En lugar de ser el año de la consolidación económica, 1998 está siendo el de la pulverización de las expectativas. El escenario de una expansión sostenida en un entorno de mayor estabilidad que presidió el diseño estratégico del gobierno para el presente año se ha desvanecido en tres recortes presupuestales, tres fuertes restricciones monetarias (o cinco, si se cuentan por separado los ``apretones'' adicionales del Banco de México a la restricción en curso), depreciaciones sucesivas del tipo de cambio, una inflación mayor a la prevista, tasas de interés elevadas y muy rígidas, una ampliación del déficit previsto en la cuenta corriente de la balanza de pagos y ajustes a la baja del ritmo de crecimiento esperado del producto y el empleo.
El embate de los mercados externos, la crisis bancaria y problemas estructurales no resueltos por la reforma económica de años anteriores son los tres grupos de factores que están en el origen de esta situación. Aunque tanto su naturaleza como sus orígenes son diferentes, la manifestación simultánea de estos factores configuró una compleja trama de interacciones, en la que los efectos de cada uno de ellos sobre el desempeño global de la economía tienden a magnificarse. El desplome de las cotizaciones internacionales del petróleo disminuye los ingresos de exportación, pero su efecto es mayor y se generaliza debido a la distorsión estructural que significa el alto grado de dependencia de las finanzas públicas con respecto a esta materia prima y sus productos. La crisis financiera en Asia produce turbulencias de alcance global, pero el costo interno de su absorción es cada vez más alto como lo muestran los movimientos del tipo de cambio, la volatilidad de los mercados internos de dinero y capitales, y la consiguiente generación de presiones inflacionarias mayores a las esperadas. El problema bancario ha crecido año con año; desde 1995 rebasó el ámbito contable y financiero y se convirtió en un asunto político, institucional y legal; ahora nadie sabe cuánto, si algo, deberán asumir los bancos de las gigantescas pérdidas que se quieren cargar en la cuenta de la deuda pública. Este asunto es fuente de incertidumbres, inhibe a los inversionistas y agrava las consecuencias, ya de suyo perversas, de tener una economía sin soportes financieros para la producción (como si no bastara con las leoninas restricciones monetarias del BdeM).
La perla de la corona de la estrategia económica sigue siendo la exportación de mercancías, pero su aporte neto al crecimiento tiende a ser menor por varias razones. Una es la desaceleración de la demanda mundial --que podría profundizarse en los próximos meses-- en mercados donde los productores mexicanos enfrentan la feroz competencia de los asiáticos, cuyas monedas sufrieron fortísimas depreciaciones. Otra es el crecimiento más que proporcional de las importaciones, viejo problema estructural que no se ha alterado y que conduce, con mayor velocidad que antes y en montos sustancialmente mayores (en valores absolutos y relativos), a una veloz ampliación de déficit comercial de la balanza de pagos. Y ya se sabe que este desequilibrio es uno de los focos rojos que indican el fin de los ciclos expansivos. Otra razón, en fin, es el distanciamiento creciente del complejo exportador con respecto del resto del aparato productivo nacional. La ausencia de políticas sectoriales, o lo que es lo mismo, su completa subordinación a los dictados de la política macroeconómica y financiera, impide que miles de empresas confinadas al mercado interno se articulen dinámicamente como proveedoras de insumos y servicios de las exportadoras. Si la Secofi pusiera en práctica algunas de sus propias propuestas programáticas (¿alguien se acuerda del programa de política industrial y comercio exterior?), la tendencia al desequilibrio externo no sólo podría disminuir sino que aumentaría el empleo y el ingreso. Pero al olmo no hay que pedirle peras.
Lo cierto es que 1998 no será la tierra prometida de la consolidación macroeconómica, y la superación del horizonte de crisis y precariedad que ha prevalecido desde el inicio del presente periodo de gobierno. El producto no crecerá a 5.2 por ciento estimado originalmente, sino alrededor de 4 por ciento; en lugar del millón neto de empleos prometido en el Pronafide, fuentes oficiales han calculado que este año sólo se crearán, a lo sumo, unos 600 mil; la inflación anual no será de 12 por ciento y hacia diciembre habrá acumulado entre tres y cuatro puntos porcentuales más; el monto del déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos no equivaldrá a 2.5 por ciento programado sino a poco más de 3.5 por ciento del PIB. ¿Tendrá razón el ex presidente De la Madrid al decir (La Jornada, 13 de agosto) que México se encuentra ``en el peor de los mundos''? ¿Será razonable seguir sosteniendo que las dificultades internas y externas de la economía son una fuente de fortaleza?