El pasado lunes 24, más de 28 millones de niños y jóvenes concluyeron el periodo vacacional de verano y volvieron a clases. Los medios de comunicación dieron cuenta del suceso y de las muchas historias que se generaron a su alrededor: el esfuerzo económico que la familia hizo para adquirir los útiles escolares, las lágrimas de muchos pequeños el primer día que se alejaron de sus padres, el entusiasmo que para muchos causó volver a ver a sus maestros y amigos, incluso el caos vial que se produjo en muchas zonas cercanas a las escuelas.
A pesar de que todos de alguna manera vivimos la diferencia entre los días de vacaciones y ese lunes en que la prisa se volvió frenética, el suceso merece ser analizado desde otra perspectiva.
En primer lugar, el enorme esfuerzo que como país hemos realizado para que 28 millones de niños tengan acceso a la educación. Esa es una cifra superior a la población total de muchas naciones del mundo: Argentina, Francia, Chile, Canadá, sólo por citar algunos ejemplos.
El crecimiento demográfico de México, sobre todo en la década de los setenta cuando la tasa de natalidad fue superior a la de China e India, nos obligó a desplegar un esfuerzo educativo que se expresa en una matrícula escolar de las dimensiones descritas.
En segundo lugar, reconocer que la tarea educativa se despliega en todo el país sin que las difíciles condiciones geográficas y la enorme dispersión demográfica que caracteriza el acomodo de la población en el territorio, sean un impedimento para que el Estado cumpla con su obligación de brindar educación. Un millón 300 mil maestros tienen a su cargo el atender a esa impresionante matrícula escolar, y no hay que perder de vista que hay en el país más de 100 mil comunidades con menos de 100 habitantes y que en cada una de ellas hay por lo menos un maestro cumpliendo con su trascendental tarea.
Las cifras de desayunos escolares que se entregarán diariamente, de los libros de texto gratuito que formarán parte del material escolar de cada niño, de las becas que contribuirán a soportar el costo familiar de la educación de los hijos, dimensionan también el esfuerzo.
Sin embargo, el hecho que mejor expresa lo que la educación representa para los mexicanos, está justamente en que 28 millones de niños acuden desde el lunes a la escuela, ratificando con ello que la siguen considerando como el patrimonio más valioso de que persona alguna puede disponer.
La gente sigue creyendo en la educación, sigue confiando en ella como el instrumento privilegiado de movilidad social. Junto con la emoción de ``hacer la mochila'', de poner el despertador para no llegar tarde, de envolver la torta o el taco para el recreo, los mexicanos estamos diciendo que creemos en la educación, como la llave capaz de abrir un mejor futuro para nuestros hijos. El reto de la escuela es cumplir con esa formidable encomienda que la sociedad ha puesto en sus manos.
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