La Jornada 23 de agosto de 1998

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco

La última tarde con Raziel

-Es el compadre. ¿Qué le digo? -Hortensia cubre la bocina del teléfono mientras espera la indicación de su hermana Daniela.

-Que no se preocupe, él no tuvo la culpa de nada -contesta Daniela mientras mira al vacío.

-Deberías decírselo tú.

-Ahorita no tengo ganas de hablar con nadie.

Hortensia, desolada, mueve la cabeza y sigue las instrucciones de su hermana:

-Lo siento, Rafa. Daniela está durmiendo y no quiero molestarla. Ya luego le hablará... De eso no tenga pendiente. Ella sabe que usté no es culpable de nada... Pues sí, pero usté también deberá de comprender cómo se siente mi hermana. Y si me perdona, voy a colgar porque están tocando la puerta y no hay quien abra.

Hortensia cuelga y se queda junto a la mesita del teléfono. Siente que permaneciendo de pie estará más apta para atender a su hermana. Daniela levanta la cabeza y le sonríe:

-¿Será que el compadre Rafa está preocupado por su porquería esa? Su pistola. Si habla otra vez dile que yo no la tengo.

-Maldito. ¿Cómo se le fue a ocurrir...? -Hortensia se muerde los nudillos y procura contener el llanto.

-Por qué no pensó; no me imagino... -Daniela hace una pausa larga. -Si yo tengo una pistola y tú llegas y me la pides diciendo que la necesitas para defenderte porque un vecino te amenazó, ¿qué hago? Pues te la presto, y más si nunca me has mentido. Y eso tenía mi Raziel: nunca dijo una mentira.

-¿Y tampoco lo que pensaba hacer? -Hortensia arrastra una silla y la pone junto a la que ocupa su hermana.

-No, nada -Daniela echa la cabeza hacia atrás y mira el techo, donde parece revelársele el pasado: -Bueno, sí y yo no supe comprenderlo. Por eso, nomás por eso, voy a condenarme.

Daniela se cubre la cara con las manos y se estremece sin oír las súplicas de Hortensia:

-Por favor, cálmate. Piensa: ¿qué ganas con echarte la culpa? Sufrir más. No es justo ni por ti ni por tus hijos. La Nailín está chiquita y puede que no se dé cuenta, pero el Beto. -Una sonrisa borra la expresión tensa de Hortensia. -Hoy en la mañana me lo encontré sentadito, forrando sus libros. Qué bueno que ya se va a la escuela porque así no estará pensando todo el tiempo en lo sucedió. Ojalá no vayan a molestarlo sus compañeros.

-Ojalá -murmura Daniela. Se pone de pie y atraviesa el cuarto hasta quedar frente a la ventana: -Aquí me paraba yo todas las tardes a esperar a Raziel. A veces sentía ganas de llorar al verlo tan abatido. ``¿Por qué vienes así?'' le preguntaba y él me decía que era cansancio nada más. Es muy pesado manejar trascavos. Le compré su cincho porque me daba miedo de que se relajara. Nunca temí otra cosa y ya ves lo que sucedió.

-Mejor no pienses.

-No, si no pienso, nomás me acuerdo.

-¿De qué? ¿Hablaron de algo antes de...?

Daniela se vuelve hacia el exterior. Hortensia no puede ver la expresión de su hermana mientras le describe la última tarde que pasó con Raziel:

-Era viernes. Llegó temprano para que fuéramos al centro a comprarle sus útiles al Beto. A Raziel no le gustaba que su hijo nos acompañara cuando íbamos de compras porque sentía muy feo de no poder darle al escuincle todo lo que se le antojaba. -Daniela se vuelve unos segundos hacia Hortensia: -Por eso te dejé a mis hijos encargados.

-Se portaron re'bien... -dice Hortensia aun cuando sabe que su hermana no la escucha porque sigue absorta en sus recuerdos:

-Pero fue Raziel el que se portó como su chamaco. En cada tienda en la que entrábamos le pedía a las dependientes que le enseñaran todo: las cajas con 24 crayolas, los juegos de transportadores. Con decirte que hasta un microscopio quiso ver, pero acabamos comprando lo más indispensable. Raziel se mortificó porque no lo dejé que se trajera una mochila en forma de dinosaurio. ``Beto no la necesita. Yo le hago su morralito y con eso...''

Daniela se apoya en el marco de la ventana: -Ya veníamos para la casa cuando pasamos enfrente de una tienda muy grande. Está en el eje. Raziel quiso detenerse allí. Se estuvo un buen rato viendo el aparador. Nos hubiéramos quedado más tiempo si no hubiera sido porque el policía que estaba en la puerta de plano se nos pegó, como si pensará que éramos secuestradores o ladrones. Raziel se dio cuenta y le dijo: ``¿Qué le pasa, señor? Nada más estamos viendo''.

El tipo respondió: ``Circule, circule, no obstruya la entrada''.

-Los ladrones se pasean por todas partes pero a uno, nomás porque es pobre, qué tal nos friegan -dice Hortensia.

-Eso fue lo que le dijo Raziel al policía. El nomás repitió; ``Circule, circule por favor''. Yo pensé: Donde mi viejo le conteste y se hagan de palabras quién sabe que vaya a pasar. Por eso le pedí que nos viniéramos a la casa porque ya me dolían mucho los pies.

-Y dónde que ibas de tacones.

-A Raziel le gustaba que me los pusiera -Daniela inclina la cabeza y observa sus zapatos de charol, aún manchados por la tierra del cementerio. -Ya íbamos a tomar la combi cuando me dijo que me invitaba un café. Pensé recordarle que ya era tarde pero no lo hice. Y qué bueno porque de otra forma él habría muerto sin que yo lo hubiera conocido.

-Llevaban ocho años de casados.

-Sí pero nunca antes me habló del sueño de su vida: convertirse en alguien importante que firmara muchos papeles con una pluma fuente muy bonita. Me lo contó bien chistoso: ``Mientras mi papá me dejaba cuidando la carbonería, yo pensaba: cuando sea médico o licenciado o algo así, estaré en un despacho bien limpio y allí escribiré cosas de leyes o recetas con una pluma buena: ¡de oro!'' -Daniela cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás: -Recordé: ``¿Como las que vimos en el aparador?'' Me contestó: ``Sí. Nunca pude comprar una y ahora, como me ven zaparrastroso, ni siquiera puedo mirarlas porque creen que soy un ladrón. ¿Viste la que costaba 2 mil 600? Era una preciosidad. ¿A poco no?'' -La voz de Daniela se ahoga. Hortensia se aproxima a su hermana y le rodea los hombros con sus brazos:

-¿Qué pasa? Dime...

-Te juro por Dios santo que si en ese momento me hubieran dado el dinero de la tanda habría ido a comprar la maldita pluma. Se lo dije a Raziel y él se burló: ``¿Qué caso tendría, si voy a pasarme el resto de mi vida manejando un trascavo, si bien me va? Además, como están las cosas, al que tiene una pluma de ésas pueden matarlo para robársela''. Lo regañé: ``No seas tan pesimista. Ya verás cómo un día salimos adelante''. ``¿Cuándo?'' No supe qué contestarle.

-Yo tampoco hubiera sabido.

-Ahora me arrepiento de no haberle preguntado en ese momento más cosas. Y en la noche, cuando quise hacerlo, me paró el alto: ``No hay que hablar de los sueños, y menos cuando uno está en un agujero sin salida''. Nomás le dije que cómo podía hablar así teniendo a dos hijos tan lindos y se calmó. Enseguida me tomó de las manos y me dijo lo último bonito que le oí decir: ``Dios quiera que el Beto, cuando llegue a mi edad y vea que no cumplió ninguno de sus sueños, ni siquiera comprarse una pluma bonita, tenga junto a una mujer como tú''. Entonces se acostó pero noté que no dormía: ``¿Sigues pensando en la pluma?'' ``No: pienso en que quiero morirme''.

-Si las cosas estaban tan bien entre ustedes, ¿por qué...?

-``¿Cuándo? ¿Cuándo saldremos adelante?'' Al otro día, ya ves: fue a ver a Rafa y le pidió su pistola. Me consuela saber que mi Raziel al menos pudo realizar un deseo: morirse.