Iván Restrepo
De nuevo, el dengue

Por si no bastaran los daños que en los últimos meses sufrieron por la sequía y la crisis que priva en el campo, ahora varios municipios de San Luis Potosí ven con alarma cómo prolifera el dengue. Producido por un virus transmitido por la picadura del mosquito Aedes aegypti, su gravedad depende de la edad y el estado de salud del afectado. El mosquito, que algunos confunden con un zancudo, es de color café oscuro o negro y tiene manchas blancas en el tórax y las patas. El dengue se propaga porque la hembra del Aedes aegypti se alimenta de sangre humana para desarrollar sus huevos. Cuando lo hace con sangre de una persona enferma de dengue y luego pica a otras que están sanas, se genera la cadena de transmisión de la enfermedad.

Seguramente los habitantes de Valles, Tamazunchale, Ebano, Tampacán, Metlapa y otros municipios donde la epidemia de dengue ha afectado, oficialmente, a más de mil 200 personas y causado la muerte de dos, poco saben del ciclo de vida del mosquito que hoy tiene en ``urgencia epidemiológica'' a una amplia región de San Luis Potosí, y que también obligó a decretar ``alerta roja'' en un estado vecino: Hidalgo, y a tomar medidas de prevención en Tamaulipas. Tampoco saben que es una enfermedad que no se transmite directamente de una persona a otra: los enfermos suelen infectar a los mosquitos desde el día anterior hasta el final del periodo febril, que es de unos cinco días. Que el insecto se vuelve infectante de ocho a doce días después de alimentarse con sangre y así continúa durante toda su vida.

Desconoce la gente que no todos los dengues son iguales. Hay uno, el clásico, cuyos síntomas duran de tres a siete días y consisten en fiebre alta repentina, dolor intenso de músculos, articulaciones, cabeza, huesos y ojos, además de salpullidos en el tronco, brazos y piernas. Mientras el otro, el hemorrágico, es el más peligroso y puede causar la muerte: además de la fiebre, ocasiona sangrado en varias partes del cuerpo, dificultad para respirar, vómito o diarrea, alteración en la presión, sudoración, palidez y sueño. Aunque las dependencias del sector salud hacen periódicamente campañas para prevenir el mal, parece que no surtieron los efectos deseados entre la población potosina, especialmente la más pobre. De otra forma, no se explica el número de afectados (unos 60 diarios este mes) y la muerte de algunos de ellos.

En primer lugar, es necesario identificar y destruir todo criadero de mosquitos. Esto se puede hacer manteniendo bien tapados los recipientes donde se almacena agua o eliminándola de pozos y letrinas abandonadas, paredes y depresiones del terreno. En paralelo, poner la basura en su lugar: desde llantas viejas, latas, envases y desechos orgánicos hasta recipientes que puedan acumular agua. Si este aseo se efectúa en los patios y las huertas de las casas, en lotes baldíos y tiraderos municipales de basura a cielo abierto, el mosquito tendrá menos oportunidad de reproducirse. Porque el dengue hace su agosto en el campo y las ciudades, y si los afectados por el de tipo hemorrágico se atienden con oportunidad, desaparece el peligro de muerte. En este sentido, la acción oportuna del sistema nacional de salud es básico tanto en las tareas de prevención como en las de tratar a quienes resultan infectados por el mosquito. Es importante contar con agua potable para que la consuman los enfermos, o con suero oral, especialmente si hay vómito y diarrea. Algo de que se carece en muchas comunidades.

Cada año, especialmente los estados costeros de México sufren el azote del dengue. Aparece con las lluvias por el agua estancada, la falta de servicios básicos y hábitos de limpieza. La población se refiere a él como ``quebrantahuesos'' por el dolor que ocasiona en el cuerpo. También como ``mal del trancazo'' porque el dolor de cabeza es muy intenso, como si se hubiera recibido un fuerte golpe en la misma. Aunque hay campañas de fumigación con DDT o con Abate para eliminar al mosquito, lo mejor es no llegar a esta medida para evitar daños al ambiente y a la salud de la población.

Hace justo un año, el dengue hacía estragos en Quintana Roo, Tabasco, Tamaulipas, Guerrero y Veracruz, lo que se interpretó como un nuevo descuido en el sistema de vigilancia epidemiológica hacia quienes viven en condiciones de insalubridad. Como el cólera y otras enfermedades transmisibles, el dengue es clara muestra de la pobreza y falta de políticas de bienestar para las comunidades más atrasadas. Combatirlo no debe convertirse en cosa del otro mundo. Basta la participación organizada de la población y de las autoridades. Lo que sucede en San Luis Potosí y otras entidades (en Oaxaca suman más de 11 mil los afectados y cuatro murieron recientemente en Juchitán), revela que el sector público no actuó con eficiencia y prontitud. Ojalá lo haga ahora que abundan las lluvias y propician la presencia del mal. Sería imperdonable que, como en años anteriores, el dengue otra vez cause miles de víctimas y algunos muertos.