La Jornada 20 de agosto de 1998

La Marranera, ciudad perdida con todos los servicios

Antes le decían La Marranera. Era un extenso terreno baldío que se ocupaba para guardar a los puercos y algunas gallinas, y que a principios de 1960 fue invadido por grupos de paracaidistas apoyados, en su mayoría, por organizaciones desprendidas de partidos políticos.

Durante más de 20 años fue un asentamiento irregular, hasta que la urbanización de la zona y la construcción del proyecto piloto de la CTM-Culhuacán, abrieron la puerta a la regularización del terreno y al otorgamiento de créditos de vivienda que todavía están pagando.

En 1986, con la construcción de 181 casas de 52 metros cuadrados de la primera etapa, se convirtió en la Unidad Habitacional Quetzalcóatl-Santa Martha del Sur, incluida en la zona de los Culhuacanes.

Ahora, con 332 viviendas de un solo piso y 35 lotes en construcción, Santa Martha del Sur, La Marranera (como todavía se le conoce), destaca entre las 57 unidades habitacionales de la delegación Co-yoacán, como un buen ejemplo de que la marginación en la ciudad no termina en los predios irregulares.

Las 650 familias que se aprietan en 367 casas de 52 metros cuadrados, en una de las zonas de mayor desarrollo urbano y cultural del Distrito Federal, no tienen ya que dormir a la intemperie ni buscar la comida en los basureros. Pero enfrentan otra forma de miseria: la de la violencia cotidiana, el hacinamiento, las drogas, la prostitución y la desintegración familiar.

Un botón: En la mitad de las casas viven por lo menos dos familias completas (hay casos hasta de cuatro) y la tercera parte es encabezada por madres solteras.

``Hay casos incluso como el de la señora del 102 --cuenta una de las mujeres-- que acaba de enviudar y vive con sus tres hijas, sus tres yernos y sus nietos, todos en la misma casa''.

Zona de madres solteras

María de la Luz Santés, Lucha, es líder natural de la comunidad. Cualquiera en el predio la conoce. Todos saben dónde vive. Ha sido jefa de manzana, presidenta de colonia, representante de los asentados ante las autoridades. Llegó a La Marranera con los primeros grupos y ahí tuvo a sus seis hijos.

Vive del comercio. A sus 49 años, la menuda mujer va de la feria de Xochimilco a Papantla, Veracruz, de donde es originaria, con su mercancía: plata, artesanías, cambia de producto según la temporada.

De algún modo, se da tiempo para oír los problemas de la gente, juntar firmas, preparar escritos, ir a las reuniones en la delegación.

Y además es madre soltera.

``Mi marido me pegaba mucho, no le gustaba que anduviera en estas cosas y me daba unas golpizas terribles'', cuenta sin tapujos. ``El licenciado Nelson (asesor legal del predio) fue el que me ayudó, me decía que cómo era posible que me pegara así mi marido, quien hasta fue a dar a la cárcel antes de divorciarnos''.

El rostro moreno y ajado, ojos redondos, de mirada limpia, Lucha mueve la cabeza cuando insiste en que ``el papel de ser padre y madre es muy difícil, pierdes mucho''. Pero no oculta la sonrisa para agregar, casi en confidencia, que ``así estoy mucho mejor''.

Sin embargo, su preocupación es real cuando comenta: ``hay mucha madre soltera aquí, como un 30 por ciento de las familias son de mujeres solas, y también tenemos gente de la tercera edad que está sola, sin trabajo ni familia''.

Historias que se multiplican. Como la de María Rosa, que ``sale a trabajar en otras casas'' para mantener a sus dos hijos: Rosa Angélica, de 13 años, y Jorge Eduardo, de 8. María Rosa gana entre 60 y 70 pesos diarios por las labores domésticas que realiza, y que tiene que dividir con magia para la comida, el transporte diario, el pago del crédito de la casa --200 pesos mensuales--, ropa, escuelas, zapatos. En su casa, comparten la pared las imágenes de la Virgen de Guadalupe y el Che.

Tímida estudiante de secundaria, Rosa Angélica se declara fan del guerrillero y también del continente africano. ¿Cine, teatro, ferias, libros, excursiones?, la joven sonríe apenas cuando asegura que el único espacio de esparcimiento es un parque cercano, pero ``se ha vuelto muy peligroso por los asaltos''.

Rosa Angélica quiere ser médico, y no duda al señalar lo que menos le gusta del lugar en el que vive: ``La drogadicción'', resuelve rápido.

Serie de historias conocidas

La entrada de la primera etapa, por avenida Taxqueña, está pegada a la Voca 5, justo a la altura de San Francisco Culhuacán.

Desde la avenida, apenas se distingue el espacio de construcciones edificadas bajo el nivel del suelo y flanqueadas por una malla metálica, montones de cascajo y un corral con gallinas.

La primera impresión es de un predio pequeño. Un centenar de casitas mal construidas, idénticas, acomodadas en largas filas hasta la barda del fondo. Pero adentro, comienza un laberinto de estrechos andadores que desembocan en un espacio amplio de estacionamiento, en donde unas improvisadas redes hacen de canchas de basquetbol.

Es la imagen perfecta de una ciudad perdida: grupos de jóvenes sentados en la banqueta o recargados en autos descascados, pintas y graffitis de las bardas. Entre ellos, El Oso, El Gato, El Pato. Todos chavos de cabellos grasosos, argolla en la oreja y camisetas de tirantes o de algún equipo de futbol (Atlante, Pumas y América se disputan las preferencias).

En la plática, se multiplican las historias conocidas: niños de seis años que dejan su casa, padres alcohólicos, chicas de 15 años embarazadas, mujeres golpeadas.

La coca posicionada del mercado, a 50 pesos la grapa (la misma que hace cinco años costaba 200), enrolando a los más jóvenes, que ganan hasta 200 pesos semanales sólo por echar aguas a los que la distribuyen. Y también, que poco a poco, de probaditas, van empeñando la vida, porque cuando las deudas llegan a más de 500 pesos les dejan pagar con trabajos gratis.

Del otro lado de las canchas está la entrada de la segunda etapa de la unidad --132 casas de construcciones más disparejas, hasta de dos pisos--. Acceso único, porque los vecinos de esta parte, afiliados a una organización denominada Conamur,

bardearon el terreno y dejaron aislados a los que viven en la tercera sección.

Para llegar allá, hay que adentrarse dos calles en la colonia residencial con la que colinda --la Campestre Churubusco--, rodear la unidad y entrar por el callejoncito que no cuenta con alumbrado público al terreno que ocupan 43 familias, ocho que viven en casas de Fividesu y 35 que optaron por construir de manera independiente.

En total, 367 viviendas divididas en tres etapas.

Pero no para igual número de familias.

``Cuando se comenzó a construir la unidad se hizo con un censo de las familias que ya vivíamos aquí, pero el problema es que en todos estos años nuestros hijos crecieron, se casaron y formaron sus propias familias'', indica Lucha.

Según sus cálculos, los desdoblados suman ya más de 300 familias, por lo que ``estamos pidiendo de manera urgente un programa de vivienda para ellos, porque aquí ya es imposible que estemos todos''.

La más grande de América Latina

Explica Angeles Correa de Lucio, diputada local del PRD por el distrito 35 de Coyoacán: ``El problema de las unidades habitacionales es muy peculiar y casi no se ha considerado. Se piensa que la marginación está sólo en los asentamientos irregulares, y que una unidad, por tener todos los servicios, significa un mejor nivel de vida, pero hay muchas unidades que tienen condiciones de precariedad y hacinamiento impresionantes''.

``El asunto se complica --agrega-- por el régimen condominal de las unidades, porque ahí el gobierno no puede intervenir''.

De acuerdo con un diagnóstico de la Asamblea Legislativa, en Coyoacán hay 57 unidades habitacionales, en las que se concentra el 40 por ciento del total de la población de la demarcación, es decir, poco más de 280 mil habitantes.

Y en los Culhuacanes --área de unidades habitacionales reconocida como la más grande de Latinoamérica-- habitan casi 250 mil.

La zona, que comprende las 10 secciones originales de la CTM-Culhuacán (1977-1979), más una segunda etapa de unidades construidas después de 1980 --las secciones 18 y 19, Fovissste, Canal Nacional, Infonavit, Stunam, San Francisco Culhuacán, Santa Martha del Sur--, abarca prácticamente todo el poniente de la delegación, entre Canal Nacional, Miramontes, Santa Ana, las Torres y Escuela Naval.

Su historia es tortuosa: La expropiación de tierras ejidales para construir la Villa Olímpica, en 1965; el desalojo masivo de ejidatarios encabezado por Carlos Hank, en 1976; el compromiso de escrituración de Carlos Salinas en 1989 y la ilegalidad del proceso, documentada públicamente por el ex presidente de los ejidatarios.

Gerardo Villanueva, vecino de la CTM que desde hace siete años ha desarrollado un intenso trabajo comunitario en los Culhuacanes, cuenta que las condiciones de hacinamiento por el desdoblamiento de la gente han llegado a tales extremos, que en 1991 la zona se ubicó en el segundo lugar de criminalidad en el Distrito Federal.

Apunta Correa de Lucio: ``Coyoacán es una delegación urbanizada, y por eso los contrastes se dan en una misma colonia, donde te puedes encontrar una residencia junto a un predio irregular, pero no hay grandes áreas de marginación''.

Lo peor, insiste la perredista, está en las unidades.

``Por lo menos tenemos casa''

En la tercera sección de Santa Martha hay junta de vecinos. Están asustados. Los recibos del agua llegaron demasiado altos: De 900 a mil 100 pesos por familia. Y es que, según los estados de cuenta, tienen adeudos por dos años.

``Pero si ni siquiera teníamos medidor'', lamenta la mujer mayor. Otra, más joven, asegura que hizo los pagos correspondientes y se los están volviendo a cobrar. Una más argumenta que de cualquier modo, las cantidades son excesivas. Y revienta un joven recién casado: ``¡Que nos bajen las cuotas, no podemos pagar ese dinero aunque estén bien los recibos!''

Acuerdan dar a Pancha (Francisca Lorenzo es líder de esta sección) los recibos, para que como organización se pueda llegar a un arreglo con las autoridades.

Aunque las experiencias pasadas no les han dejado buena impresión. Por ejemplo, con el problema de las grietas en las casas de la primera etapa.

Explica Lucha: ``Desgraciadamente Fividesu nos construyó una vivienda de muy mala calidad, a los tres meses de entregadas ya había grietas en el 90 por ciento de las viviendas de la primera etapa'', señala. ``Desde entonces hemos estado pidiendo que se revise, que se vea como están las casas. Y nada''.

La mujer saca de sus papeles el oficio dirigido al ex regente Oscar Espinosa Villarreal el 16 de diciembre de 1994, para explicarle el problema y del cual nunca tuvo respuesta.

``Nunca nos contestaron, así que está misma carta con 179 firmas que juntamos se la enviamos a Cuauhtémoc Cárdenas desde que tomó posesión y ahora nos acaban de responder que tenemos una cita en el Instituto de Vivienda, a ver qué pasa'', dice Lucha.

A pesar de todo, Gregoria Valdez, abuela que lleva 36 años en el predio, suspira satisfecha. ``Por lo menos ya tenemos una casa'', dice la mujer de pelo cano, oriunda de Toluca.

Madre de seis hijos, ya todos mayores de edad, doña Gregoria coincide con Rosa Angélica en que el mayor problema que hay en la unidad es la drogadicción.

Todos los días, dice, es la misma escena. Jóvenes, niños de mirada vacía y poses agresivas reunidos en grupos cerca de las canchas. Estudiantes de la vocacional que se quejan de ser asaltados. Madres solas que negocian con la policía para que no se lleven a los muchachos. Y luego de unos meses, estampas humanas que deambulan como fantasmas, con los dientes podridos, manchas oscuras bajo los ojos de rostros chupados, que de pronto desaparecen.

``No sé por qué ahora les ha dado por esas cosas'', insiste. ``Antes estábamos más pobres y nunca había este problema; sí tomaban, sobre todo los grandes, pero ahora sólo vemos a los chiquitos con esas cosas y dan tanta pena''.