La Jornada Semanal, 23 de agosto de 1998
Hace unos meses descubrí El libro de las preguntas, de Edmond Jabés. No debe haber mayor satisfacción que descubrir un libro, en la medida que aventurarse en su lectura reactiva el asombro de cuando se aprendió a leer. Todo verdadero escritor nos impone el recuerdo de esa experiencia, nos impone una forma de leer. Y este es el caso de Jabés, que no se puede leer de un tirón, que aun cuando su escritura presenta una intención narrativa, la historia funciona -como sugiere Jacques Derrida- por saltos: ``La muerte se pasea entre las letras'', anota Derrida. ``Escribir, lo que se llama escribir, supone el acceso al espíritu mediante el valor de perder la vida, de morir para la naturaleza.''
Edmond Jabés nació en El Cairo en 1912 y falleció en París en 1990. En 1959, poco después de su llegada a París, Gallimard publicó una amplia recopilación de su poesía, que reunía todos sus pequeños libros y carpetas. En Francia, Jabés era un absoluto desconocido hasta que apareció su voluminoso libro, cuando tenía cuarentaicuatro años. Hasta unos años antes, la vida y la producción de Jabés habían transcurrido en Egipto. Y, como sugiere Paul Auster, es probable que de haber permanecido en El Cairo, Jabés continuaría hoy siendo ese absoluto desconocido. Pero, cabe preguntarse si ese anonimato podía preocuparle al hombre que establece con devoción la invisibilidad del autor en función del libro. ``Estoy ausente porque soy el cuentista. Sólo el cuento es real.''
Aprender a leer, según John Steinbeck en el prólogo a su notable versión de Los hechos del Rey Arturo, de Thomas Mallory, es siempre una revelación. Reducir el universo a una serie de símbolos tiene algo de prodigioso. Y entonces -en un sentido borgiano-, leer es ya escribir. ``Tú eres el que escribe y es escrito'', advierte Jabés en el comienzo de su libro. Y también: ``De niño, cuando escribí por primera vez mi nombre, tuve conciencia de iniciar un libro.'' En el libro de Jabés puede leerse una historia de amor, una historia de exilio, una historia de búsqueda, cifrada en el hallazgo de un lugar imposible. Es justamente la ausencia de ese lugar que se busca lo que convierte al libro en Tierra Prometida. En una entrevista de Auster, Jabés declara: ``El libro se ha transformado en mi patria verdadera, prácticamente la única. Esta idea ha llegado a ser muy importante para mí, hasta tal punto que poco a poco mi condición de escritor ha pasado a identificarse con mi condición de judío. Creo que en cierto modo todos los escritores experimentan la situación del judío, porque cada escritor, cada creador, vive en una especie de exilio. El libro se ha convertido no sólo en el lugar donde puede encontrarse a sí mismo con mayor facilidad, sino también en el sitio donde puede encontrar su verdad. Y, para el judío, el cuestionamiento del libro es una búsqueda de la verdad. Esta verdad es la misma verdad de un escritor.''
Los dos tomos de la traducción española de Jabés, de alrededor de cuatrocientas páginas cada uno, además de plantear respetos, abiertos en cualquier página, al azar, inspiran ese vértigo de toda travesía iluminadora. En efecto, se puede arrancar desde esa página que depara el azar, y sucede el milagro. Pero Jabés obliga a volver siempre al comienzo: ``Señala con una marca roja la primera página del libro, pues la herida es invisible en su comienzo.'' Herida, dice Jabés. Kafka, en sus diarios, demanda escribir libros que duelan. Porque al escribir se persigue cierta solidaridad. Los libros no remiten sólo a los discursos. Las palabras no son sólo palabras.
Edmond Jabés
Foto: Les Parvis Poétiques