La ofensiva neoliberal ha barrido con las mediaciones y semidestruido los aparatos ideológicos que posibilitaban la dominación, la imposición, aparentemente ``natural'', de la ideología y los valores de las clases dominantes. La fe en la omnipotencia y carácter neutral del Estado, la dependencia de los partidos y de sus ``correas de transmisión'' burocrático-sindicales, el poder ``científico'' de las instituciones de enseñanza y de la cultura oficial, el peso de la Iglesia: todo eso está corroído por el ácido neoliberal, se está disolviendo. Los nervios de la sociedad quedan así al desnudo y, por supuesto, crece el peligro de que la destrucción de los amortiguadores sociales y la anulación de las reglas haga aumentar aún más, ``arriba'', la desprejuiciada y cínica violación de todas las leyes en interés propio y, ``abajo'', la violencia desenfrenada, por odio y por rabia, por el instinto de la bestia que quiere paralizar a sus presas mediante el terror, violencia que puede parecer irracional pero que responde a esa racionalidad brutal.
El ``pensamiento único'' imperante da vigencia a los linchamientos, a la justicia con las propias manos por denegación de justicia oficial, a estallidos sociales incontrolados y sangrientos, al imperio de la violencia. No se puede destruir todas las conquistas sociales de un siglo y medio, condenar a la mayoría de la humanidad a la miseria material y moral, eliminar los instrumentos de mediación y ostentar la inmensa riqueza de unos pocos sin que, carente de diques, el aluvión social arrase todo lo que encuentre en su camino.
Pero la crisis de los aparatos mediadores --la Iglesia, que se debilita en su influencia cultural, las direcciones sindicales, los aparatos educativos, o sea, domesticadores del pensamiento, partidos tradicionales de la izquierda adoradora del Estado, y éste mismo-- abre también posibilidades. Millones de personas pueden actuar al margen del Estado de modo organizado, utilizando el canal temporario de un partido o de un sindicato, para expresarse en un referéndum o para hacer enormes movimientos huelguísticos, como en Corea del Sur, Francia, Argentina, sin por ello disciplinarse bajo la bandera del instrumento que han utilizado o que ha dado el impulso inicial a su acción, e incluso sin creer en él. Millones de personas comprenden que, contrariamente a lo que dijo siempre el liberalismo, no hay una separación entre la economía y la política, que la economía es política (como están aprendiendo en Rusia), que las opciones económicas son opciones de clase, que el modelo que se presenta como objetivo y ``natural'' es el de un grupo social determinado, los financieros, y puede y debe ser cambiado. Millones ven disolverse los viejos ``valores'' sin que todavía surjan otros nuevos pero tienden a tejer nuevas relaciones sociales, para defenderse del derrumbe de la civilización y defender a ésta. De modo que, junto a la violencia que crece a todos los niveles sociales, se desarrollan igualmente gérmenes de autorganización y de nuevas solidaridades. La enseñanza aparece cada vez, en su retroceso, como seleccionadora, elitista y como aparato, no de formación, sino de domesticamiento para una sociedad en la que sólo un puñado de privilegiados podrán acceder al saber que usarán como llave y como matraca. La familia es vista como una especie de cárcel doméstica, con su violencia difundida y enmascarada y la opresión de las mujeres y el uso del sexo como instrumento de poder se tornan evidentes; la idea de que la justicia consiste en encarcelar a todos los que se desvían de la regla se disuelve porque desaparecen las reglas que todos violan y porque la sociedad, en la construcción de la democracia, también debe dejar de lado las reglas antiguas para construir otras nuevas.
De este modo se abre camino la construcción del ciudadano, en la autorganización, la autogestión, el desprecio por lo instituido, la búsqueda de caminos nuevos y liberadores. Es decir, a la anarquía oscura de la violencia se agrega otra que ocupa los espacios que dejan los derrumbes de las instituciones y los valores. Esta es, indudablemente, una fase de transición que puede llevar al caos y a conflictos costosos sin solución o que, por el contrario, podría llevar a estructurar desde abajo nuevas instancias de organización, ``partidos-movimientos'' de nuevo tipo. Como dicen los italianos ``si son rosas, florecerán''.