Los principios que sustentan las políticas económicas y financieras instrumentadas durante los últimos tres lustros son una convicción profunda de los gobernantes. De ello han dado muestra consistente durante ese lapso. Pero es imposible explicar cómo continúan enarbolando con obstinación digna de mejor causa unas políticas que han hecho de la economía real (lo productivo) un desastre, del sector financiero una catástrofe y de la pobreza un mar inmenso que ha comenzado a embravecer.
El producto interno creció apenas 1.4 por ciento promedio anual entre 1981-1994, mientras el producto por habitante cayó hasta ubicarse en 1994 cinco por ciento por debajo del de 1981. Diciembre de 94 trajo el ``error'' tras el cual el producto cayó verticalmente en 95, para repuntar en 96 y 97. En 98 el crecimiento del producto será menor a los dos años anteriores, con un segundo semestre que muestra diversas señales de recesión. Esta, en uno o dos años, podría estar plenamente entre nosotros, dada la evolución de las cuentas externas, aunque el caos financiero puede adelantarla si la crisis bancaria provoca en los próximos meses una huida de capitales. De cualquier modo el presente sexenio terminará probablemente con un nivel de producto por habitante similar al de 1994 e inferior al de 1981.
El comportamiento del consumo y de la inversión durante el mismo lapso muestra tendencias erráticas y, en conjunto, un pobre desempeño.
Lo ``exitoso'' ha sido el rubro exportador. Sin embargo, de su alto ritmo de ascenso no derivó una expansión del producto debido al también acelerado aumento de las importaciones. En 1982 exportaciones e importaciones totales representaron el 12 y el 6 por ciento del producto respectivamente; en 1990 fueron el 16 y el 12 por ciento, y en 1994 igualaron en 16 por ciento. En nuestros días el déficit comercial externo amenaza ya en el corto plazo. En realidad el magro crecimiento del producto durante tres lustros ha provenido principalmente del olvidado mercado interno.
Debido a los problemas con el exterior, entre 1981 y 1994 la deuda externa creció 30 por ciento, mientras el producto por habitante decrecía. Antes de los años 80 la deuda engrosaba porque aumentaba el déficit externo debido al crecimiento económico. En estos años, sin crecimiento la deuda aumenta. La economía mexicana no ha podido ser más ineficiente.
El ángulo exitoso de las exportaciones consistió en la sustitución del crudo por manufacturas, lo cual no impidió que continuara el alto grado de petrolización de los ingresos fiscales.
Además, los programas de ajuste y los cambios en los precios relativos a favor de los bienes exportables provocaron una severa contracción del empleo formal. Mientras la población económicamente activa creció a una tasa promedio anual de 3.3 por ciento durante 1982-1994, el empleo formal lo hizo a una de 0.8 por ciento. Esa diferencia explica la ampliación de la economía informal, un espacio de baja productividad y bajos ingresos en el que sobreviven millones de mexicanos. Ello mismo contribuyó al continuo crecimiento de la población pobre y a la ampliación persistente de la desigualdad social.
El modus operandi de la economía, junto con las condiciones de privatización de la banca (mentalidad bursátil y especulativa aplicada a la banca), más políticas monetarias y financieras erradas y erráticas, más enteca institucionalidad en la esfera financiera, todo ello reunido configuró, antes del ``error de diciembre'', una cartera vencida del orden del 9 por ciento de la cartera total, equivalente al capital de los bancos, y superior en 4/5 puntos a la media aceptada internacionalmente. Después del error famoso, la estampida de la tasa de interés hacia las nubes llevó la cartera vencida a 40 por ciento del total, que se compone, como hoy sabemos, de deudores morosos; de oportunistas sin escrúpulos que en un país de 40 millones de pobres no pagaron porque no quisieron; de criminales y de banqueros y funcionarios cómplices.
Reforma ``estructural'' extemporánea, más instituciones raquíticas, más las políticas reseñadas, produjeron de manera tenaz nuestro presente. Costosa obstinación.