Tras el cuarto Informe presidencial, ya no se sabe qué es peor: ¿la ausencia de información o la desinformación? En no pocos pasajes del ``mensaje'' del presidente Zedillo, la pregunta inevitable del público fue: ¿de qué país está hablando?
En el pasaje sobre la ``normalidad democrática'' parecía hablarse de Suiza. En el pasaje sobre la ``justicia social'', la clonación de México pareció hacerse con Suecia; y en el referente al ``federalismo renovado'', con el mismísimo EU. Las impresionantes cifras sobre la solidez de nuestra recuperación económica provocarían la envidia de Japón. Y en el tema de estas notas, la soberanía nacional, tal vez ni el líder de una superpotencia se atrevería a decir cosas tan enérgicas. Pero entre la energía postiza y la demagogia autodelatada hay un trecho muy corto (dime de qué presumes y te diré de qué careces).
Para empezar, las enérgicas palabras en defensa de nuestra soberanía no correspondieron con el brevísimo espacio dedicado a ello (sólo dos párrafos, en la síntesis oficial difundida en la prensa). De hecho, como si se tratara de minucias, el tema de la soberanía fue el más breve del Informe. Todavía peor, lo poco que se informó (sic) al respecto, se reduce a traslucir la visión más vieja y autoritaria de la soberanía nacional: una soberanía-concha, sólo útil para hacer concha y enconcharse ante reclamos extranjeros por tropelías del poder soberano dentro de su territorio.
Cita textual del Informe: ``Los mexicanos no necesitamos ni aceptamos la tutela extranjera para dirimir nuestras diferencias ni para solucionar nuestros problemas''. Y para que quede bien claro: ``La soberanía de México no se negocia ni se negociará jamás''. Así, el gobierno piensa que la soberanía lo faculta para ``solucionar conflictos'' internos como le venga en gana y sin que nadie del extranjero pueda entrometerse. Aquí no hay globalización que valga. Si por ejemplo decide solucionar (¿) el conflicto en Chiapas a base de masacres como las de Acteal y El Bosque (obviamente omitidas en el ``Informe''), muy su gusto y muy su derecho soberano. ¿No se habrá enterado el gobierno de un compromiso mundial llamado Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en primer lugar, obliga a todos los gobiernos de este mundo a respetar la vida de todas las personas, vivan donde vivan?
Si en el mundo moderno esa soberanía-concha ya resulta grotesca, qué decir cuando se combina con la soberanía-rollo (puras palabras y cero hechos). ¿En verdad los gobiernos neoliberales de México no aceptan tutelas extranjeras ni negocian la soberanía nacional? La lista de desmentidos es larga y no se limita a ``tutelas'', sino que incluye imposiciones o, si se prefiere, ``negociaciones'' tan torpes como disparejas. Esa lista por lo menos va desde el TLC (leonino y aun así incumplido por EU cuando le conviene) y el ``rescate'' financiero del gobierno mexicano tras su ``error'' de diciembre de 1994, a un costo muy alto precisamente en términos de soberanía, hasta la tutela (o tutoría) que en estos mismos días está brindando el FMI en Washington al secretarío Gurría, entre otros. Ello, con un nuevo agravante: esta vez, tal organismo no soltará ningún dinero a cambio de que nos dejemos ``tutelar'' (La Jornada, 4/IX/98).
Por supuesto, nada de eso se menciona en el cuarto Informe. Deambulamos, así, entre una soberanía desinformada y una soberanía deshilachada. Y por eso nos va como nos va. Salvo en la estrecha óptica oficial de la soberanía, la sangría de ésta tiene que ver, tarde o temprano, con nuestros principales problemas: de Chiapas al Fobaproa, de la descapitalización incluso cultural a la ausencia de una real democracia.
Tanto han sido tutelados nuestros gobiernos ``modernos'' y tanto han negociado la soberanía del país, que ya México no tiene un proyecto de largo plazo. La meta más trascendente que escuchamos en el cuarto Informe fue la de sólo evitar más crisis sexenales.
Duele, pero así es. Y más vale comenzar por reconocerlo, si queremos reconstruirnos como una nación simplemente con futuro. Aunque esto no sea tan espectacular como los logros que plagan al último Informe presidencial y que obligan a una última pregunta. ¿Por qué con tantos logros México sigue tan mal y tan lejos de lo que merece?