Esta vez la conciencia, el buen juicio, ya no es un personaje humano como lo fue Jacinta en Juicio suspendido, sino un aparato reproductor de sonido que dialoga con Teresa. Es sólo un momento del principio, que sirve para ubicar la situación del personaje, y los diálogos ya no vuelvan a darse, porque Héctor Mendoza nunca repite sus recursos escénicos aunque su obra se vea recorrida por trasfondos identificables. Y ya que el aparato está allí, en el centro del escenario, será utilizado como una especie de consola de mandos en que tanto Teresa como Gabriela manipulen la música que acompañe su canto, e incluso Teresa lo utiliza para bajar la intensidad de la luz en los momentos retrospectivos que escenifican sus recuerdos.
El pequeño aparato cobra así una dimensión muy especial en el montaje. Es el elemento intruso de irrealidad en la realidad de una narración escénica que es casi constante en la obra del autor, como muy bien lo señala David Olguín en la introducción a tres obras de Mendoza (Juicio suspendido, El día que murió el señor Bernal dejándonos desamparados y Noche decisiva en la vida sentimental de Eva Iriarte) en volumen coeditado por Ediciones El Milagro y el INBA. Este elemento de irrealidad irrumpiendo en lo real, que el dramaturgo presenta de muchas maneras en sus diferentes textos --y que bien merece un ensayo tan inteligente como el de Olguín, pero que otee en toda su producción-- es aquí este artificio que se suma a otros para establecer un código comprensible para el espectador. Están, por supuesto, las canciones (y esta vez a Rodrigo Mendoza se encomienda mayor desempeño que la de los ``puentes'' entre escena y escena, que compuso en anteriores colaboraciones con su padre), que retoman una convención de la comedia musical o la presencia silente de Gumersindo, que no es muy original, aunque necesaria. Pero sobre todo está el artificio de las contradicciones que muestra Teresa, poco verosímiles por la rapidez de los cambios.
La farsa de Mendoza nos ofrece dos estereotipos, dos personajes deliberadamente unidimensionales que contrastan con la protagonista, pero deciden sus cambios. Gabriela es la tonta irremediable, linda y rica; Gumersindo es el réprobo garañón, el gallo de este gallinero. Teresa está lejos del estereotipo unidimensional, pero tampoco es un carácter realista. A mi entender, representa a la mujer moderna, inteligente y capaz, pero que no logra superar su dependencia del macho, que aquí se nos presenta como el ser más desdeñable de su género. La tesis que maneja Héctor Mendoza es el divorcio entre la teoría y la praxis en la corriente feminista que lamentablemente ha retrasado la evolución de las mujeres, en ese caso las mexicanas (y yo añadiría que también de los hombres, pero me he de ceñir a la propuesta del dramaturgo). De paso, se hace una incisiva crítica al medio de la publicidad, que establece tantos patrones de conducta, en la creencia de la estúpida y adocenada Gabriela de que cuando se elogia a algo o alguien es porque se intenta ``venderlo''. Y si el grito liberador: ``Nosotras no somos gallinas. Nosotras no podemos poner huevos'' puede parecer absurdo y hasta burlesco, el contexto de los ingeniosos diálogos lo ubica, amén de que por su estado depresivo la matemática Teresa se ha encerrado para criar gallinas. A lo mejor este texto puede molestar sensibilidades feministas, pero yo creo que no se puede encarar como misógino.
La economía de medios en esta escenificación es impresionante. Paredes desnudas, una pequeña mesa y cuatro sillas (muebles, por cierto muy elegantes en su simplicidad), amén del aparato comentado, apoyan lo no realista del texto. Incluso la iluminación de Gabriel Pascal ostenta menos recursos de los que puede utilizar este maestro de la escenografía, todo lo que representa otro mentís que da Mendoza a quienes hablan de los grandes presupuestos para sus escenificaciones. (Por cierto, este indispensable hombre de teatro, Premio Nacional de Arte, no recurrió a ningún extremo cuando el montaje de A buen fin, su adaptación de una obra shakespereana, no pudo llevarse a cabo este año por falta de presupuesto. Lo que resulta más que elocuente en la conducta de cada cual). De lo que no prescinde Héctor Mendoza es de su espíritu lúdico, presente casi siempre en sus escenificaciones desde la juventud, pero que ahora se suma a una gran sabiduría. La gracia de Carmen Beato como Teresa y de Nicky Mondellini como Gabriela, así como la figura del ñero que compone Fernando Jamarillo, corroboran también que las nuevas propuestas del teatrista se abocan al manejo de los actores.