La Jornada jueves 3 de septiembre de 1998

Adolfo Sánchez Rebolledo
Monólogos

1) El informe presidencial es un monólogo bien construido para demostrar que la política es, necesariamente, un territorio aparte, sin puentes con la llamada opinión pública o, cuando menos, con cierta parte de ella. En el discurso del Presidente, Chiapas no existe; incluso el Fobaproa --que está en el corazón de la actualidad-- circula sin nombre a lo largo del texto como si fueran las siglas de un grupo antigubernamental. Al evitar los fondos pantanosos del debate nacional, el Presidente despliega su visión de la crisis y el rescate financiero, apunta logros y defiende a su gobierno, pero deja las cosas donde estaban. El desencuentro avanza.

2) Las intervenciones partidistas previas al informe indican el límite máximo de las expectativas negativas. Por primera vez las críticas al Presidente superan a las que suelen endilgarse al ``sistema''. El panista Gabriel Jiménez Remus alude a la ``arrogancia descompuesta'' del Presidente; fustiga su ``actitud jactanciosa'' mientras el país ``está desintegrándose'', la ``política suicida'' aplicada por el gobierno. La senadora Garavito, del PRD, no escatima la caracterización descalificadora: descubre en Zedillo impotencia, desfase, falta de convocatoria. Aún sin proponérselo estas duras palabras confirman cuánto ha cambiado el país, aunque todavía no sirvan para medir la (escasa) madurez democrática alcanzada. Se exige mucho, pero, en realidad, no se espera nada. Esa es la lógica de una transición sin acuerdos sustantivos.

3) La oposición concede nada o muy poco a las condiciones objetivas que el Presidente ubica como causa del nuevo remezón financiero. Y es que a pesar de la enormidad de la crisis financiera, y no obstante las reiteradas críticas al ``modelo'', la fractura es política. La realidad de la crítica tiene que ver con la política no con la economía. Pero las fuentes de dichas actitudes están ancladas en una visión pretérita, superada de la dialéctica mexicana entre política y economía. La paradoja es que al mismo tiempo que se exhibe la herencia del presidencialismo omnipotente se le pide al Presidente de la República una política de salvación nacional. El PAN insiste en mirar hacia atrás buscando en el régimen de partido único el ``error histórico del viejo régimen''. Ni populismo ni neoliberalismo, señala. Y redescubre el Estado. El PRD no sale del presente convencido que la denuncia le dará la victoria sin escapar, por así decirlo, del ``programa mínimo'' asentado en una suerte de capitalismo popular: No se consiguieron ``ni crecimiento ni estabilidad ni bienestar'', recapituló la senadora Garavito: ``el gobierno ha ideologizado la economía, la ha secuestrado para sus fines políticos''. Dado el fracaso, nadie se sorprenda si crecen la violencia social, y la delincuencia organizada, dijo.

4) Es obvio que la política económica de Estado está sepultada como proyecto. No hay espacios para pensar en la economía política. En una época de cambio, sin valores, el pesimismo no extraña, tampoco las diferencias. Preocupa, eso sí, que los partidos y el gobierno todavía carezcan de un código común para entender los grandes procesos de nuestro tiempo. Sorprende la absoluta falta de acuerdos sobre el origen de la situación que nos trajo hasta aquí, ¿no dijo el PAN que el gobierno de Salinas le quitaba banderas programáticas? ¿No fueron esas reformas las que impulsaron exitosamente los jerarcas empresariales en los ya lejanos ochentas? Los partidos destacan el lado ``negativo'' de la globalización, pero ésta es la hora en que ninguno sabe cuál es hilo que une la crisis internacional con la interna y qué hubiera hecho de otra manera para defender al país de sus nocivos efectos. Una cosa es segura: el Presidente usará todos los poderes que la ley le otorga para sacar adelante la política económica. Así lo ratificó en el Congreso.

5) ¿Cuál es en estas circunstancias el espacio para el diálogo, los compromisos, el socorrido consenso que solicitan como remate ineludible algunos oradores? El Congreso tiene la palabra. Y si todo marcha bien, en el 2000 hablarán las urnas y los votos.

Ojalá.