Semillero del hampa, la colonia San Simón
Bertha Teresa Ramírez Ť Entre montones de fierros viejos que se ofertan en el mercado de ``piojos'' de la San Simón, Ernesto Anzaldo, jefe de manzana en la colonia más pobre de la delegación Benito Juárez, afirma: ``nosotros somos los mugrosos en la delegación de la gente popis; dicen que nosotros exportamos a los delincuentes''.
No siempre fue así, alguna vez ésta fue tierra de ricos; de prósperos estableros y carpinteros, hasta que el gobierno le concedió el negocio de la leche a las grandes empresas productoras de lácteos como Alpura, ``y nos partió la historia''. Desde entonces, lo que más ha sobresalido aquí ha sido la escuela de la calle, a donde huyen los chavos de las vecindades apenas aprenden a caminar, porque no aguantan ni caben en el encierro de los cuartos redondos que son sus hogares. ``En la calle, lo primero que hacen es andar con drogas y borracheras; luego se meten al robo de autopartes y después son la carne de cañón que usa la mafia en sus grandes atracos''.
El líder vecinal dice que la San Simón ``no le importa a nadie, como tampoco importa qué pasará con los chavos banda que pululan en las calles y para quienes las bandas de los Nazis y los Normandos, que cobraron fama en los setentas y ochentas porque traficaban fuerte con droga, sean su leyenda''.
En el movimiento de inquilinos que entran y salen de las vecindades con charolas repletas de atole, pan y tamales, repara el jefe vecinal que la crisis económica ``ha calado hondo en la colonia y que la venta de antojitos mexicanos es el único oficio que saca de broncas a muchas familias que viven en la zona más pobre. Y es que la San Simón, dice, ``ya nomás parece un hoyo negro. Aquí el futuro es negro, porque 70 por ciento de la población tiene trabajo sólo temporalmente y sus habitantes, en su mayoría herreros, albañiles, pintores, yeseros o zapateros, no obtienen fácilmente buenos trabajos''.
Ernesto Anzaldo no miente cuando habla de hoyos negros, porque el hogar de las familias en las vecindades asentadas en la confluencia de las calles de Libertad y Montes de Oca, a unos pasos del mercado Portales, bien parece un agujero por el que no se cuela ni un rayo de sol. Ahí vive una de las vendedoras de antojitos que dice llamarse Blanca Nieves y que, al igual que otras vendedoras de alimentos, renta un cuarto que llama ``de cuatro por cuatro'', por el que paga 70 pesos al mes y que comparte con cinco miembros más de su familia.
Ella es de la pocas personas a las que parece no importarle mostrar su vivienda, ya que la mayoría de los vecinos impiden el paso a sus casas ``por seguridad o por vergüenza''. En el centro de su cuatro, en el que no hay ventanas y el calor es infernal, Blanca Nieves dice que cada noche la familia ``se dobla y de desdobla'', porque para dormir tienen que acomodarse en un par de camas individuales que ocupan la mayor parte del cuarto, y en un sillón estilo Luis XV que hace poco compró en una ganga del mercado de ``piojos''.
Su oscuro hogar esta al final de un largo y angosto corredor por el que sólo puede cruzar una persona, y está presidido de siete viviendas que se parecen mucho a la suya. En el corredor, entre tendederos y tanques de gas, las señoras lavan o bañan a sus bebés en tinitas de colores.
Mientras Blanca lava trastes, en uno de los dos lavaderos que hay en la vecindad, dice que cada mañana sale a vender atole y pan a los vendedores del mercado ``de cosas usadas''. Cuando vende toda su mercancía obtiene 200 pesos diarios y con eso hace milagros para pagar la renta, mantener a su familia y comprar los útiles de su hija que va en la primaria.
``Con la mitad de ese dinero compro las cosas para hacer el atole, el pan y la materia prima para hacer tamales; el resto lo ocupo para los pasajes de mi hermano que estudia la secundaria y para comprar la comida, que se compone de frijoles, arroz, tortillas y a veces carne''.
En la casa de Blanca Nieves
La vecindad donde vive Blanca se ubica en una de las 12 calles que los vecinos de la San Simón conocen como barrio bravo.
Ahí vive de todo, hasta las peores leyendas, como la de las bandas de los Normandos y los Nazis, a las que se les temía adentro y afuera de la colonia y que ``llegaron a ganar mucha lana, aunque después desaparecieron porque la mayor parte de sus miembros murieron en las calles en ajustes de cuentas que les cobró la mafia'', cuenta un grupo de viejos de la colonia que todas las tardes se reúne para tener partidas de dominó y baraja.
La fama de que ``ahí se anidan muchos delincuentes no es un tema nuevo, además de esas bandas hubo otras leyendas que surgieron del barrio bravo y que por años se contaban entre los vecinos, como fue la del famoso Zorro, un pistolero que murió a manos de su propio compadre por deudas de honor, y cuyas vísceras fueron esparcidas y colgadas en varios postes y basureros del lugar''.
Los viejos dicen que las vecindades fueron las principales responsables de que muchos jóvenes se convirtieran en delincuentes, ya que el reducido tamaño de esas viviendas obligaba a las madres a lanzar prácticamente a sus hijos a las calles desde muy temprana edad; ``luego los chavos ya andaban metidos en toda clase de problemas y finalmente se convertían en la carne de cañón de la delincuencia organizada''.
Don Aurelio Luna Cisner, un pedemista de viejo cuño y de oficio herrero, relata que hasta la Iglesia le dio la espalda a la colonia, a medida que ésta se empobrecía más y se iba relegando del desarrollo que alcanzaron colonias aledañas a la zona.
Así, en 1975, los viejos de la San Simón se enfrentaron con el cardenal Ernesto Corripio cuando la Arquidiócesis de México decidió vender el inmueble para sacar del barrio el seminario, a lo cual la gente se opuso y trató de que el cardenal se lo vendiera a la comunidad, ya que ésta quería esas instalaciones que estaban dotadas de salas de lectura, bibliotecas y hasta de una alberca, para hacer una casa de la cultura, pero todo fue inútil ``porque Corripio de cualquier forma lo vendió por otro lado''.
No es esa la única queja contra la Iglesia en esa zona altamente católica, por haber sido fundada en su mayoría por migrantes de los estados de Puebla y Michoacán, muchos de ellos simpatizantes del sinarquismo; también se quejan de que el párroco de la San Simón les cobra ``las misas de difunto cien por ciento más caras de lo que cobran los sacerdotes de las iglesias de las Tres Marías y de los Prodigios que están en las colonias aledañas''.
Mientras corren las cartas y los tragos de cerveza, don Jesús Torres, un antiguo establero, comenta que aunque ``el panorama siempre ha sido negro nunca los abandonó la esperanza'', sobre todo cuando varios deportistas que alcanzaron fama nacional e internacional, aunque no eran de la colonia, fueron entrenados en el deportivo Vicente Saldívar de la colonia.
El viejo comerciante de leche y quesos señaló que las glorias que alcanzaron boxeadores de fama internacional como Daniel Zaragoza, campeón mundial de peso supergallo, o Gilberto Román, El Cachanilla, campeón mundial de peso mosca, fueron entrenados por Ignacio Beristáin y El Chuchu, un boxeador cubano de la generación de Mantequilla Nápoles y Ultiminio Ramos, ``que fue a dar a esa colonia después de pasar por el boxeo con más pena que gloria''.