La gente marinera de San Sebastián anunciaba la inauguración de la nueva plaza de toros. La noticia pregonada, seguramente al son de un tamboril, cundió al instante y la población junto a los turistas y taurinos se puso en movimiento y hasta la televisión española llegó al coso, lo que nos permitió ver el regreso de las corridas de toros a la capital vasca y el toreo suavemente balanceado de José María Manzanares, que seguía a las olas de las playas vascas en un compás alternado y cadencioso.
Lo mismo el alicantino que Enrique Ponce llegaron a la plaza de la Conchita y se acordaron de México y les dio por torear -a la moda mexicana--lo cual no es exactamente lo más ortodoxo en el toreo, pero, en cambio, Ponce consiguió enloquecer a los vascuences con ese torear flotador no exento de belleza, y que tiene un aire gracioso y sencillo, máxime cuando se ejecuta con novillines similares a los que estamos acostumbrados los cabales de la México -que dicho sea de paso seguimos castigados sin toritos por protestones--.
Pero si Manzanares toreó con cadencia, Ponce sin ligar los pases, al igual que el alicantino, enviaba al torillo hasta ya lejos ``desde aquí hasta allá'', decía Ojo, el inolvidable cronista del Semanario taurino El Redondel, y los remataba aún más lejos, en circulares delirios que hicieron delirar a los vascos. A distancia de los pitones la muleta del torero valenciano era una mariposa alegre que adquiría giros originales al caer la noche nochera, en el San Sebastián de la gente recia, la buena comida y el restaurante abre paladares de todas las gulas de los Arzac.
En cambio, cuando Ponce se puso guapo en dos naturales de privilegiado para torear, los vascuences se quedaron fríos, ante lo cual el torero nacido en las aguas mediterráneas se dedicó a gozar del tiempo en una faena interminable, seguramente persuadido de que el gozo de torear un torito de embestida a la mexicana -pastueño y fijo--no se da todos los días, y el día de mañana no lo ha visto nadie, como dice el refrán sevillano, Ponce se durmió toreando.
Total, ¡Vengan cañas, manzanilla, música y merluza al verde! Que mañana no lo ha visto nadie y por lo pronto hay que vivir el presente y la presencia-ausencia de la muerte que se deja sentir en ese anhelo de gozar el toreo a la Ponce o Manzanares, eternizando la fugacidad del instante torero, sabiendo lo que está detrás del tiempo -la muerte-- que va mordiendo lo negro...