José Antonio Rojas Nieto
La terrible globalización

En muchos de sus aspectos la globalización es terrible, primordialmente por la forma en que se desarrolla. Sin embargo, se trata de una internacionalización inevitable de los procesos financieros, productivos y comerciales, de las empresas y de los Estados, ligada al desarrollo actual, pero muchas de sus características no son inevitables. La de la especulación financiera es una de ellas. Hay que frenarla.

En el marco de la globalización se concentran y centralizan capitales, empresas, mercados, poblaciones y urbes; por ello, se desarrolla una creciente movilidad de capitales, tecnologías, mercancías, empresas y personas. La movilidad de capitales ha adquirido una lógica muy violenta, contra regiones, países, empresas y personas, pues el capital no sólo busca los ámbitos más seguros, sino los más rentables. Y siempre, en el ánimo de acceder a la combinación óptima de seguridad y rentabilidad, obliga a los demandantes de capital a una encarnizada competencia por lograr la afluencia de dichos capitales. La evolución de la tasa interna de interés es un indicador especialísimo; expresa el nivel mínimo de rentabilidad que una inversión externa -- directa o de cartera-- puede lograr en una economía nacional; mediada por el movimiento del tipo de cambio permite reconocer la mayor o menor conveniencia del desplazamiento de dinero a esa economía, una vez evaluada, también, la seguridad.

Un dólar estadunidense que llegó a México unos días antes del error de diciembre, y que decidió retirarse en marzo de 1995, perdió 40 centavos. Si, por el contrario, soportó la caída y esperó dos años, merced a la evolución del tipo de cambio y de las tasas interna y externa de interés (Cetes a 28 días y Certificados de Depósito a un mes en Nueva York, por ejemplo), en 26 meses recuperó lo perdido; y si, además, permaneció en el país hasta este mes, logró acumular un rendimiento 10 a 15 por ciento mayor al de los últimos 17 meses en el exterior.

El caso de otro dólar que ingresó a México en marzo de 1995 es absolutamente distinto; de ese mes a la fecha logró un rendimiento 65 por ciento a 70 por ciento superior al logrado en el exterior. Este rendimiento tendió a estabilizarse e, incluso, con las devaluaciones actuales tiende a perderse, aunque para evitar esto, inmediatamente se eleva la tasa de interés (los Cetes a un mes ya están, de nuevo, arriba del 27 por ciento), lo que causa estragos en la marcha de la economía, pues además de impulsar aún más la inflación y la desaceleración que la agudización de la competencia externa ha implicado por el encarecimiento del crédito para productores, también encarecen los endeudamientos, haciendo más complicado el delicado asunto del Fobaproa.

Pese a esto, se siguen garantizando importantes diferenciales del rendimiento de las inversiones, pues la política económica actual ha optado por financiar el déficit con afluencia creciente de ese dinero, aunque para ello haya tenido que pagar altos costos, cuyo soporte está --qué duda cabe-- en la sobrexplotación de los trabajadores, expresada hoy en día en los bajos salarios y en la intensificación y la prolongación de la jornada laboral (que por cierto se quiere facilitar y legitimar en una nueva Ley Federal del Trabajo), pues a pesar del pago de primas de productividad y horas extras, éste no corresponde al valor de lo producido excedentariamente por esas vías, ni compensan el desgaste acelerado y prematuro de los trabajadores.

Y, sin embargo, a pesar de su origen nocivo y vicioso, se trata de una de las bases de actuación de la política económica actual, que merced a estos enormes diferenciales (sobre todo de marzo de 1994 a agosto de 1997) ha logrado en este sexenio una de las mayores afluencias de capital, que ha hecho confiar al gobierno en el control del déficit comercial, hoy agudizado, pues al mes de junio ya alcanzó 2 mil 891 millones de dólares. Pero, en todo caso, se trata de una confianza que como contraparte tiene un altísimo y grave costo social.