Masiosare, domingo 23 de agosto de 1998


Los buzos del drenaje


Bajo la guerra de las lluvias


Alberto Nájar

¿Qué pasaría si falla el drenaje de la ciudad de México?

35 mil litros de agua residual correrían cada segundo por las calles, luego de brotar por las coladeras públicas y de los hogares.

Detrás de la guerra de las lluvias, en la reciente tragedia anual que alimenta a los medios y enfrenta a los actores políticos de la ciudad de México, hay trabajadores -ajenos a las cañerías de la política- que conocen a la perfección las tripas de la metrópoli.

Sus testimonios dan luz sobre el mundo que se mueve bajo nuestros pies. Allá abajo ellos se encargan de retirar todas las cosas imaginables, desde perros muertos hasta automóviles completos. Todo para que los desechos de la ciudad sigan fluyendo.

¿El DF es más peligroso allá abajo o acá arriba?, se les pregunta. No dudan: ``Es igual en los dos lados''.

En una pausa del relato sobre todo lo que encuentran allá abajo, el buzo Ricardo Vázquez lanza: ``Ojalá nomás tuviéramos que meternos a la mierda''.

* * *

Imagine que se mueve en millones de litros de aguas negras. Un casco de acero le cubre la cabeza por completo. No puede ver nada. La única señal de vida es el sonido de su propia respiración. De pronto tropieza con un objeto. Es blando. Lo descubre con sus manos poco a poco. Es un cadáver putrefacto.

Trate de repetir la experiencia cuatro o cinco veces al año.

¿Pesadilla? Para los buzos del drenaje de la ciudad de México es la pura realidad. Los encuentros cercanos de este tipo son gajes del oficio.

Hace 25 años se creó el equipo de buzos de la Dirección General de Construcción y Operación Hidráulica (DGCOH), un grupo de emergencia para el mantenimiento especial de la red de drenaje del Distrito Federal. Teóricamente, su trabajo sólo consiste en cambiar bombas y reparar compuertas. Pero a lo largo de los años han acumulado muchas historias.

Los integrantes actuales de la cuadrilla son Julio Cu Cámara, Ricardo Vázquez Jiménez y Luis Covarrubias Bocanegra, a quienes hasta los cuerpos especializados de rescate -como bomberos y el ERUM- piden ayuda, generalmente cuando se trata de sacar cadáveres de zonas inaccesibles.

Es la parte más ingrata del trabajo. ``Cuando me toca bajar siempre tengo la esperanza de no encontrar el cuerpo'', confiesa Covarrubias.

Sin embargo, en los intestinos de la capital los restos humanos son inofensivos.

Mezclados entre los 35 mil litros de aguas residuales que cada segundo producen los capitalinos, existen grasas, aceites, gasolina, diesel, ácido sulfúrico, desechos hospitalarios, muestras de laboratorio, lodo, gases tóxicos o explosivos... Sin contar las descargas de aproximadamente siete millones de excusados que hay en la ciudad.

Este caldo es el ambiente de trabajo de los buzos y muchos otros trabajadores. En ese mundo subterráneo, como dice Ricardo, la mierda es lo de menos.

Uñas

Para trabajar en las aguas negras se emplean dos tipos de traje: el seco, que sella herméticamente, y el scuba, como el del buceo deportivo.

El primero cuesta 70 mil pesos -más que una lancha con motor fuera de borda- e incluye una escafandra de acero que pesa 12 kilos. Está hecho con hule de seis milímetros de espesor, y se supone que con éste los buzos quedan completamente aislados.

Pero casi nunca sucede, porque el contacto con el agua es frecuente. Entonces ocurren las infecciones.

Luis Covarrubias cuenta que el año pasado, al quitarse el traje, le cayó una gota en el ojo derecho, y 24 horas después lo tenía completamente hinchado. Tardó semanas en curarse.

Después de cada inmersión, Ricardo Vázquez se deshace de su ropa interior. Y cuando tiene que trabajar en aguas negras ``no me acerco a mi esposa como en 20 días'', dice medio en broma.

Tampoco se rasura. ``El agua caliente abre los poros y por allí se meten las infecciones; si tienes una uña mal cortada o cualquier rasponcito, de seguro te enfermas''.

De hecho, el primer buzo que trabajó en la DGCOH, Martín Hischel, padecía de una infección en las uñas que nunca pudo curar, porque los médicos no supieron la razón de la enfermedad.

No obstante, las medidas de higiene que toman no parecen ser extremas. ``Nos bañamos con jabón zote y después nos untamos isodine'', dice Ricardo Vázquez.

-¿Será que ya se hicieron inmunes?

-Pues sí, la verdad es que un poquito, aunque nunca te acabas de acostumbrar (ríe). Cuando no huelo a caca siento que me van a desconocer los perros de la colonia.

Por una llanta

Presa Ruiz Cortines, al sur del Distrito Federal.

José Luis Silva Heredia, buzo de la DGCOH, encuentra la llanta que tapona la compuerta y que sus compañeros no pudieron sacar con un gancho y un cable de acero. Más experimentado que los otros, decide hacer el trabajo él mismo.

Bajo el agua, a diez metros de profundidad, José Luis saca su cuchillo y empieza a cortar el neumático.

Es el último movimiento de su vida.

En fracciones de segundo, la llanta se mueve y la presión de millones de litros de agua arrastra a José Luis a un tubo de 60 centímetros de diámetro.

Lo encuentran horas después -o lo que queda de él-, en una alcantarilla de Viaducto y Periférico.

Aunque pasaron siete años del accidente sus compañeros que siguen en el equipo no lo olvidan. Y menos en estos días. ``Tratamos de no pensar en eso, pero la verdad el riesgo de que se repita es permanente'', dice Julio Cu.

Sabe de lo que habla. El mes pasado se salvó de morir en la planta de bombeo de Aculco, en Iztapalapa, cuando sin previo aviso empezó a funcionar una de las bombas del tanque en que trabajaba.

``Sentí que el agua se movía y de volada me agarré de la máquina que estaba reparando'', cuenta. ``Si no hubiera sido por eso la corriente me hubiera arrastrado a las aspas de un cárcamo''.

Julio Cu tiene 23 años de buzo, 15 de los cuales ha trabajado en la DGCOH. En ese lapso, dice, desarrolló un sexto sentido que le permite detectar de inmediato cualquier movimiento inusual de las aguas negras.

Por eso escapó de las aspas.

El tanque de Aculco es de agua tratada, donde la visibilidad es más o menos de dos metros. Es de riesgo medio. Más peligrosas son aún las aguas negras, porque allí se trabaja a ciegas.

``No ves tu mano frente a la escafandra'', dice Cu. ``Ni siquiera con la lámpara más potente se puede distinguir algo. Es como iluminar una pared''.

-¿Y entonces cómo le hacen?

-Con las puras manos. Ya conocemos casi todas las máquinas que hay en la DGCOH, o nos aprendemos de memoria los planos de las nuevas.

La habilidad de trabajar a ciegas se desarrolla con la práctica. No hay escuela que enseñe como quitarse de la escafandra los restos de un perro, ni tampoco existen manuales que indiquen la forma más segura de atrapar un cadáver sin arrancarle una mano o un pie.

Y es que en el DF, como en otras ciudades del país, la costumbre es tirar todo al drenaje.

Perros y vochos

``Lo que más abunda son perros muertos'', confirma Julio Cu. ``Pero también hay fetos, tambos, llantas, vacas... Una vez en Santa Fe me encontré la mitad de un volkswagen''.

Normal. Hace dos años, cuando dragaban una parte del río de los Remedios los técnicos de la DGCOH encontraron un automóvil entero, totalmente desvalijado.

La red de drenaje en la capital es una de las más grandes del mundo, con casi 12 mil kilómetros de tuberías. De éstos, dos mil 800 se consideran primarias, e incluyen los 160 kilómetros del drenaje profundo, donde los tubos miden 6.5 metros de diámetro.

Igual que un edificio de cuatro pisos.

Por este complejo corren, en tiempo de lluvias, hasta 240 mil litros de agua cada segundo.

Filosofía en las cañerías

Antes de bucear en el drenaje, Luis Covarrubias Bocanegra estudió filosofía, inspirado, dice, por el movimiento del 68.

``Pero nomás aguanté dos años. Luego me salí y dije: `¿qué hago?' y me metí a estudiar técnico en química''.

Para entonces -1980- ya trabajaba en la DGCOH, aunque en el área administrativa. Un día, recuerda, se encontró con un memorándum donde solicitaban buzos.

``Le pedí a mi jefe que autorizara mi cambio, pero me mandó a volar. Lo estuve moliendo como seis meses hasta que lo enfadé y me dio chance''.

Ricardo Vázquez también trabajaba en el área administrativa de la Dirección, pero su cambio no fue tan complicado.

Y a Julio Cu le resultó más fácil incorporarse a la cuadrilla de emergencia: un día su compadre le contó que en la DGCOH solicitaban buzos profesionales. ``Vine a preguntar y me quedé''.

Julio aprendió a bucear en un deportivo de la YMCA, Ricardo en la Alberca Olímpica y Luis en la DGCOH, porque cuando le autorizaron su cambio ``nada más sabía nadar''.

¿Por qué bucean en el drenaje?

La pregunta no los sorprende. Es como si la escucharan a diario. Y por eso responden con las fórmulas hechas: para ayudar a la comunidad, porque es un reto a la superación personal, porque la ciudad los necesita...

Pero después confiesan. ``Es un trabajo que nadie más puede hacer. Y la verdad, se siente una emoción muy especial''.

Sin embargo, las oportunidades de emocionarse son pocas, porque entran en acción sólo cuatro o cinco veces por año. El resto del tiempo permanecen de guardia.

Los buzos ganan en promedio cuatro mil 500 pesos al mes. Por un trabajo similar -aunque en condiciones menos riesgosas- Petróleos Mexicanos paga diez mil pesos a los buzos mexicanos, y hasta 150 dólares diarios a los que contrata en el extranjero.

``Y ellos no tienen que lidiar con las porquerías que nos tocan a nosotros'', lamentan.

El asunto está pendiente en la agenda del nuevo gobierno capitalino, aunque no por mucho tiempo. Según el director de la DGCOH, Gustavo Rodríguez Elizarrarás, en las próximas quincenas los buzos recibirán un estímulo especial.

``Es que los tenían bien amolados'', cuenta. ``Andaban mendigando por una camioneta para llevar sus cosas. Eso no se vale, por eso de entrada ya les mandé a equipar una unidad para ellos solos''.

Los sacacacas

Mediodía en villa Milpa Alta.

Las huellas de los 57 milímetros cúbicos de lluvia que cayeron en dos horas se ven por todas partes.

Un jardín de niños construido a un lado del cauce se quedó sin paredes, y los salones que siguen en pie tienen una capa de lodo de dos metros.

La noche de la tormenta -viernes 14 de agosto- Lourdes García Flores y sus hijos observaron desesperados cómo la corriente se llevó camas, televisión, estéreo, estufa, la despensa del mes...

La familia Lara tuvo más suerte, porque el torrente respetó su imagen del Señor de Chalma. ``Es como un milagro chiquito'', dice María, la hija mayor.

Y en medio del caos, Antonio Valencia, supervisor de la DGCOH, ayuda a sus compañeros que limpian con las manos una alcantarilla.

No está muy contento con los periodistas.

``Mire'', dice mientras señala a los soldados que cargan carretillas de lodo. ``Llegan por un rato y hacen como que escarban, pero nomás a ellos les toman fotos''.

Don Antonio pertenece a las brigadas de pantaloneros -llamados así porque suelen usar pantalones de hule que les llegan al pecho-, encargados de limpiar prácticamente a mano las alcantarillas de la ciudad. Y la trae con los soldados.

``Ya los quisiera ver arriesgándose como nosotros, que no podemos traer ni una sola cortadita. Cuando uno de los muchachos se pica luego luego lo mando al médico, porque allí abajo hay de todo. Eso la gente no lo sabe, piensa que nomás somos sacacacas''.

-¿Por qué trabajan con las manos? ¿No tienen guantes?

-Sí, pero no es lo mismo. Tenemos que sentir lo que hay abajo para saber cómo sacarlo. Y los guantes se hacen chiclosos o se desbaratan.

A veces no basta con meter las manos y tienen que bajar a las cañerías. Es tal vez la única ocasión en que toman más precauciones, ``porque luego se forman gases peligrosos. Así hemos perdido a varios compañeros''.

El de los pantaloneros es uno más de los oficios desconocidos del gobierno capitalino. Con el PRI, el PAN o el PRD en el mando de la ciudad, ellos son los que, literalmente, impiden que la mierda salga a flote.

* * *

Campamento de la DGCOH en Peñón de los Baños, un viernes por la tarde.

Después de varias horas de contar sus peripecias, los buzos insisten en que su trabajo es tan normal como cualquier otro.

-¿Y dónde es más peligroso el DF? ¿Allá abajo o acá arriba?

Julio Cu contesta de inmediato: ``Es igual en los dos lados''.


La guerra
de las lluvias

Primer round: Oscar Levín Coppel, diputado local del PRI, declara a mediados de mayo que el gobierno capitalino no limpia las alcantarillas, y pronostica inundaciones en la temporada de lluvias.

Segundo round: el 18 de mayo la Secretaría de Obras anuncia una inversión de 30 millones de pesos para limpiar barrancas y desazolvar las cañerías. Tres mil personas participarán en la tarea.

Tercer round: el 6 de agosto en Cuajimalpa se desborda el río San Bernabé. Cuatro personas mueren. Una semana después, en Milpa Alta, un torrente de agua baja de los cerros y destruye 90 casas. Dos personas pierden la vida.

¿Que pasó?

``Cayó más agua de la que pueden recibir las alcantarillas'', justifica el responsable de la Dirección General de Construcción y Operación Hidráulica (DGCOH), Gustavo Rodríguez Elizarrarás.

-El PRI dice que no se limpiaron las alcantarillas.

-Que se dediquen a hacer política y dejen la técnica para los que saben. Las alcantarillas sí se limpiaron, y tan se hizo un buen trabajo que nada más de las barrancas de Alvaro Obregón sacamos 28 mil toneladas de basura.

-¿En qué condiciones se encuentra la red de drenaje?

-Satisfactorias. No hay crisis como se menciona. Y si así fuera, los priístas estarían haciéndose el hara kiri, porque ellos la construyeron. Ni modo que en seis meses la hubiéramos cambiado.

Pero en la arena política, el argumento no parece tener eco. Tal vez porque en el mismo gobierno no se ponen de acuerdo. Por ejemplo, en relación con los desalojos en zonas de alto riesgo.

El 12 de agosto el secretario de Desarrollo Social y Vivienda del Distrito Federal, Roberto Eibenshutz, declaró que, ``de ser necesario'', se utilizará la fuerza pública para desalojar a mil 600 familias que habitan en las laderas de las barrancas y otras zonas peligrosas.

Y un día después el subsecretario de gobierno, Leonel Godoy, aclaró que no habría desalojos, sino evacuaciones ``para salvar vidas''.

La guerra de las lluvias continúa, sobre todo en algunos medios de comunicación.

La noche del 14 de agosto los noticieros de Televisa y Televisión Azteca parecieron ponerse de acuerdo para informar de la tormenta que azotó a Milpa Alta: con la imagen de las inundaciones como fondo, ambas televisoras recordaron las declaraciones que Levín Coppel hizo tres meses atrás. Y le echaron la culpa de todo al gobierno del Distrito Federal. Como si las aguas de lluvia o las aguas negras tuvieran preferencia electoral. (Alberto Nájar)