La Jornada 3 de septiembre de 1998

Rehúsan oficios del negocio de la muerte

Donde antes floreció la talla del mármol y del granito, de la escultura de vírgenes, santos y Cristos, de floreros de cantera y de biblias abiertas en los salmos favoritos del cliente, en los negocios donde cundía el orgullo de plasmar en piedra el espíritu cristiano, sopla ahora un viento negro.

Montada en la droga, la delincuencia juvenil impone el temor entre prácticamente todos los vecinos. Como animales acorralados, voltean a su propia existencia, y se descubren contra la pared por la muerte y el asalto. Por la ausencia casi total de dinero. En la colonia Argentina, dicen sus moradores, lo único que florece es el negocio del muerto.

Ahora, casuchas de madera a la sombra de cruces sobre los altos y gruesos muros que protegen a los muertos de los vivos albergan la eterna desesperanza de quienes no tienen nada que perder puesto que no han ganado nada. Hasta el oficio que los distinguió para cubrir las cenizas de los muertos se extingue como una vieja lápida, cuyas letras borra la lluvia y el viento. Destino inevitable como el olvido.

Antes recorrían sus calles autos lujosos en la búsqueda de los mejores marmoleros. De los mejores arreglistas de flores. De los panteoneros tradicionales. De los expertos en el oficio de la cremación. Ahora ni la policía quiere entrar en lugares como el callejón del Zapote, donde en un día, no hace mucho, fueron escondidos y desvalijados los pasajeros y choferes de siete microbuses.

``Somos los efectivos de la colonia''

Recargado sobre la reja de protección de la entrada de la primaria Doctor Miguel Silva, el taxista José Luis Yáñez Moreno espera el regreso de un pasajero que le pidió esperarlo un momento. ``Aquí está grueso'', comenta. ``Se me acaban de acercar dos monos, bien mariguanos, para pedirme una moneda. Los dos bien chavos, como de 16 años. Me exigieron una moneda porque, dijeron, `somos los efectivos de la colonia'. Yo les dije que no les daba nada, porque estoy trabajando y apenas traigo para mí. Se fueron y se metieron en una casa cercana, creo que por el resto de la banda. Así que yo ya me voy''.

Rodeada por más de 200 hectáreas de panteones y camposantos, desde el ambiente gótico del cementerio Alemán, hasta el barroco del panteón Español y el neoclásico del Francés, sin olvidar la sencilla humildad del Sanctórum, administrado por la delegación Miguel Hidalgo, y el más extenso, el de Dolores, esta colonia aportó tradicionalmente la mano de obra artesanal que levantó en esos cementerios mausoleos, criptas y lápidas para albergar los restos de los hombres de más lustre de esta ciudad.

Pero los jóvenes ya no quieren cavar fosas, exhumar huesos, cremar restos, recoger cenizas o competir por la escultura más bella, por la tumba más memorable. Poco a poco se ha perdido la tradición, la herencia, el reconocimiento. Y el destino se encamina al rincón en que se encuentran gran parte de los barrios y colonias de la ciudad: pobreza extrema, deserción escolar, drogas, bandas, pistolas, violencia... Y muerte.

En la primaria Doctor Miguel Silva dio clases por más de 35 años el maestro ahora jubilado Feliciano Miranda Soto, con 66 años de edad, para quien ``la delincuencia ahora sí está aquí al corriente. Ya no se puede. Los muchachos ahora son rebeldes y no tienen ningún tipo de respeto. Claro que son otras condiciones, pero en este barrio siempre han sido duras las cosas. La verdad es que les atrae más el camino fácil''.

En la entrada del callejón del Zapote, lamenta que las travesuras de chiquillos se hayan convertido en un destino inexorable de crímenes. ``Aquí llegaron el otro día a meter hasta siete microbuses, a plena luz del día, para desvalijar a los pasajeros, ultrajar a las muchachas, desmantelar las unidades. Siguen asaltando a cualquier hora''.

No sólo el trabajo del panteón ocupaba a los padres de familia. También la empacadora Herdez, la refinería 18 de Marzo, en Azcapotzalco, de Pemex. La embotelladora de la Cocacola. ``Las familias se mantenían unidas'', recuerda el maestro, jubilado, propietario ahora de la papelería El Palmar, frente a la escuela y cubierta prácticamente por una armadura de rejas y malla ciclónica, contra robos. ``Ahora cerca de 30 por ciento de las jóvenes son madres solteras. Hay alcoholismo. Muchos problemas''.

En la colonia Argentina no hay tangos ni milongas. Sólo la voz lastimera de quienes son devorados por una urbe que revienta oficios tradicionales, que empuja a muchos de sus obreros al paro y al alcohol, a la desintegración familiar --allí hay cerca de 30 por ciento de madres solteras--, a una violencia que se define por el impresionante número de perros de defensa y peleas en calles, callejones y detrás de las puertas de las casas.

Estamos peor que antes

Pedro Martínez Díez, de 65 años de edad, es un obrero pensionado que se dedica ahora al ambulantaje. Sobre una bicicleta coloca una sombrilla y una gran canasta con papas fritas y chicharrones de harina, y saluda a todos, ``porque tengo más de 50 años de conocerlos. A mí, sólo que sea por eso, no me han asaltado''.

``Mire, no es por nada, pero 50 por ciento de los habitantes de la colonia son ancianos que en su juventud se empleaban en la industria, en los panteones'', dice. ``Ahora está muy difícil. Ha venido a menos por la misma situación social. Estamos peor que antes''.

Para ellos, la única industria que se mantiene de pie, aunque suene a paradoja, es la del muerto, es decir, la de pompas fúnebres. ``Toda la calzada Legaria, desde Tacuba hasta acá, ofrece el negocio del muerto: lápidas, flores, mausoleos, ataúdes'', refiere Pedro Martínez Díez. ``Muchos aquí trabajaban de enterradores, exhumadores o de jardineros, de marmo- leros o santeros. Pero a los jóvenes ya no les interesa guardar a los muertos. Las funerarias emplean a puros muchachos de fuera''.

Por las calles de la colonia, una brigada de asistencia médica va de puerta en puerta para responder a la angustia de la gente. Las enfermeras tituladas Flor López, Elizabeth Herrera y Antonia Alvarado, oriundas del lugar, atienden a la gente y levantan encuestas de salud. ``El 50 por ciento de los entrevistados que se dejan auscultar tienen hipertensión arterial'', revela Flor López, y agrega que 30 por ciento presenta cuadro diabético. En el caso de los niños, la diarrea y la deshidratación son los síntomas más comunes.

Para la enfermera, que trabaja para el área de Desarrollo Social de la delegación Miguel Hidalgo, los problemas más comunes son el hacinamiento, la drogadicción, la deserción escolar entre los adolescentes y la dieta alimenticia que permiten los índices de pobreza y pobreza extrema a que se enfrenta más de 75 por ciento de los pobladores de la colonia.

Desequilibrios sociales

Los pobladores sin trabajo de la Argentina buscan acomodo en el comercio informal. Van a Tacuba, Tacubaya, Observatorio y Chapultepec. Pero en promedio, se trata de una delegación donde más de 53 por ciento de sus habitantes no gana ni dos salarios mínimos, prácticamente en el límite de la pobreza reconocido por las autoridades y organismos internacionales.

En su recorrido, la brigada de asistencia médica descubre que más de 70 por ciento de las familias más pobres carecen de las famosas tarjetas para adquisición de tortillas subsidiadas y de los vales para la compra de leche de la Conasupo. ``Hay un desequilibrio en la tarjeta de los tortibonos y en la leche, porque hemos entrado a casas que cuentan con todo, y allí sí hay tarjetas. Y los más pobres no tienen''. La dieta más común se compone, a decir de la brigada, ``de frijol, caldo y café''.

``Pero no se crea que todos los jóvenes andan por allí, sin empleo. Mis tres hijos trabajan en los panteones, en las criptas, como marmoleros'', dice Flor. ``Y no les va mal. Ellos guardan una tradición que, estoy de acuerdo, tiende a languidecer en mi barrio''.

Para las enfermeras, el hecho de que la mayor parte de la gente carezca de estudios más allá de primaria y, en casos excepcionales, de secundaria, les permite precisamente trabajar en los panteones, ``donde los requisitos son mínimos, pueden mantenerse en el oficio durante años''.

Don Pedro Hernández Martínez, de 76 años de edad, ha sido desde que tiene memoria un marmolero con trabajo sobre todo en el panteón de Dolores. Antes levantaba mausoleos, pero ahora sólo esculpe adornos y las llamadas cintarillas --las cubiertas de mosaico sobre las lápidas-- en el panteón delegacional Sanctórum, ``y lo tengo que hacer yo solo, porque ya nadie quiere trabajar en este negocio. Los muchachos ya se dedican a sus cosas''.

``El negocio anda mal. Y los pocos muchachos que le entran, la verdad que son muy mal hechos para sus cosas. Y yo soy muy exigente. Además faltan espacios para trabajar'', opina. ``La ciudad ha crecido mucho para los vivos. Para los muertos, no''.

En el panteón Español trabaja Rogelio Solís desde hace 13 años. Abre fosas, arregla jardines, realiza exhumaciones, repara mausoleos y criptas, pule lápidas. Pero se lamenta de que ``ya no es negocio. Ya la gente no quiere ser enterrada. Lo de ahora son las cremaciones''.

Con las callosas manos apoyadas en una pala, al lado de una cripta que presume mármoles de Carrara, atribuye ``el problema del negocio'' a dos factores principales: el hecho de que en todos los panteones las criptas son a perpetuidad, así que las exhumaciones son ``ora sí que en familia'', y a que la gente prefiere ser reducida a cenizas ``antes de ser enterrada en la fosa''.

Frente al crematorio de conocida casa de pompas fúnebres, Rogelio señala que, en promedio, se realizan entre tres y cuatro cremaciones diarias. ``A veces ocurren cinco, a veces dos o tres, pero generalmente la gente piensa más en la incineración que en el ataúd''.