una persona por su comportamiento que por su nombre y dirección'', comentó al Times el director de la empresa, David Wetherell. No obstante, es cuestión de tiempo para que alguien más elabore una base de nombres que se relacionen con la base de datos de Engage. Basta imaginar lo aterrador que sería un archivo en el que estuviera registrada toda página que visitamos en la red, cada cosa que compramos, cada software que dowlondeamos, cada correo que enviamos o recibimos y todo foro en el que participamos. Este archivo eventualmente cobraría vida propia, tornándose para los agentes de marketing en nuestro yo virtual o nuestro ser digital (Nicholas Negroponte dixit), el cual a sus ojos sería más real que nuestro yo de carne y hueso. En teoría cualquiera puede pedir que su cibersurfeo no sea registrado por Engage, pero no hay que ser muy paranoico para pensar que al hacerlo se llamará aún más la atención de quienes se dedican al negocio de la vigilancia.

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Naief Yehya

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Las artes sin musa

Ernesto Priani Saisó

Honestidad del radioescucha

Cosas que uno tiene que vivir en este fin de milenio: una estación que pide a los radioescuchas que no se dejen comprar por una pluma, una calcomanía o un simple manopaquete. En otras palabras, una estación que pide a su audiencia que no se deje corromper.

Extraño, ¿no? En general, las cosas tienen que ser al revés; son las instituciones las que están sujetas a escrutinio por parte de la población. Pero, en este caso, Radioactivo, en el 98.5 del F.M., tomó la iniciativa de dirigirse al auditorio para solicitarle, de manera insólita, que no se deje comprar por cualquier cosa y exprese libremente sus preferencias ante los encuestadores del raiting.

La historia es larga. Desde tiempo atrás existía cierta suspicacia dentro del medio radial sobre la calidad del trabajo estadístico del INRA, una de las dos empresas que ofrece el servicio de raiting en el Distrito Federal. En julio de este año se dieron a conocer los resultados de una auditoría encargada por la Asociación de Radiodifusoras del Valle de México al despacho de Mancera, Ernst & Young, según la cual existían desviaciones en la metodología utilizada en el Mediómetro Radio de INRA, la más sorprendente de las cuales fue la detección de la promoción de las estaciones del Grupo Radio Centro, concretamente de Alfa y La Zeta, por parte del mismo encuestador en dos de 149 casos analizados.

Aunque la cifra no es espectacular y después del escándalo INRA informó el despido del trabajador al que se le atribuyó la distribución de promocionales al tiempo que levantaba la encuesta, el asunto no parece haber parado ahí, porque, en realidad, los resultados de la auditoria pusieron en cuestión una práctica de los grupos más poderosos de la radio.

En efecto, es una tradición en el medio radial mexicano que ciertos grupos de empresas radiofónicas, particularmente las que forman parte de los grupos más poderosos, distribuyan obsequios, ya sea como parte de concursos, simples promocionales entregados en las estaciones del metro o, como sospechan algunos, en los lugares dondeÊha de realizarse la encuesta semanal del raiting. Se trata de una forma legítima de promoverse, que además gusta al público. Basta con escuchar un programa como La mano peluda, en que el auditorio cuenta historias de terror a cambio de un llaverito, una mano peludita para espantar al monstruo y un disco compacto, como lo anuncia el locutor. Y lo mismo puede decirse de las camionetas que reparten regalos en las colonias y que uno puede ganarse si escucha la ubicación de la camioneta y conoce la clave. Es decir, se trata de simples promociones.

La auditoría del rating mostró, más allá del hecho mismo de que existiera corrupción en una empresa, que las promociones que hacen estas estaciones de radio influyen de forma no radiofónica en el gusto del auditorio y esto golpea, muy claramente, a las estaciones y grupos menos poderosos o, al menos, que no se pueden dar el lujo de estar regalando cosas al por mayor. De manera más exacta, golpea a las estaciones que prefieren hacer radio, que regalos en especie.

Poco antes de que saliera Martín Hernández de WFM -y que la estación cayera en desgracia-, éste tomó la decisión de promoverla señalando que ahí no se hacían obsequios, ni siquiera de boletos para conciertos, sino que el valor de la estación era la calidad de su música. Ahora, Radioactivo va más a fondo, advirtiendo al auditorio que, al preferir un obsequio a la calidad de los programas radiales, él es el que pierde. Tendrá su llaverito, pero, a lo mejor, la estación que realmente le gustaba escuchar, probablemente desaparezca.

No sé qué resultados pueda tener la campaña emprendida por Radioactivo, ni qué imagen dejará de la estación. Sin embargo, cuando falta año y medio para el fin del milenio, me parece válido que alguien defienda la calidad de la radio y genere conciencia, entre los radioescuchas, de la importancia que tiene su opinión y sus gustos, tanto para mantener un tipo de radio, como para que ésta tenga éxito comercial.

En el fondo, el promo de Radioactivo nos obliga a preguntarnos dónde radica en realidad la corrupción... y es difícil, pero a lo mejor toda ella está fundada en quién acepta un llaverito a cambio de sus gustos radiofónicos.

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DE LA POESIA

Víctor Manuel Mendiola

José Emilio Pacheco

En una pulcra edición de tiraje limitado circuló el año pasado Bajo la luz del haikú (Breve Fondo Editorial, México, 1997, 186 págs.) con piezas, entre otros autores, de Matsuo Basho (1644-1694), Taniguchi Buson (1716-1783) e Issa Kobayashi (1762-1826). Todos los textos en traducción indirecta de José Emilio Pacheco.

Este álbum personal, que no pasó como un hecho editorial notable quizá porque el tiraje de 700 ejemplares se distribuyó en un circuito cerrado de suscriptores, crea, junto con Sendas de Oku, de Octavio Paz y Eikichi Hayashita, y Breve historia y antología del haikú en la lírica mexicana, de Ty Hadman (edición preparada por Guillermo Rousset Banda), así como con Breve destello intenso (El haikú clásico del Japón), selección y traducción directa de José Vicente Anaya, un pequeño cuerpo de referencia insoslayable para entender lo que representa esta forma en el desarrollo de la poesía en general y de la poesía mexicana en particular. Sendas de Oku, Breve destello intenso y Bajo la luz del haikú miran por decirlo así hacia afuera, hacen que escuchemos en nuestro idioma, gracias a un cuidadoso trabajo, la pureza de esta miniatura. En contraste, Breve historia y antología del haikú en la lírica mexicana observa lo que ocurre adentro de nuestra poesía con la castellanización y la ``nacionalización'' del haikú. José Juan Tablada, como todos sabemos, fue el primero en aclimatar esta forma en nuestro idioma, incluso adelantándose a poetas de otras lenguas. Después de él, compusieron haikús en México: Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Francisco Monterde, Octavio Paz, Eduardo Lizalde, Arturo González Cosío, Luis Roberto Cosío, Luis Roberto Vera, Alberto Blanco y Francisco Hernández, entre otros.

Aunque las versiones no vienen en forma directa del japonés y, precisamente, a partir del hecho de que la lectura y cualquier otra clase de escritura siempre conllevan un acto de invención, Bajo la luz del haikú nos muestra tanto el principio de tiempo mínimo indispensable que debe regir la expresión en el lenguaje lírico como el espíritu distintivo de lo que conocemos como la forma clásica de la poesía japonesa. A propósito de esto, José Emilio Pacheco dice: ``Así como el bonsai es un árbol en miniatura con todas las características de sus hermanos mayores y simboliza en el interior de las casas la presencia del bosque, el haikú insiste obsesivamente en la unidad entre el ser humano y la naturaleza. Enfoca nuestra atención sobre ella, nos obliga a observarla y al hacerlo nos lleva a reflexionar sobre nosotros mismos.''

Este señalamiento de Pacheco parece una observación general sin mayor trascendencia, pero, si nos fijamos bien, nos da la clave del sentido específico de esta composición. Según esto, el haikú no sólo representa a la naturaleza en una estación determinada del año -lo que cierta opinión especializada considera requisito indispensable. El haikú, al mostrar el estado de las cosas, nos descubre nuestro propio estado de ánimo y nuestra manera de estar. Al permitir la aparición del mundo nos permite aparecer: ``En el campo/los huesos ya sin rostro./Hiere el viento mi cara'' (Basho). Así, nos deja presentir nuestro papel en la existencia o, como dice Pacheco, ``reflexionar sobre nosotros mismos''. Si consideramos con cuidado lo que encontramos en muchos haikús, descubrimos no sólo el gusto por la sensación de movimiento que da la observación -el primer indicio que nos ofrecen estos cuerpos sintéticos y que los cultivadores de esta forma conocían muy bien porque muchos de ellos solían recorrer grandes distancias a pie-, sino una percepción aguda del procedimiento de composición que establece el hombre con el universo y una suave ironía que tiene que ver con el origen satírico del haikú, en la doble acepción que puede tener el término satírico (burla y mezcla de diversos tonos) y que podemos relacionar con el epigrama de la tradición occidental, como Pacheco nos advierte. Cuando logramos capturar la pequeñez escurridiza del haikú, siempre nos azora hallar múltiples modulaciones de significado y de color en el tramo de tiempo de diecisiete sílabas -adaptadas en nuestra lengua a la combinación de dos pentasílabos y un heptasílabo-, dejándonos la impresión de que lo infinito se expresa de mejor modo en la escasez de una hoja o de un grano de arena que en la suma indeterminada de la abundancia. Lo pequeño y silencioso habla; a lo grande y ruidoso se le pega la lengua y enmudece: ``La tarde en calma./Hasta la nube/duerme en el agua'' (Buson). Tal vez la influencia del haikú en nuestra lengua no es comparable a la del soneto o la del alejandrino o por lo menos no es tan espectacular, pero no cabe duda de que le ha dado a nuestra poesía en versos de ``arte menor'' la posibilidad de una plenitud desconocida. José Emilio Pacheco con una doble limpidez, la del poeta y la del traductor, ha recreado o, mejor aún, ha creado una colección de vislumbres de otro espíritu, de otra lengua, de otro territorio y, por qué no, de otra forma de ser nosotros mismos. Lástima que sea tan difícil encontrar al alcance de la mano Bajo la luz del haikú.