Hace algunos meses utilicé este espacio para denunciar el asesinato, sin causa, de un amigo. Desde entonces, sé de otras muertes gratuitas, de la creciente industria del secuestro, de la inseguridad que recorre no sólo la ciudad de México sino a todo el país. El desasosiego y la desesperanza son ya características del vivir mexicano. Ver soluciones prontas implica estar en el gobierno. Ser pesimista y medir la cotidianidad a través de la calle es no pertenecer al gobierno. Aun cuando se hable de lo mismo, no hay duda que son dos los discursos; entre la lectura oficial y la de la sociedad es tal la dismetría, que podría pensarse que estamos ante un caso de psicosis de masas. ¿Se equivoca el gobierno o yerra la comunidad? ¿A quién medicar?
La pócima no urge tanto por lo que señalan los partidos opositores, sino por el creciente malestar de quienes careciendo de afiliaciones políticas, encontramos que entre la crónica oficial y la realidad, las distancias son enormes. En este sentido, el problema es mucho más serio: quienes denuncian no lo hacen buscando peldaños políticos sino que son portavoces de la desconfianza de la comunidad. La desconfianza es, sin duda, uno de los peores adjetivos que pueda endilgarse al gobierno.
No deben las autoridades descartar los argumentos de la sociedad civil antes de leerlos. Es inadecuado tildarlos de no objetivos u oportunistas pues provienen, en general, de quienes mantienen el país con su trabajo diario. Lo que no se tolera es que se siga pensando que somos intelectualmente enanos. La expoliación y explotación acéfala de la tierra y los recursos naturales empiezan a secarlas. Las hipótesis del poder fueron equívocas: la bonanza de los suelos es finita.
Lo mismo sucede con los pobres. Sí existen los límites de ``no tener''. Los esquemas económicos del gobierno los han convertido en míseros, desnutridos, desesperanzados, sin tierra. Y cuando el hueco carece de fondo, las normas pierden vigencia. ¿Por qué no robar o matar si nadie vela por ellos? ¿Por qué no hurtar si las vías para encontrar sustento con dignidad han sido cerradas? ¿En quién creer? ¿Cómo y para quién laborar? ¿Qué pensar de nuestros dirigentes cuando el grueso de la sociedad trabaja más y gana menos?
El juicio de los apartidistas es casi unánime y diamantino. Mientras que la calidad de vida en los últimos años ha empeorado, el enojo se ha incrementado. Las estadísticas ``naturales'' no mienten. Basta platicar con taxistas, universitarios, trabajadores sociales, empresarios, boleros, meseros, intelectuales, profesores, científicos, empleadas domésticas, profesionistas, tenderos, semaforistas, y con cualquier persona que tenga que velar por su sustento o el de sus allegados. En la ``inmensa mayoría'' la desazón contra el gobierno y el futuro incierto son calificativos a flor de piel. Hermanan.
Lo absurdo nos reconforta. Lo otrora impensable, hoy es bienvenido. Solemos felicitar a quien no murió en el último asalto: la cabeza suturada, el reloj robado y el susto imperecedero son motivo de júbilo. Le decimos: ``te fue bien''. El amigo que no fue despedido pero a quien no se le incrementa el sueldo desde hace dos años, corre también con suerte. Ya no se habla de progreso, se trata tan sólo de seguir. El familiar que no encuentra su automóvil y recibe en cambio una cifra de dinero menor a la real, debe orar. Desde la óptica gubernamental, la sociedad tendría que regocijarse por las indemnizaciones que recibirán las viudas de Acteal o las jovencitas violadas. Y así sucesivamente: sobran historias, falta papel. Se miente si se acepta la violencia como parte normal de nuestro modus vivendi. Se es cómplice si no se cuestiona lo que sucede enfrente.
No se requiere ser experto en política, ni gran conocedor de los problemas que en la actualidad nos agobian para estar preocupado. Basta lo que se ve y se vive. Leer dos o tres días los encabezados de los periódicos, es suficiente.
Migrantes que mueren en el desierto. Los intríngulis del Fobaproa. Chiapas irresuelto. Nuestro penúltimo Presidente en el exilio. Narcotráfico coludido con el poder. Las estadísticas pendientes y ya muy atrasadas --¿ocultarán algo?-- del INEGI en relación a la pobreza. La guerrilla en Guerrero. La cifra de connacionales --¿diez o más millones?-- que carecen de servicios de salud. Y, otra vez, un etcétera al gusto del enojo.
Parto de la desconfianza como instrumento real. La confianza no se inventa, no se vende, no se fabrica, no se adquiere por decreto y no se impone. En cambio, la desconfianza se genera, se fomenta, se reproduce y se crea. Lo que observamos, lo que se vive y lo que se oye, la fomentan. La falta de credibilidad no es gratuita: la objetividad demuestra lo que es y lo que no es.