La escalera del Convento del Carmen parecía intocable en la memoria teatral que tiene como referencia Lo que cala son los filos, el importante espectáculo de Mauricio Jiménez. Es de agradecer que alguien más, sobre todo si es un director debutante, rompa el tabú para ofrecer una propuesta diferente. Si bien este Becket o el honor de Dios, de Jean Anouilh, propuesto por Claudio Valdés Kuri, presenta algunos momentos semejantes con Lo que cala..., pienso que esto se debe más a lo que pide el espacio y no a copias y citas. Valdés Kuri es actor y miembro del conjunto vocal de música Ars Nova; ahora emprende la dirección con bastante buena fortuna; en el el programa no hay crédito de quien es la adaptación, la cual probablemente sea del propio director. Esta versión elimina personajes y por lo tanto escenas enteras, estas últimas sustituidas por canciones antiguas que narran los hechos a la manera de los coros griegos y, si bien tampoco se da crédito al autor de las letras, es un aporte del director, que redondea así su estilizada concepción del texto de ese dramaturgo francés tan representado -incluso entre nosotros- hace años, tan despreciado después por ser tenido por inconsistente y verboso y al que ahora se dirige una mirada diferente y fresca.
Claudio Valdés Kuri, al introducir las canciones, da un aire romancesco a la historia medieval de amistad y traición que ha tentado a varios dramaturgos modernos, Eliot entre otros. Con apenas algunos elementos escenográficos, entre los que se pueden mencionar los instrumentos musicales, un tapiz no muy bello en su estilización casi caricaturesca del león inglés y una fea silla de oficina, cuya intención puede ser actualizar el problema, pero que contrastan de mala manera con el muy bello y rico vestuario diseñado por Mario Iván Martínez, los actores -excepto los dos antagonistas- doblan varios papeles. Luis Artagnan, con su peculiar histrionismo, cuya desmesura a veces molesta, pero que aquí cabe de manera exacta, propone un rey Enrique II muy matizado, aunque muy ambiguo. A Gerardo Trejoluca, de buena voz y presencia, le hace falta esa atormentada sensibilidad del inscrédulo obispo que hace suyo el honor de Dios. Carolina Politti logra deslindar cada uno de los personajes que encarna, al igual que Enrique Arreola y Gastón Yanes, aunque este último cecea un poco, lo que es extraño en un cantante.
En otra área del Museo del Carmen, en el pequeño teatro, se escenifica otro experimento teatral, Opera III, de Patricia Rivas, que había interesado grandemente con su primer montaje, Los duelistas, y que ahora desencanta bastante. La dramatización de lo que en el tiempo real es sólo un instante ya tiene antecedentes entre nosotros, y de inmediato nos remite a Noche decisiva en la voda sentimental de Eva Iriarte, de Héctor Mendoza, y a Dolores o la felicidad, de David Olguín, por citar dos textos muy superiores al de Rivas, como la descripción detallada de un hecho clínico nos recuerda Acto para maniquí, de Antonio Armonía, que lo integra de mejor manera en su obra y que aquí es un mero pretexto para explicar la muerte cerebral que tienen sus dos personajes; por otro lado, la irrupción de este elemento real -aunque se haga en una proyección a escala mayor que la humana- rompe con el tiempo en que se supone transcurre la acción, que es el instante entre el choque del auto y la llegada de la ambulancia, cada vez más cercana. El discurso médico tendría cabida en un momento posterior.
No importan los antecedentes de un texto ni la originalidad de éste, sino el tratamiento que se le dé: la pareja es un tema que parece agotado, pero Patricia Rivas logró encararla de modo excelente en Los duelistas. Aquí el desfase entre la realidad, la muerte cerebral y lo que supuestamente produce en la mente de los accidentados, el juego en esa tina hirviente, se ve poco convincente, casi como un prurito de originalidad. Tampoco convence esta vez la dirección de la autora, los sacudimientos espasmódicos de Marcos García, los elementales trucos con le vaso de agua. Quizás, a esta propuesta, que en principio se antojaba muy interesante, y con el antecedente de la primera obra de la autora, le falte algo que sí tuvo aquella, el deslineamiento de unos personajes y de una relación que se va mostrando a contracorriente del trazo escénico, aunque gracias a éste aunque parezca un contrasentido que hizo de Los duelistas un montaje tan interesante e inusitado.