José Steinsleger
Los timócratas

Los sabios de la economía moderna aseguran que la economía libre, que nunca existió, es natural a la condición humana. La historia ha terminado. De aquí en más, la única utopía posible es liberalización total de la economía. Pero en sociedades donde hay muchos excluidos y pocos incluidos, el crimen también es natural a la condición humana. Entonces, felices y desesperados coinciden en destruir la realidad que no pueden cambiar a su imagen y semejanza. Las consecuencias están a la vista: la amoral demolición de la responsabilidad y la solidaridad que lleva a los pobres luchar contra los pobres y a los ricos a luchar contra los ricos, enemigos de todos los pobres.

Como aún no hay hígado para exterminarlos los pobres son medidos, estudiados, calificados y controlados. Ninguna instancia pública o privada hace lo mismo con los ricos. ¿El Estado? ¿Cuál Estado? En el siglo XIX, la revolución industrial engendró el Estado-nación y formas políticas que acotaban el poder de la aristocracia criolla, que invocaba linaje y descendencia. Con el tiempo, tales formas resultaron frágiles porque detrás del trono la plutocracia, o poder de los más ricos, vigilaba el orden republicano. Y en las últimas décadas, al calor de la especulación financiera y la manipulación arbitraria de las finanzas públicas y privadas, los Estados fueron rápidamente tomados por una casta de jóvenes timócratas que, en un abrir y cerrar de ojos, acumularon fortunas inimaginables para aristócratas y plutócratas.

La timocracia, producto de las formidables innovaciones en el campo de las telecomunicaciones y la informática, concibió formas de gobierno ya no ``de'' sino ``para'' los nuevos ricos. Se presentaron en sociedad diciendo que con la privatización de las empresas públicas los países iban a salir de aquellas crisis cíclicas que hoy, ante la crisis crónica, se nos hacen tan benévolas. Y con el pretexto de una causa legítima, la creación de ``mercados competitivos'', impusieron la subasta del patrimonio nacional. Hasta ahí llegaron. El mercado competitivo, que en los países pobres es factible si hay salud, educación y capacitación, no apareció y las privatizaciones fueron simple reparto de prebendas. Práctica idéntica a la que en tiempos del feudalismo hacían los reyes con los nobles, otorgándoles derecho a cobrar peaje a quienes atravesaban sus tierras.

Siguiendo a Platón, los timócratas califican al ciudadano según el monto de sus riquezas y no según su origen social. Su especialidad de grado y posgrado (que más allá de lo económico ya compromete a las ciencias políticas, sociales, a la educación y a la cultura en general) consiste en engañar con promesas y esperanzas, cosa ``científicamente'' pensada y programada en centros académicos que de la realidad ignoran todo.

En América Latina, los escándalos de la timocracia salpican a destacados ejecutivos y gobernantes. Los timócratas, que irrumpieron en el escenario político como ``guardianes del ahorro popular'', hoy son vistos como delincuentes del fuero común. Semana a semana, presidentes, gobernadores, legisladores, políticos y altos ejecutivos de la finanzas públicas y privadas son llamados por los tribunales latinoamericanos. La nómina de los buscados por la policía es cada vez más amplia y la gente tiene dificultades para distinguir a los sabios ``buenos'' de los sabios ``malos''. Su bolsillo, su impotencia, su hambre, es juez.

¿Quiénes son los timócratas? A diferencia de las élites dominantes de Africa o Asia se trata de personajes profundamente acomplejados frente a las sociedades de Estados Unidos y Europa. Suelen pertenecer a las élites latinoamericanas y al revés de aquéllas padecen de alienaciones invencibles. Niegan sus raíces nacionales, se regodean en defender una globalización en la que apenas son mensajeros, lamentan no ser franceses, ingleses o norteamericanos.

Los timócratas piensan que contribuyen al mejoramiento de la agobiante realidad cuando en rigor sólo les preocupa el lucro limitado que les permite aplicar formas legalizadas del crimen social. Predicadores de profesión, su mentira es el ``futuro'' y sus víctimas no son los ingenuos pasajeros de un taxi sino los empresarios honestos y los cándidos pequeños inversionistas de la bolsa. Pero las reglas del juego son similares.

El peatón o el pasajero del transporte público piensa que anda por la calle amparado por leyes de seguridad pública. El inversionista de la bolsa, el pequeño empresario y el productor agrícola cree lo mismo. Ni los unos ni los otros son culpables de la adversidad. Pero los timócratas aseguran lo contrario, que todos son culpables porque en contextos de economía libre los actos de libertad individual son de exclusiva responsabilidad individual. Lo de menos es que haya reglas del juego, como en Estados Unidos y Europa, para regular la inmensa complejidad del enjambre social.