Ultimamente he andado de la Ceca a la Meca. Hace unos días estuve en Extremadura, Portugal y Andalucía. Recorrí algunas ciudades a salto de mata o a salto de rueda, deteniéndome, por ejemplo, dos o tres horas en la bella plaza principal de Trujillo, con sus torres, almenas y la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, hijo analfabeto de un porquerizo de ese lugar, y vuelto célebre, como bien sabemos, por la conquista de Perú. También estuvimos -con Luz del Amo- en Mérida, parte de la provincia de Badájoz, ciudad moderna, insulsa, pero con los restos espléndidos de una antigua e ilustre urbe romana, Augusta Emérita, capital de la Lusitania, con su anfiteatro, acueducto, alcazaba -originariamente un fuerte romano- y su famoso puente construido en época del emperador Trajano, nacido cerca de la actual Sevilla. Una de las figuras históricas de la ciudad y en honor de quien se construyó una antigua basílica cristiana es Santa Eulalia, virgen de 13 años, martirizada por los romanos y de quien habla Prudencio, el autor de la Psicomaquia, uno de los libros más influyentes en Europa desde que fuera escrito en el siglo V hasta bien entrado el siglo XVIII, y que relata el combate interior del alma para encontrar el camino de la redención en Cristo. Lo más bello de la ciudad es, aparte de su teatro, en el que se representan obras de autores clásicos, un museo espléndido, especialmente construido en los años ochenta para albergar los restos de la vieja ciudad romana, y nuevos vestigios encontrados al derruirse un viejo edificio, hermosos mosaicos muy bien conservados, procedentes de mansiones aristocráticas, confeccionados por famosos mosaiqueros; también objetos de la vida cotidiana, incluyendo desde instrumentos de cirugía hasta frescos, además de las hermosas estatuas que enriquecían el teatro, una armónica columna corintia, varios frisos y metopas.
Entramos luego a Portugal, lleno de letreros de la Expo 98, nuevos caminos, puentes y casetas de cobro, en un despliegue de europeidad; y luego pueblos antiguos como Evora, con un pequeño y perfecto templo de Diana, calles sombreadas, caseríos sobre las lomas, edificios antiguos, iglesias, muchas iglesias, algunas mujeres enlutadas que contrastan con la pretendida modernidad de la tecnología, el aspecto más distintivo de la feria, si exceptuamos los horribles muñecos-mascota a la Disney que sirven como emblema de la Expo. Y, por fin Lisboa, adonde llegué casi ciega, dato poco importante si no me sirviera para destacar la amabilidad y la eficacia del hospital San José, donde en un servicio de urgencias admirable, un joven y bello oftalmólogo me atendió con amabilidad y sabiduría, sin cobrarme ni un centavo, pues aún se conserva en ese país la vieja tradición de la medicina social. De inmediato, como debe ser, fuimos a oír fados a un antiguo restorán a la moda, ya totalmente comercializado y adonde llegan muchos estadunidenses y canadienses de origen portugués.
La feria ha sido teatro de fraudes que demuestran que en todas partes se cuecen habas, fraudes que el gobierno portugués investiga a fondo, sin importarle quién caiga. La feria alberga varios pabellones, como por ejemplo el alemán, cuya única finalidad es hacerle propaganda a la feria que en el año 2000 se llevará a cabo en Hanover. Usando un formato semejante al de las películas de ciencia ficción de Spielberg y dándole a lo tecnológico una importancia exagerada, se advierte que la cultura o el arte ya no tienen cabida en este tipo de exhibiciones. No sucede lo mismo con el pabellón francés, elegante, aerodinámico y que, sin embargo, hace intervenir, junto a lo científico y lo tecnológico, a la literatura, el arte y la gastronomía. El pabellón español, muy frecuentado, explota diversos aspectos de la producción marina, su industrialización, aprovechamiento, infraestructura, la investigación científica y también los problemas ecológicos a los que esa explotación puede dar lugar. El pabellón mexicano es relativamente pequeño y destacan de él, como siempre, los aspectos históricos y culturales de México. Magníficas piezas arqueológicas, la caracola gigante del Templo Mayor, algunas espléndidas representaciones prehispánicas de animales, cuadros de Montenegro, Soriano, Hernández, objetos de Toledo y otros artistas oaxaqueños, arte popular mexicano muy bien escogido, incluyendo joyas de plata y también cerveza nacional, realzan el sitio y lo hacen muy atractivo y visitable. Queda la convicción de que son siempre el arte y la cultura los que mejor nos representan.
Nuestro recorrido termina en la provincia de Huelva, antes la región más rural de España y ahora sede de un horrendo polígono industrial que contamina y deteriora mar y campo. A la entrada de la bahía una enorme y horrible estatua de Colón, imperialista -Opus Dei, Quinto Centenario-, y la Universidad Iberoamericana de la Rábida, junto al monasterio franciscano donde se alojó Colón y que ahora alberga en un museo la réplica de las tres carabelas. Al lado, el puerto de Palos, donde los marineros de Colón, de los Niños y de los Pinzones se embarcaron rumbo a América.