A las pantallas de televisión del mundo llegó una historia de amor envuelta en los vagorosos cendales de la traición y el poder. Una historia de amor empalagosa y trágica, suave y destructora, plácida y macabra, amalgama subyugadora de política y barbarie, pornografía y puritanismo, conjunto aherrojador de notas eróticas y rugidos bravíos. Una historia de amor interrumpida por el ojo perverso de una madre fiscal. Una historia de encuentros y desencuentros que fundamentan las pasiones del ser humano, donde resplandece fúlgida el alma de Bill Clinton, iluminada por un quijotismo que lo sometió al ritmo mismo del cauce de su drama y lo hizo obedecer el impulso del fugaz relámpago de la perversión sexual. La interrogación siempre insatisfecha del ser humano, en la búsqueda de ese ``algo'' perdido, a pesar de todos los pesares y postrado en negra melancolía.
Mientras Africa se muere de hambre, y América y Asia le siguen los pasos, el país más poderoso del mundo se entretiene con la cachondería de su presidente, enredado entre las palabras que informan pero desinforman y lo esencial que comunica sin informar. Es la del político envidiado que habla y comunica en lenguaje sin sentido, en un todo indivisible, revolución hecha desde la sexualidad prestructurada, signo de nuestros tiempos, simbolizada hoy por Bill Clinton.
La manera de mirar al mundo de Clinton es otra que la de los africanos de Sudán y al mismo tiempo igual. Un espacio en que queda la presencia de la ausencia. El despertar del mundo a algo impreciso y aproximado que trata de pasar la frontera de la realidad cotidiana y llegar a lo irracional, que quiere ser despertado al estar en un tiempo anterior a las palabras.
Bajo la omnipotencia de Bill Clinton, quien desconoció el riesgo de la política y sin darse cuenta fue colocado en la exclusión, en los márgenes, en el rincón, en el ridículo, no para buscar la verdad (ja-ja) sino el exilio, obscuridad desde la que busca un punto de luz, desesperadamente.
Imposible entender el affaire Clinton desde la facilidad de lo lineal, en que la supuesta claridad sea el bálsamo de la angustia del mundo en crisis. ¿Cómo descubrir el espacio que hay entre Bill Clinton, su discurso y la verdad, si la realidad se oculta bajo el aspecto visible que dice lo que no dice?
En toda vida los rasgos capilares salientes son los retratos con retoque de fotografía antigua en el currículum y dan la nota, el ritmo y la melodía. Pero lo demás --como dice Azorín- lo cotidiano desdeñable, la menuda e insignificante materia diaria es la que llega a ser, no lo desdeñable y al margen, sino lo esencial y característico que nunca aparece. Así, en toda clase de vida, incluida la del poderosísimo presidente estadunidense, lo principal no es el rasgo saliente, heroico, desde su habilidad política, su inteligencia o su pegue con las mujeres, sino los minutos anodinos e indiferentes de todos los días, su vivir uniforme, gris, corriente, de todas las horas, en el margen, en la exclusión, lo ridículo, lo castrado, que vive hoy con intensidad, pese a sus intentos por cubrirlo.