Debemos reconocerlo sin ambages: la anhelada transición hacia la democracia se encuentra atrapada en la telaraña de nuestros principales defectos cívicos: la falta de cultura política --reflejada en el espejo de nuestra indiferencia-- y la ausencia de una verdadera vocación democrática. Aprovechando nuestro desinterés, el Estado gobernado hasta hoy por una nomenklatura sin ideología específica, cubierta tras el velo cada vez más transparente de un anacrónico y maleable ``partido oficial'', ha mantenido una consistente vocación integrista. Eso le permitió ahuyentar el cambio y consolidar cada día más los frutos de 70 años en el poder: la centralización de la fuerza militar, el dominio de los medios financieros (especialmente ahora, después de la disimulada estatización de la banca ocasionada por el Fobaproa), un férreo control de los medios de comunicación, el monopolio legislativo y la obsequiosa disponibilidad de nuestro sistema judicial. No debe sorprendernos, entonces, que cuando finalmente comienzan a independizarse los medios de comunicación y tenemos a nuestro alcance --merced a un Congreso plural y mayoritariamente opositor-- la magia de los frenos y contrapesos y la posibilidad de influir en el cambio, descendamos con frecuencia a los lugares comunes de la intransigencia y el revanchismo y, emulando al ``charro negro'' de la película, asesinemos a la democracia en la escena final ``para que no sea de nadie más''.
Dicen los analistas de oposición que en las dos últimas elecciones presidenciales el PRI instigó el miedo al cambio como estrategia para mantener el control electoral. Pero aun suponiendo la veracidad de esta aseveración, el mexicano de la calle no está plenamente convencido del cambio: vive despreocupado y feliz, como pez en el agua, en un sistema diseñado para que la astucia triunfe sobre la integridad, la osadía sobre el respeto a la ley y la improvisación sobre la preparación intelectual. ¡He ahí algunas manifestaciones de nuestra enclenque vocación democrática! ¿Podremos vivir en un sistema donde todos sepamos a qué atenernos: donde el gobierno, la ley y los tribunales establezcan --con la activa participación ciudadana-- las reglas del juego, y éstas se apliquen en forma consistente y equitativa a todos los mexicanos por igual? ¿Estamos dispuestos a cumplir los contratos, respetar la palabra dada, proteger el entorno ecológico, privilegiar la educación y erradicar la discriminación racial? En resumen: ¿tenemos la madurez para vivir en un estado de derecho?
Es posible que el mexicano light, en el paroxismo de su alarmante superficialidad cívica, recurra ahora por imitación extralógica a los criterios comerciales que utiliza la sociedad estadunidense para juzgar a sus gobernantes. Porque muchos estaban dispuestos a descalificar a Cuauhtémoc Cárdenas, en los primeros meses de su gobierno, aduciendo la ``falta de carisma'' y la presencia de una ``perenne mirada adusta''. Otros, por el contrario, muestran una clara tendencia a votar por los hombres: no por los partidos. En este entorno, y con varios candidatos lanzados como en los tiempos aciagos de la Revolución, ``por sus pistolas'', ¿subsistirán las estructuras de los partidos políticos los tirones por la candidatura presidencial en el año 2000? La democracia, entendámoslo de una vez, es tarea cotidiana, ideas, trabajo de equipo y concesiones a los demás. Es darle a hombres, partidos e ideologías el beneficio constante de la duda. Ojalá no confundamos la democracia con la ruleta rusa del ``voto de castigo'', porque eso nos llevaría a descalificar a todos los partidos sumiéndonos en la anarquía.
¿Qué nos depara el 2000: más de lo mismo o la alternancia en el poder? El futuro depende de nosotros. Organizados como sociedad civil lo podremos todo. En cambio, abandonados a los defectos de nuestra idiosincrasia --¡a nuestra enervante indiferencia!-- seguiremos igual: no pasará nada. Continuaremos con las crisis sexenales y el misterio del tapado. La misma corriente democratizadora del PRI lo reconoce: si fracasa el proyecto de apertura el priísmo tendría que recurrir al dedazo para elegir a su candidato presidencial en el 2000. Sólo hay un camino: la democracia. Al interior de los partidos y de cara a los demás.
Hace muchos años, en una entrevista televisiva, se le pidió a Octavio Paz que describiera en dos palabras, por falta de tiempo, el peor defecto de los mexicanos. Nuestro Nobel utilizó tres: ``falta de rigor''.