El martes pasado, la ciudad de México fue literalmente tomada como rehén por una organización de permisionarios del transporte público que exigían que la exclusividad de sus concesiones se mantuviera. El suceso, sin duda de tremendas dimensiones, nos permite analizarlo desde diversos ángulos.
Siendo un asunto esencialmente laboral, sus efectos se movieron al espacio de la vida social y al del papel que el Estado debe jugar como garante del orden público y la legalidad.
¿Qué estaban pensando los concesionarios cuando decidieron colocar cientos de automóviles para bloquear los principales accesos a la ciudad? ¿Midieron las consecuencias?
Es obvio que su nivel de desesperación por lo que ellos consideran una violación de sus derechos, pudo más que la serenidad que seguramente alguno de ellos recomendó de no llevarlo a cabo, por la afectación de derechos a terceros.
La enorme presión social que hay por el ingreso diario se encuentra en niveles nunca vistos. Lo que los taxistas estaban defendiendo, sin medir todas las consecuencias sociales, productivas y económicas del método elegido, era su ingreso y los satisfactores que con él llevan a sus familias.
Esa presión social por el ingreso, también explica una buena parte de la violencia cotidiana, que tiene a la sociedad atrapada en un clima de incertidumbre y zozobra permanentes.
El suceso habla también de que los mecanismos tradicionales de lucha que los trabajadores han empleado para refrendar sus derechos, ya no tienen la eficacia necesaria para modificar la correlación de fuerzas, por lo que en la desesperación ensayan métodos cada vez más radicales.
Ante el suceso, sin duda de enorme trascendencia, la autoridad se mostró carente de la información mínima que le permitiera anticiparlo y actuar al menor costo social posible. Una movilización como la que se llevó a cabo requirió de planeación y de la intervención de muchas personas; el no saberlo con anticipación puso en evidencia una de las mayores fragilidades del Estado: carecer de la información adecuada y oportuna para actuar también con anticipación. Ya frente al hecho, se prefirió pagar el costo de la crítica a buscar una salida de fuerza que sin duda hubiera resultado trágica.
Los ciudadanos que resultaron atrapados en un ambiente cargado de tensión, mostraron en cambio una madurez que vale la pena resaltar. No sin profundo disgusto, prefirieron hacer de la calma y la paciencia la mejor de las actitudes para disminuir los riesgos de la violencia, que siempre estuvo latente, y salir lo mejor librados del suceso. La prudencia social, que como respuesta colectiva mostraron cientos de miles de personas, es sin duda un hecho digno del mayor de los elogios. Con una rabia plenamente justificada, prefirieron hacer de la calma el antídoto más eficaz contra un problema que no siendo suyo, terminó por afectarlos directamente.
Correo electrónico: [email protected]