Néstor de Buen
La prisa por hacer la reforma

Entre las muchas objeciones que se hacen a la posibilidad de la reforma de la Ley Federal del trabajo (LFT), una de las más socorridas hace referencia a que no hay que tener tanta prisa. Un hombre tan enterado de la materia, por gusto personal y por actividad política, como Rodolfo Echeverría Ruiz, hace poco más de un mes comentaba en El Universal, entre otras cosas, que las circunstancias actuales no son propicias para la reforma, en primer lugar porque el PRI no cuenta con la holgada mayoría absoluta de los tiempos de la LFT de 1970 (¡qué bueno que así es!) y porque en estos tiempos, entre otras razones, ya no existen hombres de la experiencia política y jurídica de Mario de la Cueva y de Salomón González Blanco. Pero, además, porque las cámaras federales no estaban tan ocupadas como ahora y porque su grupo, la Corriente Renovadora del PRI, considera que hacer esa reforma resulta inquietante. Dos argumentos, los últimos, no muy convincentes.

En otros rumbos se dice que no hay que cambiar la ley porque se perderían derechos de los trabajadores y manejan el eufemismo de las ``adecuaciones'' entre las que no se encuentra, por supuesto, la cancelación del corporativismo fascista que padecemos.

Daría la impresión que mis amigos los renovadores vuelven a la vieja frase del constituyente de 1857 de ``aún no es tiempo'', lo que retrasó las reformas sociales exigidas por El Nigromante y Ponciano Arriaga, por sesenta años. Y los señores del Congreso del Trabajo lo que hacen -y me parece lógico que lo hagan- es tratar de preservar ese precario poder que antes no era tan precario, cuando ofrecían votos y control de los trabajadores, ofertas que ya no están en condiciones de cumplir.

Es interesante la referencia que hace Rodolfo a la participación, en la preparación de la LFT de 1970, de Mario de la Cueva, Salomón González Blanco y Cristina Salmorán de Tamayo. Omite, por cierto, a Ramiro Lozano y a Alfonso López Aparicio. Ciertamente hicieron una labor muy importante aunque dejaron en el tintero la reforma procesal, que era indispensable, y no tocaron el corporativismo. El resultado: una ley de prestacioncitas con expansión de los trabajos especiales. Y nada más.

No hay que olvidar que todos, salvo Ramiro Lozano, fueron académicos e incluyéndolo a él también, secretarios de estudio y cuenta en la Corte. Don Salomón siguió una carrera política de éxitos (subsecretario y secretario de Trabajo), y Cristina Salmorán y López Aparicio llegaron al sitial de ministros, por cierto que excelentes. Ambos desempeñaron antes la presidencia de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje (JFCA).

El maestro De la Cueva, con un paso efímero y nada brillante por la presidencia de la JFCA, desempeñó con enorme categoría la cátedra en México y en el extranjero y fue y aún es, en mi concepto, no sólo en México sino en Iberoamérica, el verdadero maestro de la disciplina a través de una espléndida obra. Ocupó la dirección de la Facultad de Derecho de la UNAM y la rectoría y, tiempo después, la dirección de Humanidades.

Ninguno de ellos vivió como parte interesada la lucha en los tribunales, la discusión de los convenios colectivos, ni representó sindicatos ni trabajadores ni patrones. Nunca interrogaron en audiencia a una parte o a un testigo, ni acudieron a inspecciones, ni enfrentaron la angustia de las citas y de los términos. Don Salomón, de inteligencia y malicia naturales, manejó a su antojo a líderes y dirigentes empresariales, pero siempre en ejercicio de su innegable autoridad. Y su presencia, muy eficaz por cierto, en los conflictos colectivos, más que de conciliador fue de insinuante representación del poder político. Con todas sus consecuencias.

Hoy se pretende que las leyes las hagan los empresarios con los líderes sindicales, esos que viven -y viven muy bien- de la explotación de los trabajadores y de muchos patrones. Y la verdad es que los empresarios serán más o menos buenos -y bastante malos muchas veces- para crear empresas, con valor y eficacia, pero de legisladores no tienen nada. Y del otro ladoÉ para qué decir para qué son buenos los señores corporativos.

El trabajo agrícola, comercial, industrial y de servicio es tarea de trabajadores y empresarios. Pero hacer leyes es tarea de hombres de derecho. Con experiencia de la vida y con sensibilidad. No hay que olvidarlo.