En El baño turco (Hamam), primer largometraje de Ferzan Ozpetek, la ciudad de Estambul ya no es la capital romántica oriental, punto de arribo de las fantasías hedonistas europeas, enigmática en su folclor de nueva Constantinopla poblada de sementales robustos, de priapismo legendario, dispuestos siempre a revitalizar sexualidades exangües. Al menos ya no es totalmente el centro de combustión erótica que el director español Vicente Aranda imaginara en La pasión turca, y sí, un poco, a su manera discreta y desencantada, una visión lúcida de la incomunicación amorosa, de la ausencia de reciprocidad en el reclamo afectivo, y de aquellos goces eróticos que una vez alcanzada su plenitud, irremediablemente se apagan.
La cinta de Oztepek establece -en un lenguaje muy llano- un vínculo entre las contradicciones culturales de la ciudad turca (con su apego a las tradiciones y su anhelo de modernidad) y los conflictos de un personaje, Francesco (Alessandro Gassman), a su vez dividido entre el deber conyugal y el impulso de satisfacer sus deseos homosexuales. Francesco llega de Roma a Estambul para vender la casa que allí le heredó una tía. Esa casa resulta ser un hamam, unos baños de vapor casi derruidos. Paulatinamente se dejará seducir por el lugar, la ciudad y la familia que lo hospeda, hasta abandonar su proyecto inicial y operar un cambio radical en su vida afectiva y sexual.
Con anotaciones muy breves, el director marca las etapas de la trayectoria del joven italiano por la realidad recién descubierta. En lugar del desbordamiento erótico posible, hay una suerte de encubrimiento de las pulsiones sexuales. En el hogar turco en que vive Francesco se cultiva el secreto, la obligación tácita de guardar las apariencias, aun cuando el extranjero que protege al barrio de las especulaciones de los agentes inmobiliarios también altere el equilibrio de ``la moral y las buenas costumbres'' familiares. Esta situación la maneja Oztepek con elegancia y humorismo, en total lejanía con el tremendismo moral que, por ejemplo, la película El callejón de los milagros, de Jorge Fons, extrae de conflictos similares magistralmente narrados por el escritor egipcio Naguib Mafouz.
Muy deliberadamente, la película conduce al espectador por una narración que procede por ocultamientos, elipsis y revelaciones lentas, como si deseara, a través de la forma, sugerir la esencia misma de un baño turco, espacio singular del escamoteo visual y de la sugerencia erótica. Francesco descubre en el diario íntimo de su tía el placer con que ella recuperó, muchos años atrás, el hamam abandonado y lo reconstruyó, para volverse gran señora occidental de los baños turcos, y penetrar así en la intimidad de los juegos masculinos, ya que, en palabras suyas, ``el vapor siempre relaja los cuerpos y las costumbres''. A lo largo de la cinta se escucha en off esta voz de la tía que preside la liberación moral y sexual del sobrino preferido, con el modelo de su propia emancipación en Estambul, el territorio de la diversidad y los contrastes.
Con todo esto, El baño turco es una película muy desconcertante. Sus personajes centrales aparecen un tanto desdibujados y sus relaciones afectivas carecen del desarrollo dramático que las habría hecho convincentes o más interesantes. Aunque son notables las observaciones sobre la vida familiar turca, el juego de la diversidad lingüística (los personajes hablan italiano, francés, turco), la alternancia de puntos de vista (Estambul vista por Francesco, por su mujer Marta, pero también narrada por la tía), el espectador sólo tendrá trazos mínimos de personajes tan significativos como Mehmed, el amante turco de Francesco, o de Fusun, su hermana. De alguna forma, la intención del director pareciera ser precisamente ofrecer al público una visión muy fragmentada de la realidad turca, con imágenes breves del cruce del Bósforo en ferry, o panóramicas de la ciudad con sus mezquitas, sin insistir en lo pintoresco, prefiriendo la descripción naturalista del interior doméstico y sus rutinas, a las que los personajes italianos sólo tienen acceso a medias por la barrera del lenguaje o por su propia resistencia cultural; como ellos, también la curiosidad del espectador queda un tanto insatisfecha. Al desechar el desarrollo cabal de un thriller o de una verdadera ficción romántica, el realizador deja la puerta abierta a una posible exploración imaginativa, como una invitación a penetrar por primera vez en un baño turco.