La Jornada Semanal, 16 de agosto de 1998



Mi vida con los delfines

Orlando González Esteva

Los diccionarios de cubanismos identifican como cocuyera, una jaula construida con alambres junquillo, destinada para guardar los insectos fosforescentes llamados cocuyos, o un güiro seco, agujereado profusamente, con propósito similar. (Otra vez el güiro, pero esta vez más resuelto en brotes de oscuridad y de luz que de música.) No se me ocurre imagen más cabal del universo, ni de un libro de redondillas. Se sabe que a la luz de estas lámparas primitivas, donde el mundo vegetal y el mundo animal parecen confabularse e intercambiar con el hombre misteriosos guiños, los campesinos y sus mujeres desarrollaban numerosas actividades que no excluían el baile y la cópula; Fray Bartolomé de las Casas rezaba maitines en un breviario de letra menuda, y había, incluso, quienes escribían cartas. Para todo esto sirven las redondillas: para refocilarse, para ver mejor, paraa comunicar con lo lejano.

Un libro de redondillas es una cocuyera encendida en mitad de la noche, el racimo de ojos azules que buscaba, para complacer a su novia, el protagonista de una página de Octavio Paz, un camarote con menos espacios cerrados que claraboyas, un caserón habanero lleno de óculos encristalados, patios interiores y tinajas de agua fresca en el calor de la medianoche. Acaso el universo no sea sino eso: un libro de redondillas que, aun en cada agujero negro (los científicos no dudan en describir como perfectamente esféricos los agujeros producidos por el colapso gravitatorio de las estrellas) tiene, a manera de un enorme queso gruyere, estrofas para solaz de quién sabe qué lectores ansiosos, como nosotros, de asomarse por ellas a otros orbes, y hasta de escapar, si éstos no existen, a quién sabe qué dimensiones ignoradas de éste.

Verdes insectos portando sus fanales/ se pierden en la voraz linterna silenciosa... La imagen del poema de José Lezama Lima rebasa el contexto de la noche estrictamente insular. Si el origen del árbol de Navidad, cargado de pequeñas esferas y luces, está en la fascinación que ejerciera sobre Martín Lutero un pino en cuya fronda parecía haberse emboscado la noche estrellada, bien puede la noche estrellada haber tenido origen en el vuelo de una bandada de cocuyos, y esa bandada, en las hojas dispersas del primer libro de redondillas. ¿Cómo, si no, se explica la tendencia a la esfericidad de los cuerpos celestes? ¿En el principio no era el Verbo, y el Verbo no era con Dios, y el Verbo no era Dios? Si a un ser se lo concibe como perfecto -reza el Diccionario de símbolos- se lo imaginará como una esfera. La redondilla es ansia de perfección.

Sobrecogido ante la luminosidad procedente de una bandada de cocuyos que cubría los árboles y la sabana, Alejandro de Humboldt sintió que la bóveda celeste se había posado en Cuba. Todo lo contrario: sólo se aprestaba a levantar el vuelo. Así, el verdadero destino de un puñado de redondillas no es la página que las exhibe sino un lugar en la memoria, acaso a oscuras, del lector.

Alguien ha descrito la perplejidad no exenta de superstición de los vecinos de un barrio parisiense que una noche de mediados del siglo XVI vieron chisporrotear por primera vez, en el aire de un taller de carpintería, una bandada de cocuyos. Los cocuyos, según la fuente, suelen depositar sus larvas dentro de las maderas: éstos que irrumpían en la noche de Francia lo hacían desde unas traídas del Caribe. Como el globo rojo del célebre cortometraje francés, y aquellas colegas suyas que en una suerte de apoteosis cubren el cielo de París al final de dicho cortometraje, cargando con el pequeño protagonista del filme a quién sabe qué regiones arcanas; como el revuelo, seguramente desconcertante, de aquellos cocuyos expatriados en un oscuro rincón de la Ciudad Luz, las redondillas propenden a la transgresión, a llevarnos más allá, permitiéndonos ver el mundo desde otra perspectiva, acercándonos al misterio, iniciándonos, risueñas, en lo desconocido.

Fragmento del libro del mismo nombre editado en la colección Tristán Lecoq de Trilce Ediciones, que será presentado este martes 18 a las 19:30 en el Salón Riviera.