Pablo Gómez
La crisis

Las causas de las crisis económicas mexicanas siguen presentes en nuestra realidad. Ningún problema estructural ha sido resuelto en los últimos años. Más aún, la escasez de capital ha sido encarado con una política de apertura financiera que ha resultado peor que el nefasto endeudamiento externo. México --su gobierno-- ruega a los inversionistas que vengan para después ser víctima de una especulación devastadora.

La volatilidad de los llamados mercados --ahora por este término solamente se entiende a los de dinero, divisas y capitales-- ha sido propiciada por el gobierno con una monumental irresponsabilidad. La creciente demanda de dólares de los días recientes va a continuar hasta que se produzca un ajuste suficientemente grande para volver a iniciar un nuevo ciclo. Se podría lograr, por algunas semanas, eludir un temporal aún mayor, pero antes de que termine el año volverá la seducción del refugio del dólar.

Cuando la especulación decrece es debido a que se ha producido un ajuste tal en el tipo de cambio que la inflación por éste producida es menor que la variación negativa del valor del peso. Sin embargo, hasta hace unos días, el aumento de precios era mayor que la devaluación de la moneda nacional, por lo cual se podía prever una modificación en el tipo de cambio. Esta ya ha empezado a producirse en el terreno del mercado, es decir, con el crecimiento de la demanda de dólares.

En las próximas semanas tenderá a incrementarse el ritmo inflacionario y, con ello, se producirá nuevamente una respuesta de los dueños del dinero en sentido negativo al peso. El ciclo no podrá cerrarse nuevamente hasta que la devaluación sea tal que rebase el ritmo de crecimiento de los precios, el peso quede notablemente subvaluado y se empiece a abrir un nuevo ciclo.

Así están, por así decirlo, las reglas admitidas por el gobierno mexicano.

El crecimiento del ahorro y, sobre todo, la conversión de éste en inversión productiva, lo cual es una maroma complicada de la economía, requiere estabilidad, al menos, de mediano plazo. El juego de la ruleta de los mercados especulativos no permite esta estabilidad, pues el capital volátil tiende a requerir una tasa de ganancia mucho mayor que la obtenida, en términos medios, por el capital industrial y comercial. Cuando el capital-dinero tiene utilidades relativas más altas que todo el ahorro invertido efectivamente, entonces alguien tiene que pagar la diferencia: los capitales golondrinas se llevan más de lo que la economía está generando en términos de utilidad por peso invertido.

Cuando no se produce un cambio grande en la capacidad productiva del trabajo social, las ganancias especulativas son una de las mayores causas de la depreciación de la fuerza de trabajo, es decir, de la reducción relativa del salario. En el fondo, el sistema especulativo del capital-dinero volátil es uno de los elementos determinantes de la tendencia a que el mercado no se expanda, es decir, a la contención de la demanda en términos relativos al tamaño de la economía.

Si a lo anterior agregamos una competencia creciente en el plano de las exportaciones mexicanas y una consecuente tendencia a la reducción del ritmo de crecimiento de las mismas, entonces el sector exportador no puede amortiguar suficientemente el impacto y el ciclo perverso de las crisis se hace más corto.

Las declaraciones de José Angel Gurría, en el sentido de que no está la crisis a la vista, son enteramente improvisadas, de banqueta, pues no existe un análisis serio del gobierno sobre la verdadera situación que vivimos. Lo que buscan las autoridades es ``tranquilizar'' los mercados.

La búsqueda mexicana de ahorro externo ``para compensar la insuficiencia del interno'', se ha traducido en una competencia que no podrá ser ganada por el país. Por otro lado, los dueños mexicanos del dinero se comportan como si fueran inversionistas extranjeros y se mueven de un mercado a otro con creciente soltura.

Mantener los dogmas de la política económica del gobierno; acrecentar la condición vulnerable de la economía y renunciar a generar políticas industriales y financieras propias; es el camino seguro de la reproducción de los desastres.

Cuando un país progresa es porque aprovecha mejor sus fuerzas productivas. No hay soluciones mágicas al atraso económico.