Adolfo Sánchez Rebolledo señalaba en estas páginas, la semana pasada, que la legislación con que México cuenta para regular la banca no está a la altura de la economía política que ha emergido en los últimos años. Los destinatarios de esa legislación en efecto eran otros, y los usos y creencias en los que se basaba ya no son funcionales ni presentables en esta fase del desarrollo mexicano, cruzado como nunca por la internacionalización y la diversificación de los actores económicos. Las costumbres que antes se veían incluso como virtud, suelen verse hoy como abuso inaceptable. Como quiera que se les vea, son instituciones y leyes que no pueden sustentar más la evolución del sistema financiero que el país necesita.
Así, podemos decir que la legalidad existente no es más la realidad, si es que alguna vez en verdad lo fue. De esta manera, si no se quiere que la realidad desborde y sofoque toda relación productiva posible entre la economía y la política y dentro de ambas, urge cambiar las leyes y abrir la puerta a nuevas formas estatales y públicas de regular y modular la actividad financiera.
Estamos pues ante un problema clásico de economía política, que no se va a resolver gracias a los supuestos automatismos postulados por la primera, pero tampoco mediante el uso voluntarioso del poder que emana o puede emanar de la política, por democrática que ésta sea o pueda ser. No hay ni habrá ``autorregulación'' de los banqueros, como insisten en pedir los banqueros mismos, capaz de darle a la banca un sentido moderno y nacional; pero de poco servirá la política plural que hoy emerge, si sus actores no son capaces de arribar a alguna interpretación sensata y común del interés nacional y hacen que la democracia produzca algo más que ruido y reclamo justiciero, es decir, instituciones creíbles y legítimas y agencias públicas que en verdad puedan cumplir y hacer cumplir la ley y sus reglamentos.
El caso de la banca va más allá del misterio pueril del Fobaproa, como lo descubrirán pronto los Sherlocks postmodernos de la finantial fiction vernácula. En el fondo del ya tristemente célebre Fondo, lo que se tiene es un ejemplo extremo y grave de que lo que el país requiere no es tanto una desregulación con los ojos puestos en el mercado más libre que Adam Smith hubiere imaginado, como una re-regulación basada en una deliberación pública y representativa, orientada al fortalecimiento del Estado en clave y código democrático.
Esta es la economía política que nos puede poner realmente en el futuro: más allá de la visión poquitera de la economía como extensión del hogar (o del casino), pero más acá de las fantasías que propicia una pluralidad que abierta y libre como nunca, no ha forjado lo que le puede dar razón histórica: una ética pública y secular y un claro sentido de la responsabilidad política. Estos serían nuestros ``sentimientos morales'' para arribar al milenio que viene.