El Fobaproa llegó al Congreso para destapar el proceso democrático más acabado de la vida política nacional de hoy en día. Ello bien puede rivalizar, y aún superar, la experiencia derivada del largo y doloroso drama electoral que por varias décadas afectó y perfeccionó la vida organizada del país. La división y el respeto entre los Poderes de la Unión bien puede decirse que empezó a concretar sus consecuencias debido, precisamente, a la profundización de la disputa que ha tenido lugar durante los últimos meses alrededor de tan crucial problema financiero, político y social.
Nadie puede llamarse hoy a engaño. La sociedad ha ido interiorizando los detalles y el monto del desaguisado (65 mmdd) y quiere que el poder responda por el daño ocasionado al presente y futuro de los mexicanos. La intransigencia del PRD ha dado frutos y el electorado se lo habrá de reconocer a pesar del tremendo ruido que se ha desatado en el ámbito público para condenarlos por su tozudez.
La sociedad crítica ha irrumpido con sus múltiples voces y ha adoptado posturas definidas al respecto. Ella sabe también que la hora para ensanchar los cauces para su participación en las decisiones fundamentales ha llegado. Las amenazas sobre hecatombes cambiarias y quiebres financieros definitivos con los que amenazaron banqueros y funcionarios no dieron los resultados de silencios esperados o de subordinaciones cómodas. La opinión colectiva e individual ha sabido responder con calma y coraje ante el mayor de los errores de gobierno que se han visto en el México moderno. El encarame de la tecnocracia y su coalición de apoyo pública, privada y social sobre los botones decisorios toca a su obligado fin después de quince años de mal usarlos. Han caído en el mayor de los desprestigios y su derrota, por más mañas y recovecos empleados en ocultarla, parece inevitable.
Por vez primera la Cámara de Diputados, una materialización todavía imperfecta del balance actual de fuerzas políticas activas, pudo enfrentar con éxito las impúdicas pretensiones de un Ejecutivo federal para avasallarla. Ahora se sabe que la otrora poderosa maquinaria del PRI no le fue suficiente al Presidente para lograr su cometido. Le faltó trasteo y talento, ingredientes que le sobraron a la oposición.
El PAN, por su cuenta, dio el paso requerido para alzarse como real representante de una porción de la ciudadanía y se atrincheró en una postura nada moldeable para la coalición gobernante a pesar de su anticipado beneplácito por su propuesta de salida. En balde los grandes capitanes de los negocios intentaron doblegarlos. Los panistas pudieron resistir sustentados en el impagable costo de apoyar la abusiva, mal concebida y peor ejecutada iniciativa del gobierno para rescatar el Sistema de Pagos de la nación. Los errores, el mal uso y las complicidades involucradas en el gigantesco débito que implica el Fobaproa es una serpiente intragable para la oposición. El costo político que con tanto ahínco y mala operatividad han querido diluir los tecnócratas y la burocracia priísta, finalmente va encontrando su lugar de reposo y a sus verdaderos causantes.
Cinco meses han pasado desde que la iniciativa del gobierno para darle cauce legal al Fobaproa aterrizó en el Congreso. Con ello se desataron los tironeos y la tensión entre los partidos, de éstos con el gobierno y de todos ellos de cara a la sociedad. Llega ahora el momento de iniciar la etapa de los acuerdos definitivos que le den un formato legislativo y de poder aceptable a la mayoría.
La democracia tiene que continuar probando su utilidad, aunque en muchas formas ya lo ha hecho. La disputa partidaria ha engendrado varios subproductos: la concientización ciudadana, la política abierta, el pulimento de los diversos planteamientos mediante la circulación de ideas, el respeto a los demás y el aprovechamiento del talento colectivo son sólo algunos de ellos, pero eso ya es suficiente por ahora. Sin embargo, el costo a pagar por la enorme deuda adquirida allí está y seguirá merodeando los bolsillos y las oportunidades de desarrollo de los mexicanos durante toda una década. La trágica herencia de una forma de gobierno que, antes de adaptarse al cambio, quedó esclerotizada.