La Jornada 1 de septiembre de 1998

Santa Cruz, nuevo bastión de la delincuencia juvenil

José Galán Ť Afectado por el recorte y cierre de empresas, el desempleo, la deserción escolar, la delincuencia juvenil, las drogas y el alcoholismo, el barrio obrero de la Santa Cruz, en la delegación Iztacalco, no logra esconder sus vergüenzas detrás de muros decorados de manera uniforme, de aparente tranquilidad, de violencia latente, de ira apenas contenida, como en muchas otras zonas trabajadoras de la gran urbe.

Productoras de vendedores ambulantes, de operadores de unidades del transporte público y de migración más allá de la frontera norte en busca de empleos calificados y de salarios en dólares, pero sobre todo de frustración, de delincuentes juveniles, estas colonias atestiguan con impotencia el proceso de abandono y desmantelamiento de industrias en la Ciudad de México a favor del comercio de todo tipo, lícito e ilícito, que lleva a hombres y mujeres trabajadores sin mayor educación que, en el mejor de los casos la secundaria, al desempleo, experiencia que parece hereditaria, al pasar de padres a hijos. De allí al puesto ambulante, a la venta callejera, no hay más que un paso: la decisión de dónde ubicarse.

Para Rosalinda Hernández, vecina del barrio, ``es un problema criar aquí a mis 4 hijos. Los jalan mucho los otros muchachos, que ya no quieren estudiar y que se dedican a la vagancia. Ya ni siquiera van a la iglesia, aquí, en la mera Santa Cruz. Se dedican a atracar y a gozar de su desempleo. La pregunta es: ¿de qué viven?''.

Salvador Gómez es un operador de microbús en la ruta 10, que va del Metro Xola a Paseos de Churubusco. Tiene apenas dos años de haber llegado al barrio y ya clama por mayor presencia policiaca. ``Aquí el problema es la falta de seguridad. Muchos de los chavos dejaron la escuela pronto, se dedican a gozar de la vida y chingar a quién se deje. Muchos son hijos de obreros que trabajaban aquí cerca, en la zona industrial de la Granjas México o de la Agrícola Oriental, y que se quedaron sin trabajo. Prefieren salirse a la calle que cumplir con sus padres''.

Aquí, como en todos lados, dice, ``lo que hace falta, sobre todo, es dinero. Eso sí duele, la falta de lana, de feria. Las familias aquí apenas se sostienen. Y lo peor es que en las fábricas ya no hay chamba ni pa' los chavos. Para ellos lo más fácil es atracar''.

En el barrio de la Santa Cruz, la explicación de los jóvenes por su baja escolaridad es la misma: necesidad de aportar fondos a la economía familiar. Para los mayores, la razón es que a los muchachos no les gusta la escuela. Prefieren a las muchachas, se casan jóvenes, son padres muy temprano y son jalados por la banda para dedicarse a la transa de todo tipo.

Los muros con bajos color amarillo mostaza y altos de cal blanca, calles y callejones empedrados con cantos rodados de río, farolas coloniales, puertas y rejas negras en prácticamente todas las casas y terrenos, iglesia con todo y jardín y kiosco, pretenden ocultar a la mirada de vecinos y desconocidos un mundo donde los muchachos son padres a los 15 años, algunos recibieron a los 18 su primer balazo, que recurren al activo y a la mariguana para darse ánimos, y cuyos padres, hermanos, amigos y vecinos obreros han perdido, en el 50 por ciento de los casos, su empleo en el último año a causa de los recortes laborales emprendidos por las fábricas de los alrededores.

``Yo ando de cábula desde los 15 años. Tengo 18 años y fui papá a los 15. Mi cachorrito (hijo) tiene ya tres años y va pa' rriba. A mí la escuela no me gustó. Y además hacía falta de comer en mi casa. Así que con doble razón salí a chingarle'', dice Nicolás Rivero, quien ahora se dedica al barniz. ``No es que me drogue, maestro. No. Barnizo muebles y ai' la llevo''.

Su compañero de barnizadas es David Aragón, de 25 años, quien revela que tienen ahora poca chamba, ``pero así son los días. A veces cae más. A veces ni madres'', y confiesa que dejó la escuela a los 17 años ``para cotorrearla. Pero la verdad es que hubo aquí en la calle un pleito y por andar de mirón me dieron un balazo en un brazo. Y dejé la escuela''.

¿Problemas de droga?, ¿tráfico de armas?, se le pregunta. ``Aquí todos le meten a todo. Y no es por dar razón nomás. Pero de 10 compañeros o papás de compañeros que conocemos, 50 por ciento ha perdido la chamba en el último año por los recortes en las fábricas. Y para sobrellevarla, pues se dedican a lo que se puede. Y si se trata de eso, pus a eso''.

En la recaudería Dany, Alvaro Ruiz, de 37 años, la pone fácil. ``La dieta de la gente de por aquí ha caído. Ya dejaron de comprar. En un año, nuestra venta ha bajado casi 70 por ciento. Los precios aumentan cada día y el desempleo se incrementa casi a diario. La gente batalla mucho por recuperar su chamba, pero aunque casi todos salen a buscar, les resulta muy difícil volver a emplearse''.

Abarrotero en el barrio desde hace cinco años, Alvaro, o el Güero, como le llaman todos, lamenta reconocer que esa situación ha llevado a la dieta de los vecinos apenas por encima de los índices de desnutrición. ``Antes la gente se llevaba diario un kilo de verduras y un kilo de frutas. Ahora se llevan medio kilo entre todo. Allí está el ejemplo del plátano Tabasco, que lo vendíamos a 2.50 pesos el kilo, y ahora no baja de cinco pesos''.

Ahora, ``lo que más jala'', dice, ``es el jitomate y el chile verde para hacer salsa. Para muchos es la única verdura que pueden comer''.

Este barrio, surgido hace 20 años de manera similar a las actuales zonas marginales de las afueras de la urbe --calles de tierra sin servicios ni escuelas, con asentamientos irregulares--, compite ya, según policías de a pie o de civil, contra zonas como Los Picos, Santa Anita, Tepito y la Buenos Aires en número de autos robados y desmantelados, de asaltos a taxistas, de violaciones. De golpizas. De bandas organizadas.

Leonor Ortega Martínez tiene 77 años y cuida un consultorio dental. Luego de llevar toda su vida en el barrio --``antes las calles eran de pura tierrita, y no había ni agua''--, lamenta que, por la delincuencia, ``uno ya no es libre para nada. Por la noche una ya no puede salir. Y los muchachos saben que uno no trae más de 5 pesos. Y no les importa'', dice. ``Y es que hay tanto ligerito de pantalones. La verdad, joven, y sin ofender, es que a los muchachos de ora les pesan los desos''.

``Muchos han perdido su empleo en lugares como la embotelladora de refrescos aquí cerquita, o de las fábricas de muebles o de aparatos eléctricos'', agrega. ``Lo malo es que esos que pierden el empleo luego se arreglan y adaptan con los rateros. Eso es fácil. Y ya traen dinero para la familia y sus vicios''.

Doña Leonor lamenta que, por su edad, ya nadie le da trabajo. ``Si a mí me jalaran a un taller ya estaría en la costura. Pero a nadie le interesa contratar a una vieja como yo''.

A la vuelta de la esquina, sobre el callejón de Aztlán, Joel Gallegos platica con Arturo Silva en la puerta de su casa. Ambos son jóvenes, los dos dejaron la escuela desde temprano, aunque se dedican a labores diferentes. O por lo menos, eso parece.

Joel confiesa dedicarse a la venta de zapatos tenis ``aquí, en mi casa'', agrega con misteriosa sonrisa, mientras que su amigo voltea para el otro lado. Dejó la escuela a los 19 años, y ahora, con 24 años encima, se dedica al comercio ``porque antes con la economía no había bronca. Pero ahora, maestro, la cosa está dura. Tengo un hijo de cinco años. A mí lo que preocupa es que haya lana''.

Este, dice, es un barrio de freseros, torneros, barnizadores, mecánicos, pintores, dobladores, herreros, ``de trabajadores, pues, incluyendo hasta cargadores en la Central de Abasto'', quienes, sostiene, ``se han quedado sin chamba. La embotelladora de la Pepsi ya recortó personal. Y así otras muchas fábricas. En la misma Central la competencia está re' dura''.

Arturo tiene 24 años y es operador de un microbús. Llegó hasta tres meses de carrera técnica como programador-analista, pero la dejó, dice, porque necesitaba dinero. Y durante cuatro años se desempeñó como lavador de coches en un negocio de la avenida Xola. ``Yo apenas estoy casado. Mi niño tiene tres meses. Me preocupa el empleo. El dinero. Pero la neta es que no hay muchas oportunidades'', afirma en tono neutro.

Ambos coinciden en que la delincuencia existe en el barrio, pero se apresuran a aclarar que no es ninguno de ellos ni de sus amigos.

``Aquí, sobre este callejón, traen a los taxistas para bajarles la lana y a veces hasta el carro'', dice Joel. ``Son chamaquitos de trece o catorce años. Parecen más grandes. Y ya traen fierros y puntas (pistolas y puñales). Les bajan todo''.

Arturo baja la vista. Y al levantarla, comenta que allí, al lado del mercado, apareció esa mañana un vocho completamente desmantelado. ``Anoche no estaba allí'', dice entre risas.

Bueno, la verdad, ¿ustedes a qué se dedican?, se les pregunta.

``La verdad es que Arturo vende mota'', comenta como de vacilada Joel. ``No, no es cierto, maestro. Ya te dijimos''.


Iztacalco en cifras

Habitantes

Cifras del INEGI y de la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno capitalino indican que en 1997 la delegación Iztacalco tenía 418 mil 982 habitantes y ocupaba el cuarto lugar en expulsión de población entre las 16 delegaciones, incluso a Estados Unidos. Aunado a ello, hay menos pobladores de 14 años y más mayores de 15. A pesar de este proceso, considerado como de envejecimiento de su población, 40 por ciento del total de sus habitantes estaba en 1995 constituido por jóvenes cuya edad fluctuaba entre 15 y 34 años.


Educación

De acuerdo con un estudio del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), efectuado por la investigadora Lucía Alvarez Enríquez, 40 por ciento del total de la población en la delegación Iztacalco carece de educación preparatoria o profesional. De ellos, 5.47 por ciento carece de cualquier tipo de instrucción. Con primaria se detectó 18.60 por ciento, mientras que con instrucción secundaria 16.07 por ciento del total.


Aquí parece que nada sucede, pero...

A un costado del mercado del barrio de la Santa Cruz, sobre la calle de Tezontle casi esquina con Calzada de la Viga, el pasado martes 25 apareció el cascarón desvalijado de un Volkswagen Sedán 1997 color verde.

El lunes 24, a las 12 del día, la señora Carmen Díaz salía de la tienda Gigante de Calzada Miramontes, por el rumbo de Villa Coapa, con las bolsas del mandado y los útiles de sus hijos, que ese día ingresaron como todos a la escuela.

De repente, dos muchachos, uno a cada lado del vehículo, armados con pistolas -un revólver y una automática- la amenazaron, la bajaron del auto y se llevaron la unidad. La mujer de inmediato reportó el robo a la aseguradora, en la que dejó todo el asunto. Ese día ya no lo encontraron.

El martes por la mañana, Ignacio Cortés, policía judicial, recorría el rumbo del barrio de Santa Cruz sobre Calzada de la Viga, cuando vio el cascarón del automóvil abandonado en la vía pública. De inmediato dio aviso a sus colegas de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.

Todavía sobre sus ruedas, el auto no tenía nada más que el armazón. Sin volante, asientos, tablero, cajuela, cofre y, lo que es peor, sin motor ni caja de velocidades, resultó un ejemplo claro de la habilidad de los ladrones y desvalijadores de autos, que sólo le dejaron un puñado de cables rotos del sistema eléctrico y la palanca del freno de mano.

``Eso fue por aquí cerca. Hasta acá lo trajeron para desmontarlo'', dijo el agente judicial mientras supervisaba el arrastre a cargo de una grúa rumbo a la delegación con lo que apenas dejaron los ladrones, y solicitó la identificación de los reporteros. ``Lo trabajaron muy cerca de aquí. Y eso lo sé porque no tiene volante. Entonces, apenas lo empujaron''.

Ignacio Cortés se acomoda la cacha ortopédica de una Pietro Beretta 9 milímetros, escondida bajo la camisa deportiva, se arremanga, toma aire, y suelta prenda: ``podría garantizar que metieron la unidad en alguna de las casas de esta calle de Tezontle, mano. No tiene volante ni nada. ¿Cómo lo hubieran movido desde otra colonia o barrio? Nel, este carro fue desmantelado en una de las casas o terrenos grandes de aquí. Ya van varias veces que sucede''.

Para el detective: ``aguas con este lugar. Aquí hay puro chamaco asaltante de 15 o 16 años. Está igual de cabrón que Iztapalapa, Tepito o la Buenos Aires. Parece que no sucede nada. Pero, ¡cuidado! Todos los chamacos andan armados''.

Este barrio de la Santa Cruz, dijo, ``es salsipuedes''. (José Galán)