León Bendesky
Fobaproa, otro Paricutín

Ahora resulta que las crisis económicas son como los volcanes, ``surgen de repente un día, pero se gestan durante mucho tiempo atrás''. Esta es la interpretación que ofrece la Secretaría de Hacienda sobre los acontecimientos de fines de 1994 en el libro que recientemente puso en venta (Fobaproa, la verdadera historia, SHCP, 1998). Y si así interpreta los asuntos económicos de la nación la entidad encargada de conducirlos, no es extraño que la crisis haya estallado en la forma y con la fuerza como ocurrió, y que la gestión de la misma haya llevado a un conflicto político como el que hoy existe.

Esa imagen volcánica es muy poco afortunada como argumento explicativo de cualquier cosa excepto, claro está, para tratar el surgimiento de los volcanes. La crisis económica no apareció de repente; es más, el episodio de 1994 es tan sólo uno de los que componen la crisis de crecimiento de larga duración que padece el país desde hace casi 20 años. La vulcanología no sirve para eludir la responsabilidad de quienes administraron la economía, especialmente en los últimos años del sexenio de Carlos Salinas.

Mientras que un geólogo no puede sino asistir de manera pasiva y asombrada al nacimiento de un volcán, los que administran la economía no pueden darse ese privilegio. El mismo texto de Hacienda contradice de inmediato la figura volcánica de la crisis económica. Dice que en el periodo pasado todos gastaban más que en la época anterior, lo que se ``debía a una visión sumamente optimista del futuro'' y, además, se dio la ``posibilidad de que la economía gastase más allá de los recursos con los que contaba''. El escaso ahorro interno se cubrió con abundantes entradas de capital, las que ``infortunadamente... fueron a muy corto plazo, y no en inversiones estables y productivas''. Las condiciones internas y externas prevalecientes en esos años, sigue diciendo la secretaría, hicieron que a partir de 1989 se presentara ``una inusitada expansión del crédito (que) puso de manifiesto tanto la ausencia de un sistema de regulación y supervisión adecuado, como la falta de experiencia en el otorgamiento de préstamos por parte de los bancos, después de tantos años sujetos a fuertes controles''. (Todas estas citas provienen del capítulo 1 del libro.)

Esa interpretación de la crisis económica y bancaria de 1995 se sella con un comentario del secretario de Hacienda en la entrevista que concedió a Mario Vázquez Raña en julio de 1998 y contenida en el texto en cuestión. Dice el funcinario que lo que ocurrió fue ``un quebranto de la confianza mayor que el que normalmente hubiéramos tenido si no hubiera habido esa euforia, o más bien, esta perspectiva poco objetiva de qué tanto podía avanzar México es ese momento'' (página 64).

Resulta, entonces, que los mexicanos gastaron demasiado, como si ésa fuera en aquel periodo una economía en bonanza y que incorporaba a ese bienestar de manera más o menos equitativa a todos los grupos de la población. Pero que se gastaba más allá de las posibilidades, financiando el exceso con capitales externos altamente especulativos, con un sistema bancario ineficiente y lerdo vendido a banqueros incapaces y sin un esquema regulatorio que funcionara. La interpretación oficial concede, pues, que en ese marco de gestión de la economía la crisis era inevitable, pero que se sumó a una euforia que indicaba la deficiente visión creada sobre las posibilidades de desarrollo del país. Visión que, debería reconocer el texto, fue creada y propagada por el propio gobierno y comprada y revendida con altas ganancias por los beneficiarios dentro y fuera del país.

El subtítulo del libro no podría ser mejor: ``La verdadera historia''. Sólo que es una confesión de parte que pone al descubierto la trama de responsabilidades en la conducción de la economía en los años recientes, y uno de cuyos saldos incontrovertibles es la creciente desigualdad social y la acumulación de la pobreza en el país. Sobre un diagnóstico como ése en torno a la crisis económica no puede sustentarse una estrategia políticamente creíble para enfrentarla. Ese es el problema del Fobaproa.

Por ello es hoy igualmente importante detenerse en el origen de la crisis y en la forma en que se administra la economía, fincar responsabilidades y revisar las políticas que se aplican, como ver hacia delante para superar los conflictos existentes y, sobre todo, establecer un esquema amplio en el que el sector bancario cumpla un papel positivo en la promoción del crecimiento productivo. Por ello, también, es que no convencen los argumentos catastrofistas de las autoridades y algunos grupos empresariales acerca de otra inminente crisis si el Congreso no aprueba las iniciativas de ley respectivas. El Congreso tiene como el Ejecutivo una responsabilidad y no hay más que exigirla, pero sin caer en una versión local del milenarismo, ahora que el año 2000 está ya tan cerca y con tan altos significados políticos.