La brusca caída de la cotización de la moneda nacional frente al dólar, ocurrida ayer, puede explicarse, parcialmente, por razones externas, y se vincula con las pérdidas bursátiles y cambiarias registradas en diversas plazas de Europa, Asia y América Latina. Pero la depreciación del peso tiene también factores internos que no pueden ser soslayados. De hecho, para que los nerviosismos o los pánicos financieros procedentes del exterior se manifiesten en los mercados de dinero y de valores del país, se requiere de agentes locales que traduzcan tales tendencias foráneas de inestabilidad en operaciones especulativas locales.
Fuentes financieras informaron que las mesas de dinero de los principales bancos del país fueron, en ésta como en otras ocasiones, las promotoras principales de este nuevo quebranto de la moneda mexicana y, por extensión, de la economía nacional. En efecto, los instrumentos gubernamentales se ofrecen en mercados financieros a través de tales instancias y, en el curso de la semana, éstas obligaron la reducción de las tasas de interés y propiciaron, con ello, un desplazamiento masivo de capitales hacia el mercado cambiario en busca de dólares, desatando así una nueva embestida contra el peso.
Por otra parte, debe recordarse que las casas de cambio de los principales grupos financieros manejan alrededor de las tres cuartas partes de ese mercado; son, por así decirlo, las mayoristas de dólares y, en consecuencia, las grandes beneficiadas con las fluctuaciones cambiarias. No es difícil imaginar, entonces, en qué manos habrían quedado, a fin de cuentas, la mayor parte de los 200 millones de dólares que el Banco de México inyectó en el mercado en el curso de la jornada de ayer con el propósito de fortalecer el peso.
De resultar exactos estos informes, el país tendría una prueba más sobre el carácter desestabilizador de un sector financiero poco regulado, orientado casi por completo a las actividades especulativas e incapaz de apoyar a los sectores productivos, generadores de riqueza y empleo.
Ante esta circunstancia cabe preguntarse por la razón del empeño de las autoridades económicas en seguir, contra viento y marea, fortaleciendo, protegiendo y rescatando al sector financiero de los efectos de su propia voracidad, en tanto que se permite el deterioro y el colapso de la planta productiva.