Juan Arturo Brennan
Veinte años en San Miguel

Para conmemorar sus 20 años de tenaz e ininterrumpida existencia, el Festival de Música de Cámara de San Miguel de Allende eligió en 1998, como ya es tradición, una programación anclada con firmeza en lo clásico del repertorio, con algunas extrapolaciones no sólo interesantes, sino evidentemente necesarias. Una mirada a los 13 programas que conformaron la parte medular de este veinteañero festival permite corroborar que, al igual que en ocasiones anteriores, se ha cubierto casi en su totalidad el linaje fundamental de la escritura para cuarteto de cuerdas: Haydn, Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Schubert, Dvorák, Borodin, Debussy, Bartók y Shostakovich fueron los compositores que representaron ese esqueleto básico de la historia del cuarteto. Un panorama bastante completo, por cierto, aun cuando los exigentes pudieran extrañar la presencia de Brahms, Revueltas, Villa-Lobos, Ginastera y algunos otros de sus colegas. Para este hito importante de dos décadas de existencia de lo que sin duda es su actividad cultural principal, San Miguel de Allende recibió como invitados a los cuartetos Chilingirian, Penderecki, Ying, Lark, Lati- noamericano y Tokio. Un análisis objetivo de la programación del festival permite afirmar que, de nuevo, el programa más interesante fue el ofrecido por el Cuarteto Latinoamericano, único grupo que se atrevió (y con éxito singular, a pesar de los escépticos) a presentar un concierto dedicado por entero a compositores iberoamericanos del siglo XX: Ibarra, Márquez, Del Campo, y un estreno mundial de Mario Lavista.

Por su parte, el Cuarteto Penderecki contribuyó a la exploración de otros repertorios programando a Barber, a Respighi y a Buhr, mientras que el Cuarteto Lark ofreció sendas obras de Kernis, Schickele y Bolcom.

Las dos sesiones finales de esta vigésima edición del Festival de Música de Cámara de San Miguel de Allende estuvieron a cargo del Cuarteto Tokio y, como es usual cuando de este grupo se trata, estuvieron llenas de momentos musicales de alto nivel. Del Cuarteto Op. 76, No. 1 de Haydn, menciono en particular la homogeneidad impecable de textura y movimientos paralelos en el segundo movimiento, así como el sagaz tratamiento estilístico de la danza rústica del tercer movimiento, retomada brevemente por Haydn en el movimiento final. En el Cuarteto No. 1 de Shostakovich fueron especialmente rigurosos los solos de viola de Kazuhide Isomura en el segundo movimiento, así como la rica coloración obtenida por el Cuarteto Tokio en un atípico scherzo en el que el compositor pide sordinas. En el Cuarteto Op. 59 No. 3 de Beethoven, el grupo mostró una impecable técnica de dedos y de contrapunto en el ágil fugato que da impulso y vida al cuarto movimiento.

En el segundo concierto del Cuarteto Tokio resaltó la presencia (en compañía de otros dos cuartetos de Beethoven) de las Cinco piezas Op. 5 de Anton Webern. En la segunda de ellas, el ensamble logró momentos de un alto lirismo, depurado y decantado con gran atención a la estética weberniana, y en la cuarta, el Cuarteto Tokio manejó con precisión singular uno de los pocos momentos de repetición que hay en la producción de Webern, a través de una brevísima figura reiterada en el violoncello que funciona como metrónomo para las ascéticas intervenciones de los otros instrumentos. Antes de esta obra, el grupo interpretó el Op. 18 No. 3, uno de los cuartetos tempranos de Beethoven, poniendo de manifiesto con inteligencia el hecho de que en los albores de su producción cuartetística, el compositor alemán todavía pensaba por momentos en términos de un violín primero cuasi-solista, con acompañamiento de trío de cuerdas. En el Cuarteto Op. 59, No. 2 de Beethoven con que se cerró el festival, destacó la expresividad aplicada al ondulante, hipnótico Adagio molto y, de nuevo, la asombrosa técnica y disciplina rítmica en el movimiento final, un presto velocísimo pero nunca desbocado. Como colorarios respectivos a sus estupendos recitales, el Cuarteto Tokio ofreció sendas piezas de Mozart y Mendelssohn, breves pero magníficos trozos musicales, interpretados de manera impecable.

Es importante recordar que, como siempre, el festival estuvo cimentado en su ya tradicional programa de becas, talleres, clases maestras y conciertos de los alumnos, actividades en las que radica la verdadera trascendencia del festival, y que han producido resultados tangibles y audibles a lo largo de los años.