Elba Esther Gordillo
¿Tiene futuro el PRI?

El jueves pasado se presentó el libro de José Antonio Crespo ¿Tiene futuro el PRI? Una reflexión académica lúcida, rigurosa, sustentada en estudios de política comparada, que interpela críticamente a quienes, como yo, inscriben su quehacer en la esfera de la lucha social, de la militancia partidista.

Mi respuesta a la interrogante de Crespo es que sí, que el PRI tiene futuro, pero que éste depende de que los priístas sepamos entender este nuevo tiempo y asumir que no hay vuelta al pasado, que las viejas formas de hacer política: la subordinación acrítica a los poderes públicos, la ausencia de una visión estratégica, la incapacidad para acercar a nuevos actores sociales, la falta de oferta clara y atractiva para los jóvenes y las mujeres, dejarían al PRI sin destino.

En el pasado, la debilidad de la competencia se tradujo muchas veces en falta de responsabilidad, en impunidad para decirlo por su nombre; la férrea disciplina hizo que se perdieran iniciativas que habrían permitido corregir el rumbo. La verticalidad ha cerrado espacios a la autocrítica y ha evitado responder con oportunidad a acontecimientos repentinos --basta recordar Los relámpagos de agosto--. Todos esos lastres, y otros más, constituyen los desafíos cruciales del PRI.

Pero como lo hemos podido constatar con las últimas jornadas electorales, es falsa la disyuntiva entre democracia o PRI. El PRI puede jugar y ganar con reglas plenamente democráticas.

El comportamiento electoral observable en toda la geografía del país evidencia, por otra parte, que la alternancia es ambidiestra; lo mismo gira para la derecha que a la izquierda o se mantiene en el centro. La alternancia en el poder nos ha enseñado a todos que las victorias no las da sólo la historia, sino la selección de los mejores hombres, la capacidad de respuesta frente a demandas ingentes y la eficacia en la responsabilidad pública, y que ni los triunfos ni las derrotas electorales son permanentes.

La transición democrática no es monopolio de un partido, de un grupo o de un solo hombre, es una construcción, una obra colectiva que no puede asegurar derrotas o victorias... Partidos en el gobierno y en la oposición debemos trabajar por igual, disputarnos el voto, ganarlo: ése es el sentido de la competencia democrática. La plenitud democrática no depende de la desaparición o eventual derrota del PRI en las elecciones del año 2000. Depende de la equidad y transparencia de los comicios, del quehacer político de todos los actores, de las condiciones de gobernabilidad y de la participación decididamente democrática de los partidos políticos y fuerzas sociales.

De modo que la pregunta de José Antonio Crespo acerca del futuro del PRI, puede aplicarse a cualquier partido. Después de todo, la democracia es una oportunidad de cambio, de transición para todos. Y para todos el reto es proporcional.

La hora de la democracia para el país puede ser el tiempo exacto de la reforma decisiva del PRI. Cohesión y liderazgo, discusión y consenso, audacia y responsabilidad histórica, serán lo que lleve al PRI a remontar con éxito el umbral del nuevo siglo. El principal reto para el PRI está adentro: en la capacidad para resolver la tensión entre democracia y unidad. En generar reglas que respondan al reclamo democratizador y, a un tiempo, mantengan la cohesión interna.

Toca a los priístas y, de manera crucial, a su dirección, encabezar el inevitable cambio para transitar de un partido hegemónico a uno predominante en la democracia. De no hacerlo estaríamos malgastando una de las últimas oportunidades que nos quedan.

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