La Jornada jueves 20 de agosto de 1998

Adolfo Sánchez Rebolledo
Un fondo para la memoria

¿Cuánto vale una biblioteca destruida cuando el país teme perder hasta la camisa con la crisis financiera? ¿Tiene algún sentido quejarse por la inminente incineración de miles de libros que, al decir de la periodista Elizabeth Velasco C., ``contienen gran parte de la memoria histórica de varias décadas del movimiento obrero''?

Sin remedio, las respuestas son negativas. La fascinación pública ante el estreno de una criminalidad a la altura de los medios, o la creencia de que tendremos pase automático hacia ``un mañana mejor'' tras la obra demoledora de la transición, impide verificar que no hay futuro sin memoria, sin el rescate diario de las obras de la cultura.

En una nota publicada el martes pasado en este diario se informa lo siguiente: ``Más de 18 mil libros que contienen gran parte de la memoria histórica de varias décadas (sic) del movimiento obrero, archivos fotográficos, unos mil expedientes sin clasificar y otros documentos serán incinerados en breve por la Confederación de Trabajadores de México (CTM)''. (La Jornada, 18-08-98).

``El propio secretario general de esa central, Leonardo Rodríguez Alcaine, reveló que el acervo histórico será destruido por estar contaminado con hongos tóxicos que podrían causar daños a la salud. Es lamentable esta pérdida porque se trata de documentos muy valiosos, pero no hay forma de recuperarlos. Consultamos a especialistas en la materia y no se puede hacer nada''.

Desconozco el valor real de las pérdidas anunciadas, pero resulta increíble que a estas alturas no pueda hacerse nada para rescatar, así sea selectivamente, los textos más importantes que van a ser incinerados. En cualquier caso es obvio que estamos ante un caso extremo de negligencia.

Una biblioteca que se deja pudrir antes que usarla; archivos inéditos lanzados a la basura; ``toda la colección'' del periódico CTM contaminada por amenazantes ``hongos tóxicos'', dan cuenta de los temores atávicos de los lobitos y sucesores hacia la palabra impresa, la consagración de la estulticie obrera que sirvió como espina dorsal al régimen de la Revolución institucionalizada. La incineración del acervo cetemista tiene el valor de un símbolo, pero la actitud que la anima no sorprende.

La ferocidad conque los líderes se opusieron hace ya treinta años a los estudiantes tiene una de sus fuentes originarias en esa desconfianza instintiva hacia las obras de la cultura que, en un primer momento los llevaron, paradójicamente, a glorificar a Lombardo --una deidad derribable-- antes de expulsarlo para siempre del ``movimiento obrero'' junto a los genuinos socialistas mexicanos empeñados en darle a su actividad de clase un contenido civilizatorio universal.

Desde entonces surgió un sindicalismo ciego, negador de su propia historia. Los documentos básicos de los sindicatos se extraviaron. Las alusiones clasistas de los treintas se suprimieron de las declaraciones de principios y los estatutos de la CTM: la memoria colectiva fue borrada junto con los derechos sindicales de los trabajadores. Los archivos de la CTM, su biblioteca, que jamás se abrieron a los estudiosos, simplemente se pudrían en las galeras del edificio faraónico que los líderes construyeron.

Es difícil pedirle al senador Rodríguez Alcaine otra cosa que no sea la quema de libros. Eso es lo que sabe hacer. La CTM hace mucho que anda como un zombi. Sin futuro, deja que se pierdan sin remedio las señas del pasado. ¿No se podría crear un Fondo para el Rescate de la Memoria nacional?