La Candelaria de los Patos, espacio agotado en el que imperan zozobra y decadencia
Apenas en unas cuantas cuadras, La Candelaria de los Patos acumula extremos de decadencia. Deambulan teporochos, indigentes, chineros, prostitutas y sus lenones, cargadores, drogadictos, diableros, niños de la calle, pepenadores, vendedores ambulantes e indígenas que recién llegan a la ciudad: todos tienen que cuidarse la espalda.
Ricardo Olayo Ť La Candelaria de los Patos, referencia histórica y geográfica del centro de la ciudad, atrás del Palcio Nacional y a un costado del Palacio Legislativo hoy es tierra de zozobra en la que es común ver a la gente voltear rogando que no lo siga alguno de los 80 chineros que asaltan día y noche en la zona.
En las calles o vecindades, los niños juegan a robarse: ``¡te voy a chinear, te voy a chinear!'', gritan, se persiguen y por la espalda se aplican la llave china.
Frente al Palacio Legislativo de San Lázaro, La Candelaria también exhibe la miseria de 41 familias triquis, artesanos de Oaxaca hacinados desde hace 14 años en cuartos de madera de tres por tres metros, sin drenaje y con una sola toma de agua.
Las plazoletas que dan al recinto parlamentario son espacios áridos en los que vendedores de cosas viejas ofrecen chácharas, incluidos los panfletos porno de a dos pesos --muy socorridos entre los hombres--, y para la clientela femenina faldas y blusas de dos y tres pesos, bolsas de cinco y zapatos de 18 pesos.
Apenas en unas cuantas cuadras, La Candelaria de los Patos acumula extremos de decadencia. Deambulan teporochos, indigentes, chineros, prostitutas y sus lenones, cargadores, drogadictos, diableros, niños de la calle, pepenadores, comerciantes ambulantes, indígenas que recién llegan a la ciudad y personas en solitario que tienen que cuidarse la espalda. ``¡Esto no es vida!'', se lamentan algunos.
En los negocios trabajan a todo vapor lo que da las piqueras o cortinas de La Merced, antros de venta de cerveza que son atendidos por mujeres que se prostituyen por 30 a 60 pesos por 15 minutos de sexo con clientes de la zona y de manera particular con los militares que llegan en nutridos grupos.
A menos que huela a aceite quemado de los puestos de ambulantes, domina el olor a descompuesto, a fruta pasada que los bodegueros y cargadores tiran sobre las calles y especialmente en las jardineras; la fauna nociva de ratas y cucarachas se agiganta ante tan suculento manjar.
Los besos de las parejas enamoradas que caminan por estas calles, siempre tienen en medio el olor a cebolla, cilantro o agua estancada.
Espacio inanimado cuyo hacinamiento es el denominador común
En los mapas de la delegación, La Candelaria se resume a dos manzanas que de hecho son parte de La Merced y del perímetro B del Centro Histórico, con nueve inmuebles que la circundan como el patrimonio de la ciudad que se le reconoce. Una manzana la ocupa la Unidad Habitacional Candelaria que, al igual que muchas otras construcciones de la zona, creció sin orden y en ella se trató de experimentar hace cuatro décadas un modelo de vivienda innovador, cuyo resultado es el hacinamiento.
Son viviendas de 30 a 42 metros cuadrados en las que viven decenas de familias; la unidad sirve también de refugio de los chineros, quienes una vez que tienen el botín en sus manos, entran corriendo y burlan alguna barda a modo para salir a otra calle y así hacer imposible su captura.
Este céntrico ghetto del Distrito Federal ganó su nombre hace años por la Iglesia de la Candelaria que se erigió en el área. Una de las primeras construcciones levantada por los españoles en donde siglos después se localizaría el centro de la ciudad de México; y recibe el nombre ``de los patos'', porque en los alrededores se vendían aves, principalmente chichicuilotes ya cocinados y cazados en las cercanías, donde aún en los años cincuenta, llegaba un afluente de lago; hoy parece imposible que esta zona degradada haya albergado tales actividades.
Añeja reserva territorial, donde se ubicaban grandes bodegas, la terminal de ferrocarriles y espacios reservados para industrias, el crecimiento sin planeación la dejó como un espacio inanimado, dependiente y afectado por La Merced. El paso definitivo para la desarticulación de La Candelaria lo dio el Eje 2 Oriente (Congreso de la Unión) y la línea 4 del Metro, que la dejaron arrinconada y, para decirlo en el lenguaje oficial, ello aceleró el deterioro de su imagen urbana.
Escapularios, rosarios y tatuajes el distintivo de la delincuencia local
En la tierra de siempre-voltea-para-atrás, la llave china aplicada a decenas de personas es cosa de todos los días. A los chineros se les puede identificar porque llevan escapularios y rosarios colgando del cuello o tatuajes en los antebrazos. Las autoridades han contabilizado más de 80 de estos delincuentes que alternan sus rutinas entre La Candelaria y La Merced, y por lo menos mil 200 sexoservidoras.
Muchos juran que al igual que las prostitutas, los chineros se persignan antes de iniciar sus labores, y preferentemente lo hacen en la Iglesia de la Soledad, donde según los rumores, logran protección de todo tipo cuando están en apuros.
El sacerdote de la iglesia, Héctor Tello, así lo confirma: ``entran a persignarse como una forma de superstición para que les vaya mejor, también corren a la iglesia como un refugio transitorio al que no pueden entrar los policías. Uno no puede salir y entregarlos o negarles el paso, pero de ahí a protegerlos hay una distancia''.
El mismo recinto religioso sufre la acción de aquellos chineros que no son de la zona, porque según cuenta el párroco, ``se suben a las bóvedas a quedarse a dormir o a tomar su nieve (cocaína), les vale gorro... les vamos a poner una reja para que ya no suban'', dice el sacerdote con 20 años de estancia en la zona.
Los que son de aquí usan escapularios y rosarios para identificarse de los que llegan de otros lados, pero ``en el fondo no hay nada de religión en ellos, es sólo el uso exterior, porque a muchos no les gusta el mensaje de Dios ni venir, aunque sus familias los traen a jurar contra las drogas y les cuesta mucho trabajo cumplir, porque es un problema de falta de sentimiento humano por la pobreza y la ignorancia.''
Los drogadictos entierran las drogas en las atarjeas o en la tierra de los jardines. Todo mundo sabe quiénes son, pero no los agarran y no se puede decir que la policía ``le entra al toro'', subraya el religioso.
Gabriel Rosas, coordinador regional de la delegación Venustiano Carranza, sostiene que las bandas de chineros están comandadas por al menos dos mujeres, una de ellas de apellido Duarte, que también tiene ligas con los comerciantes.
Las ganancias, supone, las distribuyen a cambio de protección y ``gestión'' ante las autoridades policiacas, para que no sean molestados, porque, acepta, aún tiene vigencia ``el entre'' a los vigilantes. En la zona la presencia de uniformados y judiciales a bordo de sus patrullas es intensa, pero la delincuencia no baja.
Algunos de los vecinos de la zona cumplen más de un rol. Sus papeles están entreverados. ``Unos días padrotean, otros delinquen o venden en la calle'', expone el funcionario. Las pruebas, dice, son difíciles de conseguir, se obtienen por versiones de otros y por investigaciones no fáciles de concretar.
En la zona el gramo de cocaína pura se consigue en 360 pesos, la media pura en la mitad y en 60 ``la bola'', que es una mezcla de anfetaminas diversas con coca. El speed --hecho con solventes como gasolina y encapsulado-- y el cristal --compuesto de anfetaminas--, a quienes los consumen ``hacen que asalten hasta a su familia''.
Indígenas triquis, del abandono priísta a la lucha por sobrevivir
Timados por líderes de la Confederación Nacional Campesina (CNC) --una de las oprganizaciones del sector campesino del Partido Revolucionario Institucional (PRI)--, indígenas oaxaqueños se instalaron en Congreso de la Unión número 73 desde 1985 en un predio sin servicios. Al paso de los años, los priístas los dejaron solos y ahí han resistido intentos de lanzamiento y agresiones de vándalos de la zona.
Juan Méndez, representante de la comunidad, recuerda que distribuyeron los predios de tres por tres metros, con pequeños pasillos de menos de un metro de distancia en el que no cabe un alma.
Decenas de moscas grandes y negruzcas vuelan sobre la cara de los menores que permanecen en el piso de las casas, sobre algún chal o sarape. Tejedoras humanas, las mujeres triquis producen y producen diademas que ellas o sus hijos tienen que vender en cinco a ocho pesos. En el campamento no hay agua, sólo una toma general, para las más de 180 personas, dos baños, uno para hombres y otro para mujeres.
Algunas llevan trajes típicos de la zona mixteca y sus hijos ya escuchan a Control Machete y Molotov. Los principales padecimientos de esta pobreza son diarreas, vómitos y tos. Su dieta: ``frijolitos, sopa, quelite o lo que caiga... carne no''.
El representante de los indígenas, Juan Méndez no duda cuando dice que muchas familias ``ya se hallaron en la ciudá'', y que están mejor aquí que en Oaxaca, ``aunque hay mucha competencia'' de otros artesanos y el personal de la delegación cobra cada día de 20 a 25 pesos para poder vender.
Una zona devastada, por donde quiera que se le mire
La Candelaria tuvo su auge, pero ya es una ciudad fantasma como Tacuba, ya está agotada, dice Jorge López, vendedor de cosas usadas, ``le quedan unas callecillas... es como una ciudad sin ley, como si no hubiera nadie''.
Gran parte del día permanece de pie sobre la ropa usada que vende. A su alrededor, un hombre manco vende helados mientras una de sus clientas, con manchas en la cara y un menor en brazos, llega a preguntar por una falda y una blusa que tras el regateo finalmente se lleva por tres pesos.
Ha cambiado de apariencia, hay calles pavimentadas, aunque están hasta el tope de basura, hay luz, pero no importa porque a cualquier hora del día asaltan.
Por donde se le mire, parece una zona devastada.