Boris Yeltsin, que había dicho que defendería el rublo como un perro, lo devaluó, empujado entre otros por ese bucanero de las finanzas que es George Soros. Rusia, que después de 1989 parecía ser un gigantesco mercado virgen para la expansión capitalista y que, junto con China, era la esperanza para los capitales en búsqueda de altísimas tasas de ganancia, se está derrumbando. No bastaron, en efecto, el dominio de la mafia sobre la economía ni la corrupción e ineficiencia del personal político para asegurar los negocios del gran capital internacional.
El lastre de la burocracia, la imposibilidad de desmantelar totalmente un pesado aparato económico estatal del cual depende el poder de una parte importante del personal político heredado del ``socialismo real'' y reciclado como pionero del capitalismo pero que mantiene del pasado métodos y mentalidades, así como las resistencias de la sociedad (huelgas, protestas militares, crecimiento de la oposición), destruyeron el sueño de los que creían invertir en tierra arrasada, sin obstáculo alguno. La pesadez de la antigua Rusia atrasada, que tanto influyó en la barbarie de la vía stalinista para el desarrollo económico estatal, volvió a cobrar su tributo. Es que no basta con invertir: hay que poder sacar ganancias, vender, realizar. Y el caos administrativo y financiero, el del transporte, la burocracia, la corrupción, la mafia y la imposibilidad de tener costos ciertos impiden el desarrollo normal del capitalismo y la construcción de un Estado moderno para garantizarlo porque el saqueo no lleva automáticamente a la acumulación de capital.
De modo que los que invirtieron con grandes esperanzas se encuentran de golpe con sus capitales devaluados, enormes pérdidas y un mercado ya débil que será reducido por la pérdida de poder adquisitivo resultante del impulso brutal que recibirá la inflación debido al mayor costo de los alimentos y de los productos esenciales, que son importados. Para colmo, los productos rusos, salvo las materias primas, como el petróleo, no son competitivos y la devaluación no les ayudará mucho a entrar en el mercado internacional. En cambio, ella estimulará la especulación inmobiliaria y la venta por un pedazo de pan del esfuerzo acumulado por el pueblo ruso, que así será ulteriormente expropiado. Ahora bien, Rusia está en periodo preelectoral y la inquietud política aumentará junto con la crisis económicas y con los costos sociales de la misma.
La oposición nacionalista, de la que forman parte los seudocomunistas a la Zyuganov, crecerá y aumentarán también las tentaciones populistas y aventureras de militares como Alexandr Lebed, que se monta sobre el descontento de las fuerzas armadas. No está excluido pues el peligro de un gobierno apoyado en las fuerzas semidestruidas y andrajosas pero igualmente nucleares y potentes de los militares, que son nacionalistas y están desesperados. Además, la crisis actual debilita aún más al Estado, que está en putrefacción, y favorece a los cuervos de todo tipo, como los que quieren quitarle a Rusia el control del petróleo del ex Asia Central soviética que hoy pasa por su territorio en la vía hacia la Europa industrial, para llevarlo, en cambio, hacia Turquía o Afganistán, donde la acción bélica de los talibanes sirve para ese objetivo de despedazamiento feroz y reducción del Estado colonial del gigante ex soviético caído. Dado que el petróleo será pronto escaso y vital, quitarle el combustible ruso al posible desarrollo chino, a Japón y a Europa, significa unir al control del carburante latinoamericano y al del medioriental y del Mar del Norte, el de los yacimientos asiáticos ex soviéticos o sea, ocupar posiciones estratégicas para las futuras guerras económicas, o guerras a secas.
Por otra parte, con la devaluación del rublo y la crisis agravada en Rusia se desvanecen muchos de los planes de colaboración económica e industrial con Japón y con China, y las economías de estas dos potencias asiáticas tendrán que enfrentar ulteriores problemas. La devaluación del yuan podría hacerse necesaria para mantener las exportaciones chinas y frenar las importaciones, pero eso significaría enormes pérdidas para los inversionistas en China, fuga de capitales de ese mercado y repercusiones en cadena en todo el mundo de una crisis que va para largo y que golpeará a todos, incluyendo a Estados Unidos que es el primer país importador de bienes y de capitales. Entonces había que amarrarse realmente el cinturón.