León Bendesky
Sacudida económica
La inestabilidad financiera internacional se está acentuando y no parece haber formas efectivas de establecer algún control sobre los mercados de dinero y capitales. Las monedas de varios países se devalúan y ocurren fuertes pérdidas en las bolsas de valores, se reduce el nivel de la actividad económica, quiebran empresas y muchas personas quedan desempleadas. Durante todo este año se ha acentuado la fragilidad de las economías del este asiático, de China y, sobre todo, Japón. La magnitud de la crisis japonesa aún no ha sido totalmente estimada, por ello no se sabe el efecto que tendrá en las finanzas mundiales. La situación se ha complicado políticamente y el gobierno ha sido lento para actuar, sin que logre hasta ahora marcar con su intervención una tendencia que cambie el curso del deterioro económico y de los efectos de la quiebra de muchos bancos. Recientemente se ha agravado la larga crisis de Rusia: el gobierno ha devaluado el rublo y decretado la suspensión temporal del pago de la deuda. Después de varios años de un grave deterioro, la economía rusa ha entrado en un estado prácticamente terminal que puede precipitarse hacia un rompimiento social de condiciones impredecibles. Es muy poco probable que la segunda línea de resistencia que ha establecido Kiriyenko pueda sostenerse y las ondas del caos se van a extender por toda esa región del mundo. La situación rusa es como un agujero negro.
Después de la crisis mexicana de fines de 1994 se aprecia que la capacidad política e institucional para enfrentar la creciente inestabilidad financiera en el mundo es muy limitada. El ensayo de intervención que se hizo entonces y que se juzgó como todo un éxito, no sirvió para reforzar las estructuras de protección en un cada vez más vulnerable mercado en el que la mayor parte de los capitales se mueven de un lado a otro sin miramiento alguno de tipo productivo o social. Lo que priva es un profundo desorden financiero que limita la capacidad política de intervención de Estados Unidos y pone en evidencia el desgaste del Fondo Monetario Internacional como entidad reguladora de las corrientes financieras y de las cuentas macroeconómicas de las naciones que lo componen. No hay dinero que alcance para seguir cubriendo los faltantes que provocan las persistentes crisis, no pueden seguirse poniendo parches a la economía, la cuestión está ya rebasada en términos técnico y es cada vez más evidente el conflicto social que se está creando. La miopía política es de dimensiones históricas.
En estos días muchas economías han sido fuertemente zarandeadas y es de esperar que las condiciones que lo están generando continúen. En este contexto no se requiere ya que se devalúe el yuan chino, moneda de un país altamente exportador; o el yen, moneda de la segunda economía más grande del mundo. Ahora es suficiente que haya devaluación en Venezuela para que exista un pretexto y se desquicien los mercados financieros mundiales, plenos de actividades especulativas.
Hasta hace apenas un par de semanas había quienes decían que México estaba protegido de la turbulencia externa. Pero de manera creciente se aprecian las repercusiones adversas sobre el valor del peso, las tasas de interés y el índice de precios y cotizaciones de la bolsa. Al final de la semana el dólar se cotizó a 9.72 pesos en el mercado interbancario, después que el banco central entrara a vender 200 millones de dólares, y al menudeo llegó hasta 10.25 pesos; las tasas de interés se elevaron hasta 27 por ciento y el índice de la bolsa cayó otro 2.93 por ciento, con lo que el Indice de Precios y Cotizaciones está ya en 3498 puntos. Ahora sí la cosa se pone dura y no puede ni debe eludirse el estado de preocupación y enfrentar las grandes limitaciones que tienen los instrumentos de política económica que se están usando.
Es evidente que la economía mexicana está resintiendo fuertes embates del exterior, pero ellos no pueden disociarse por completo de la evolución interna. El crecimiento del PIB se ha desacelerado y muestra grandes discrepancias sectoriales, las expectativas de inflación son cada vez mayores y la devaluación es un factor directo de aumento de los precios, el sistema bancario es inoperante y las tasas de interés son prohibitivas, con lo cual se previene el financiamiento del gasto de las familias y de las empresas. Lo que pone de manifiesto la situación externa es la fragilidad que tiene la economía en su estructura productiva, en su situación fiscal y en el terreno de las instituciones. Por ello es que los efectos de la crisis se expresan de modo más violento. Al final, a la población le es indiferente de dónde viene la crisis, lo que le importa es que una vez más va a perder la chamba, habrá menos oportunidades y se esfumará el valor de los ahorros, si es que los había. Otra vez.