La Jornada 24 de agosto de 1998

Tierra Colorada: lucro político con la pobreza

Raúl Llanos Samaniego Ť Durante los últimos 20 años las cerca de 2 mil familias que viven en Tierra Colorada han buscado en los partidos políticos lo que no han encontrado en las autoridades capitalinas: solución a sus condiciones de extrema pobreza. Pero dos décadas después siguen como al principio, sus intentos resultaron infructuosos y sólo han encontrado promesas, engaños, fraudes y manipulación.

Tierra Colorada, en el pueblo de San Nicolás Totolapan, está enclavada en la parte alta de la delegación Magdalena Contreras. Ahí, cientos de chozas de hule y cartón ocupan los declives de los cerros y conjugan con las calles terregosas, por donde las aguas de la lluvia corren implacables casi a diario. No hay otro camino, pues el cauce natural del río Eslava también ha sido ocupado por vetustas viviendas que han estrechado tanto su margen que terminaron por convertirlo en arroyo.

En Tierra Colorada, afirman sus vecinos, es común toparse con niños, jóvenes y mujeres con síndrome de Down, epilepsia, retraso mental o algún otro tipo de padecimiento. Son parte de familias que principalmente viven en la parte baja del lugar, y a quienes la zona agreste les ha impuesto otro obstáculo difícil de salvar, pues aquí no entran los servicios de urgencia; no hay ambulancia y ni siquiera calles por donde circulen autos. Por ende, están obligados a caminar hasta media hora con sus parientes enfermos para llegar a la clínica más cercana, cuando el padecimiento llega a hacer crisis, según relata María Elena Cisneros.

Dentro de sus cerca de 320 mil metros cuadrados de extensión --dividido en cuatro sectores-- tampoco se conocen las escuelas, los centros de salud ni los deportivos, sólo dos iglesias separadas apenas por 100 metros de distancia: una católica y otra evangelista, que buscan capitalizar la necesidad de la gente de creer en algo o en alguien.

Aquí las carencias se cuentan por montones. La ausencia de alumbrado público, junto con las sombras de la noche, resultan ser los mejores cómplices de las reuniones clandestinas de los jóvenes para drogarse, inhalar activo, fumar mariguana o, en el menor de los casos, consumir alcohol. ``Vigilancia no hay, y cuando llegan a subir por acá los de la Montada, nomás es para detener a alguien y sacarle dinero a la familia'', asegura Eusebio Castro, dirigente vecinal del sector III.

Un par de transformadores sirven de enlace a miles de cables de energía eléctrica que forman marañas para luego desembocar en las chozas, donde pocas de ellas cuentan con televisión en blanco y negro y una pequeña grabadora. El resto se conforma con tener un foco encendido.

En el caso del agua, la situación es prácticamente similar. Cada una de las familias de Tierra Colorada pagó al ejidatario que les vendió el terreno 150 pesos para tener derecho al chorro de agua de una de las cientos de mangueras que salen de los manantiales y ``ojos de agua'' de la parte alta de Magdalena Contreras, y de ahí la atraen por gravitación a través de barrancas, montes y árboles.

Pocas son las cosas de las cuales pueden sentirse orgullosos los habitantes de Tierra Colorada, y de esas pocas son la reciente instalación de una lechería --por gestiones del diputado local David Sánchez Camacho--, donde la gente compra una vez a la semana ocho litros de leche en polvo por 16 pesos; así como el aplanamiento de sus calles terregosas.

``Ya no son las capas de lodo por donde caminamos tantos años'', aseguran los vecinos del lugar --oriundos muchos de ellos de los estados de Hidalgo, de México, Puebla y Guanajuato--, y destacan que durante siete años pidieron este apoyo a las autoridades priístas, pero ``fue ahora con los del PRD que nos hicieron caso''.

De hecho, Eusebio Castro resume esta situación: ``antes todos éramos priístas; íbamos siempre a las campañas de sus candidatos y les dábamos nuestro voto, pero todo eso a cambio de que nos ayudaran, nada más que la gente se cansó de esperar.

``Una vez hasta fuimos a apoyar a Carlos Salinas de Gortari cuando visitó el Cerro del Judío, pero ¿qué hemos obtenido de todo eso? Nada, ya ve, nunca nos dieron nada y seguimos casi en el abandono''.

Aquí la gente que llega a tener empleo se ocupa como albañil, vendedor ambulante, plomero, cargador, mesero, vigilante, dependiente en algún comercio o empleada doméstica. De cada hombre o mujer que sostiene un hogar dependen en promedio cinco o seis personas.

Sara Domínguez, con 51 años a cuestas cuatro de vivir en esta zona, afirma que cuando el dinero es escaso --``casi siempre''-- tiene que subir al monte a cortar quelites, hongos o quintoniles para alimentar a sus cinco hijos y tres nietos. ``Para leche no nos alcanza, les preparo té, ya sea de canela, tabaquillo o de hojas de naranjo, y pan comemos cada ocho o 15 días''.

Mientras enjuaga la ropa a la orilla del pequeño riachuelo que desemboca hacia el río Eslava, comenta que cuando a sus hijos les va bien en su trabajo y le dan dinero llega a juntar a la semana 150 pesos, ``con lo que podemos comprar frijoles, sopa, azúcar, y muy rara vez pollo''.

Desconoce quién es el Presidente de la República; el jefe de gobierno capitalino, y menos conoce al delegado, pero ``lo único que les pido a las autoridades es que me dejen vivir aquí. Cada mañana que me levanto ya no sé ni qué pensar, la verdad es que es muy difícil vivir así, sin ayuda''.

Justicia versus ley

Para Felipe Pérez, subdirector de Programas Comunitarios de la delegación Magdalena Contreras, ``sería lamentable'' desalojar a los habitantes de Tierra Colorada, debido a las condiciones de extrema pobreza que enfrentan día con día. ``Una cosa es la ley y otra la justicia, y hay que tener el suficiente criterio para saber cuándo flexibilizar la ley, pero con justicia social''.

Es claro, explica, que ``la ley prohíbe que regularicemos, que construyamos, que dotemos de servicios a Tierra Colorada porque es un asentamiento irregular, pero también hay que entender que es gente pobre, sin dinero, con derecho a salud, educación, despensas, entonces merece que se le haga justicia''.

Nada más que ``si el gobierno apapacha a los habitantes y los dota de servicios, al rato se van a `comer' todo el bosque. Entonces se les tiene que ayudar, sí, pero ellos también tienen que comprometerse a proteger esas áreas y firmar un convenio de `cero invasiones' y no crecer más''. En síntesis, ``creo que sería inhumano, por ejemplo, no darles agua porque están en un asentamiento irregular''.

Para David Sánchez Camacho, diputado por el 34 Distrito Electoral, ``Tierra Colorada ha sido vista como tradicionalmente ha ocurrido con las zonas marginadas de toda la ciudad y del país, como un lugar para lucrar políticamente con la pobreza; su gente ha sido llevada y traída en campañas políticas prometiéndoles un montón de cosas que nunca se podrán cumplir, y no se vale que ningún partido actúe así para sacar votos.

``En mi caso --sostiene el legislador perredista-- nunca les he hecho promesas que no pueda cumplir, siempre les he hablado con la verdad, les he dicho que la solución a sus problemas es difícil y que no depende sólo de Cuauhtémoc Cárdenas ni de las autoridades de la delegación, sino de muchas instancias, hasta de su misma organización, porque así podrán exigir, gestionar, solicitar apoyos y ayudar a que se den soluciones''.

Si no entran en este esfuerzo todas las instituciones públicas, ``la marginación de esa gente nunca se resolverá, y ellos necesitan vivir mejor; debemos entender que son seres humanos, ciudadanos con derecho a educación, alimentación y recreación''.

Pero también se manifestó a favor de que las autoridades investiguen a los particulares y a los funcionarios que por años se dedicaron a la venta de terrenos ejidales o bien que desde las instancias delegacionales se prestaron a la corrupción y permitieron que los casos de defraudación se multiplicaran y que llevaran a la expansión de la pobreza en esta zona.

Veinte años de invasión hormiga

La zona conocida como Tierra Colorada surgió hace aproximadamente 20 años, cuando los dueños de amplias zonas ejidales vendieron sus terrenos --clasificados como suelos de conservación-- a gente que habitaba en cinturones de miseria y que provenía de diversas entidades. Esto derivó en una invasión ``hormiga'' de tierras de cultivo, laderas, cañadas y en el lecho del río Eslava, que de acuerdo con los vecinos de la zona, se agudizó hace dos años, gracias a la anuencia de las anteriores autoridades priístas.

Antonio Carbajal, director de Programas Comunitarios y Tenencia de la Tierra de la delegación Magdalena Contreras, comenta que hay mucha gente que compró sus terrenos de ``buena fe'' y ante su urgente necesidad de vivienda, pero fue engañada. De hecho, comenta que existen varias denuncias presentadas ante el Ministerio Público y ante la Contraloría del gobierno capitalino contra particulares y servidores públicos de la pasada administración, quienes se corrompieron con la venta de esos terrenos. Menciona, a manera de ejemplo, un caso concreto: Roberto Asbez.

Por el lado de los habitantes de Tierra Colorada, no dudan en citar los nombres de ejidatarios o seudoejidatarios que les dieron sus tierras a cambio de mil a dos mil pesos: Rubén Castro; Gabriel Chávez y Manuel Castro, ex comisariado ejidal ya fallecido, entre otros. Se dieron también casos en que los ejidatarios solicitaron la custodia de sus tierras a gente de confianza, la cual finalmente entregó los ejidos ``al mejor postor''.

De acuerdo con Antonio Carbajal, tan sólo en este año líderes de partidos políticos --sin precisar de cuáles-- han encabezado siete intentos de ``grandes invasiones''.

En seis ocasiones, asegura, se ha impedido este tipo de actos mediante el diálogo con las organizaciones, y sólo en un caso se tuvo que proceder al desalojo de los invasores ante su actitud de cerrazón. ``Hoy ya no podemos permitir que más gente se instale en esa zona, porque es de altísimo riesgo, y afortunadamente en lo que llevamos de gobierno no se ha levantado una sola casa más; 830 chozas se han retirado en diferentes lugares y así seguiremos''.

Eladio Bautista refleja el sentir de mucha gente del lugar: ``cuando llueve nos entra mucho miedo, mucho temor de que se vaya a caer un árbol o se vaya a desgajar un cerro y ahí quedemos, pero qué podemos hacer, no tenemos otra opción, no tenemos dinero para rentar por ahí...''.