Acosado por el fantasmagórico fenómeno de la sociedad incivil en sus formas extremas de crimen, racismo, anarquía e insurgencia, el presidente Zedillo rinde su cuarto Informe de gobierno. Nada tiene en su buchaca con qué hacerle frente o con qué mitigar al menos la arraigada sensación de desamparo colectivo. Gastó, en el transcurso de estos años, parte sustantiva de su original capital político. El programa de seguridad tardíamente presentado con el bombo de un acontecimiento fundacional (más de campaña) se desinfló hasta ocupar el preciso lugar que le corresponde: el de un conjunto de promesas y buenas intenciones que dependerán de ciertos burócratas, que no parecen contar con la experiencia suficiente, para ser llevado a feliz término.
El secretario Labastida se presenta armado con un alegado triunfo sobre la delincuencia en Sinaloa, hace ya muchos años de eso, y de un incremento en los recursos disponibles que, sin embargo, no son los requeridos por la magnitud y gravedad del problema. Y mientras eso sucede, la parte negativa de la sociedad profundiza sus potencialidades destructivas y sigue acumulando estadísticas siniestras.
La administración de la tecnocracia hacendaria ha ido desmantelando todos los lazos con ese enorme segmento de la sociedad que se ha instalado en la informalidad. Los límites de su gobernabilidad por tanto se han angostado de manera proporcional y no se ve una actitud correctiva. Las correas de transmisión que usaba el modelo de desarrollo anterior (Estado benefactor) se fueron deteriorando por el abandono, el recorte de los recursos o el franco ninguneo. Lo que se ha salvado de la iracundia neoliberal es poco e incapaz de reconstituir el tejido de salvaguarda y contacto con las crecientes capas de la sociedad informal. Tal situación se puede constatar con facilidad al observar el aumento de la pobreza, la marginación, el desempleo, la producción clandestina, la emigración forzada, el comercio callejero, el daño ecológico o el desorden urbano.
Pero hay otra parte de la informalidad que es un verdadero cáncer: la sociedad incivil. Esa es la de temer. Por ello se entiende toda una franja que va, desde las conductas al parecer inocuas y comunes por ser ligeras faltas a las reglas establecidas, hasta las más dramáticas de abierta rebeldía al Estado de derecho. En el primer apartado entrarían desde las desobediencias a las variadas reglas de convivencia organizada, hasta la ausencia de una cultura de estricta rendición de cuentas. En la segunda clasificación pueden observarse todas esas formas de delincuencia simple o de crimen organizado. Pero también caven aquí aberraciones sociales como el terrorismo, los racimos, los múltiples fanatismos que circulan con flagrante impudicia, las desigualdades basadas en preconcepciones clasistas, la intolerancia o la subcultura del apañe rampante y atrabiliario.
Lo preocupante del estado en que se encuentra la nación, deviene de la incapacidad gubernamental para hacerle frente a este extendido y grotesco fenómeno de la sociedad incivil. No se tiene ni siquiera explorado el concepto mismo aunque los ejemplos de su destructividad son conocidos. Basta con otear lo que hoy en día sucede en los Balcanes, en Sudán o en Rusia donde la misma población se autoconsume. Menos aun visualizan los mecanismos para detener su corrosión y, en un paso posterior, modular, o disminuir al menos, sus aristas más perniciosas.
La coalición que actualmente nos dirige no tiene la voluntad ni la preparación para ello. Se tendrá que esperar hasta su recomposición o repuesto para iniciar la búsqueda de soluciones y caminos para expandir los márgenes decisorios y de acción hoy tan achicados. En la contienda por el poder prevalecerán aquellas fracciones que puedan diseñar puentes de contacto entre lo formal y lo que queda fuera de ello con el propósito de irlo integrando. Los que imaginen los modos y contenidos para la conciliación entre las fuerzas activas y propicien la activa movilización de los recursos disponibles para desarticular el veneno incivil de la sociedad. Los que, en fin, encuentren los antídotos contra la violencia y dibujen horizontes asequibles y atractivos donde quepan las mayorías.