El baño Turco (The turkish bath, hamam), año 97, de Ferzan Ozpetek, cuyas nostálgicas imágenes humedecen el quinto Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM, me sirvió de inspiración para escribir estas líneas a propósito del cambiante rostro cinemático de Turquía. Nuestras primeras palabras describirán brevemente los avatares del cine mudo, aquel que iluminó las pantallas entre 1910 y 1932 con un raquítico total de 14 largometrajes, entre ellos Estambul trágico y Los misterios del Bósforo, de Ertugrul Mushin. Pero hagamos referencia a un filme sonoro inicial, En las calles de Estambul, sonorizado en laboratorios franceses por Mushin en 1932. A partir de esta fecha crucial extendamos nuestra investigación hasta 1940, para poder dar cuenta de 28 producciones sonoras, numerosos doblajes de filmes extranjeros, a veces reeditados para cambiarles su sentido original, como ocurrió con la película Le Condotiere, de ideología fascista, transformada por el poeta y cineasta Nazim Hikmet en un discurso antifeudal. Utilicemos enseguida varias frases para iluminar sucesos interesantes; por ejemplo, la ley de ayuda al cine promulgada en la quinta década, que permitió otorgar a los cineastas acentos personales a sus trabajos: Entre dos bayonetas, cinta neorrealista de Chandra Kamil. Entretanto, otros continuaban comercializando danzas del vientre y otras fatigas eróticas: La pequeña Aicha, protagonizada por una niña de cinco años. Sin embargo, entre aquel centenar de películas anuales de dudosa calidad que impulsó la ley, surgió una excepcional: Verano sin agua, de Metin Erkcsam (Oso de Oro, Berlín, 1964). A pesar de este indiscutible éxito y de otras creaciones realizadas por Erkcsam, el cine turco resultó poco conocido fuera de sus fronteras durante aquel tiempo: quinta y sexta década. Hagamos ahora referencia a un trabajo axial de los años 70: Umut, de Yilmaz Güney, y para continuar con aquel séptimo decenio, acerquémonos sigilosamente a Los chavos de Estambul de Omer Kavur, cuyo discurso procomunista hace referencia con intensos acentos naturalistas a las vicisitudes de una juventud desamparada. Pero indiscutiblemente el mejor trabajo cinemático de esos tiempos, capaz de plantear no sólo una discusión política sino también una reflexión crítica de la historia, es La cocina del rico, de Basar Sabuncu, en cuyo contexto el protagonista teje los hilos del presente y del pasado del que ayer fue poderoso imperio y hoy extenso país tercermundista. Encuadremos de inmediato la octava década a través de cuatro películas. Una, primera, Yol (Palma de Oro, Cannes, 82), de Yilmaz Güney, que concentró en el celuloide su discípulo Serif Goren, y sobre la cual escribimos: ``Imágenes con vocación documental, que recogen los incidentes ocurridos a aquellos cinco reclusos que retornan a la cárcel después de cumplir una semana de libertad condicional''. Otra, segunda, Número 14, de Sinan Cetin, que cuenta el secuestro de una prostituta. Otra más, la tercera, Dilan, de Erden Kiral, cuya narrativa está centrada en el conflicto que se suscita entre un rico terrateniente y un pastor por la posesión de una bella campesina. Cuarta, y última, Luna llena, de Sahin Kaygun, cuya propuesta hace referencia a una dinámica existencial fundada en la contemplación y la nostalgia, mientras la música de Donizetti resuena entre los muros de una casa ubicada frente al mar. Hoy -años noventa-, el cine turco está en crisis: drástica disminución de la asistencia a las salas y, por ende, descenso irremediable de la producción; auge de la televisión y del video, transmisiones de una temática mediocre y repetitiva que aniquila en espectadores y cineastas búsquedas estéticas o sociales; no obstante, en el año 93 Sahin Gurpinar creó Rio rojo, borrego negro, poderosa incorporación de la naturaleza (instinto salvaje) en el frágil contexto de una problemática profundamente humana: el amor... Y apenas ayer, Ferzan Ozpetek, El baño turco, drama fílmico que nos impulsó a describir el cambiante rostro cinematográfico de Turquía.