Alejandro Nadal
Una enfermedad llamada vulnerabilidad
El desplome de la Bolsa Mexicana de Valores (BMV), la devaluación desmedida y el disparo en tasas de interés, son indicadores de que la economía mexicana sufre una enfermedad crónica grave. Ese padecimiento no se llama globalización, como el gobierno quiere hacer creer. Se llama vulnerabilidad.
Es cierto que hay crisis en las principales plazas financieras del mundo. A la crisis asiática, se suma la de la economía rusa, con una devaluación de 50 por ciento del rublo, moratoria de pagos, tasas de interés astronómicas, el ineficiente rescate del FMI, y el arrastre de las principales bolsas de Europa, en especial la alemana. Se añade la perspectiva de desaceleración económica en Estados Unidos, y un paquete de medidas económicas en Japón (aumento de gasto público y desgravación fiscal) poco convincente, en parte por la magnitud de su crisis bancaria. La situación en China tampoco alimenta esperanzas. En América Latina, la devaluación en Venezuela y la caída de las bolsas de Brasil y Argentina, termina por completar el cuadro negro.
Pero hace apenas dos días el titular de la Secretaría de Hacienda anunció que las medidas preventivas que se habían adoptado en México, especialmente en materia presupuestal (los recortes), y monetaria (los cortos de liquidez aplicados por el Banco de México,) permitirían enfrentar este entorno con seguridad, permitiendo alcanzar metas de crecimiento y estabilidad este año frente a las presiones desatadas por el negativo entorno internacional.
En menos de 48 horas el desmentido ha sido brutal.
Los recortes al gasto y los cortos aplicados por el Banco de México no permitieron sortear las condiciones negativas que marcan la economía internacional desde el año pasado. Los recortes han sido insuficientes frente a la evolución de los precios de crudo, revelando negligencia e impericia frente a las graves distorsiones existentes en materia de ingresos fiscales. El débil acuerdo entre exportadores fue insuficiente para asegurar el repunte de los precios de crudo, a pesar de las declaraciones del inexperto titular de la Secretaría de Energía.
En política monetaria, los cortos de liquidez que impuso el Banco de México desde marzo no pudieron frenar presiones inflacionarias. La política de cortos del BdeM fue poco efectiva para detener el deterioro cambiario. No provocó el alza esperada en la tasa de interés y la baja en la demanda de circulante. Reconociendo su fracaso, ahora decreta una tasa mínima obligatoria de 27 por ciento y tuvo que inyectar 200 millones de dólares para quitar presión al mercado cambiario. Todo este despliegue de apagafuegos ¡de un instituto comprometido con las libres fuerzas del mercado y un régimen de tipo de cambio flotante!
La prioridad gubernamental es la búsqueda de la estabilidad macroeconómica. No importa sacrificar al sector real de la economía bajo las pinzas de la restricción presupuestal y la monetaria. Lo irracional de la política oficial queda ahora al descubierto: aún sacrificando metas de crecimiento y bienestar, el gobierno no puede ofrecer buenos resultados en materia de estabilidad macroeconómica. En cambio, con el mediocre crecimiento del PIB, este año nos proporcionará deterioro cambiario, altísimas tasas de interés, (comparables a las que generaron la crisis generalizada de pagos de 1995), inflación de 18 por ciento, y persistente deterioro en la balanza comercial (déficit de 7 mil millones de dólares) y cuenta corriente (15 mil millones de dólares).
La vulnerabilidad de la economía mexicana no sólo se mantuvo, sino que se incrementó. Un indicador es lo diminutivo de los volúmenes de operaciones en el mercado cambiario y en la BMV (el volumen de acciones negociadas está por debajo de los 80 millones), y las desproporcionadas consecuencias de estos movi- mientos especulativos. Es decir, pequeños movimientos desencadenan grandes caídas y volatilidad creciente. Esa mayor vulnerabilidad es resultado de una apertura financiera peleada con todo tipo de regulación a los flujos de capital.
Una vez más, el gobierno se equivocó: los recortes y los cortos no resguardaron a la economía mexicana del negativo entorno internacional. Este fracaso no puede ser cargado a la cuenta de la globalización. Está en el pasivo de un gobierno que desde sus primeros pasos fue incapaz de re-examinar su política económica de premios a la especulación financiera. Así, la vulnerabilidad proviene de un modelo que el gobierno mantiene obstinadamente, esperando el fin del milenio para festejar el final de la pesadilla.