La Jornada Semanal, 16 de agosto de 1998
Quinto cuadro
(La misma celda, a oscuras. Se encienden, una tras otra, tres antorchas que portan, según se verá a medida que la escena se ilumina lentamente, tres personajes en zancos vestidos con capuchas blancas estilo Kukuxklán y túnicas blancas que llegan hasta el suelo. Federico duerme en su camastro, agitado. Tres personajes vestidos de rojo sangre, con cabezas de toro del mismo color, salen de atrás de las figuras. En un principio, moverán sus cuerpos sin salir de su sitio, y los brazos como si fueran sus patas delanteras, que rascan la arena, listos para embestir, en tanto las figuras en zancos permanecerán siempre inmóviles).
(Suena la trompeta que anuncia el inicio de una corrida de toros)
Tres voces: ¡Somos toros pura sangre,
somos toros pura muerte!
¡Ay Federico García,
te llegó la última suerte!
(Pausa)
¡Ay Federico García: te llegó
Sanjurjo, te llegó Queipo de Llano,
te llegó Francisco Franco!
(Suena la trompeta)
(Entra el General Sanjurjo en su avioncito en llamas, blandiendo una
espada, y atraviesa el escenario de un lado a otro).
Voz primera: ¡Ahí viene Sanjurjo, el León del Rif, en su avioncito en
llamas!
Sanjurjo: ¡Ay que si yo me quemo se quema España!
¡Con Franquito y sin Franquito salvaremos a la patria!
(Sale repitiendo lo mismo)
Voz primera: ¡Ay Federico García!
¡Ay que te llega la hora!
Voz segunda: ¡Ay que se te va llegando
la muerte que te enamora!...
Voz tercera: ...¡la muerte
madrugadora!
(Comienzan a danzar entre las figuras en zancos)
Voz primera: ¡Muerte que te
quiero muerte!
¡Pena que te quiero pena!
Voz segunda: ¡Muerte que te quiero negra!
¡Negra que te quiero pena!
Voz tercera: ¡Pena que te quiero roja!
Las tres: ¡Pena roja, muerte negra,
roja muerte, negra pena!
(Vuelven a quedarse en los sitios que antes ocupaban)
(Suena la trompeta)
(Entra, en un patín del diablo, el General Queipo de Llano. En medio
del manubrio del patín se levanta un gran micrófono. Queipo se mueve
como guiñol. Atraviesa la escena de un lado a otro).
Voz primera: ¡Ahí viene Queipo de Llano,
merolico y asasano!
Queipo de Llano: ¡Esfa pafa ñofa lesfa!
¡Muerfa tefa afa losfa
cofa mufa nisfa tasfa
safa banfa difa jasfa!
¡Aspañalas, arraba Aspaña!
(Sale, repitiendo lo mismo. Los toros vuelven a danzar entre las
figuras).
Las tres voces: ¡Somos toros
pura sangre!
¡Somos toros pura muerte!
¡Ay Federico García:
te llego tu última suerte!
¡Ay Federico García!
¡Ve tomando precauciones...
tú no tienes los cojones
que tenía Sánchez Mejías!
Voz primera: ¡Ay Federico García!
¡Ay que te llega la hora!
Voz segunda: ¡Ay que se te va
llegando
la muerte que te enamora!...
Voz tercera: ...¡la muerte madrugadora!
Las tres voces: ¡Ay Federico García!
¡Húndete en el Sacromonte!
¡Tú no tienes las agallas
de Joselito y Belmonte!
¡Roja pena, muerte negra,
roja muerte, pena negra!
(Vuelven a quedarse en sus lugares. Una luz muy tenue ilumina por
unos segundos a un diablo gris con una capa torera gris también,
desgarrada).
Las tres voces: El diablo te hace una capa
de gusanos y gangrena...
¡Ay ay ay ay ay qué pena!
(Una luz, también muy tenue, ilumina a un ángel gris, inmóvil, con
un puñal en la mano derecha, en tanto las otras luces se apagan, salvo
aquellas de las antorchas. Los toros y las figuras en zancos quedan en
la penumbra).
Las tres voces: Un ángel te abre las venas
para beberse tus penas...
¡Ay ay ay ay ay ay qué pena!
(Entran y cruzan, danzando, el escenario, una mariposa amarilla,
otra verde, otra anaranjada, otra morada y otra blanca).
La amarilla: ¡Ay de la pena amarilla!
La verde: ¡Ay ay de la pena verde!
La naranja: ¡Ay de la pena naranja!
La morada: ¡Ay ay la pena morada!
La blanca: ¡Ay ay ay la pena blanca!
Todas: ¡Ay Federico García:
un arcoíris de penas
se hace ovillo en tus entrañas!
(Salen. Vuelven los toros, las figuras y Federico a ser
iluminados)
(Se escucha la trompeta)
(Entra el General Franco, montado en un caballo de juguete, de los que
se hacen con la cabeza -blanca en esta ocasión- y un palo. Lo siguen
cuatro mamelucos que agitan sus alfanjes plateados en el aire. Marchan
alrededor de Federico).
Las tres voces: ¡Ahí viene
Francisco Franco
en su caballo blanco!
¡Lo siguen sus mamelucos
carniceros y barbudos!
Franco: (Consulta un gran reloj de bolsillo)
¡Son las cinco en punto... de la mañana!
¡Arriba escuadras a vencer,
que en España comienza a amanecer!
Una voz: (Afeminada) ¡Y muerte a los poetas mariquetas!
Los mamelucos: ¡Federica, marica! ¡García Lorca, porca!
¡Federica, marica! ¡García Lorca, porca!
¡Federica, marica! ¡García Lorca, porca!
(Salen todos: las figuras de los zancos, los toros, Franco y sus
mamelucos. Del fondo, aparece una figura de torero, con traje de seda
negra y lentejuelas negras. Tiene también una máscara negra y guantes
del mismo color. Arrastra una capa torera negra también, con muleta,
que tiene en la mano izquierda. La mano derecha la tiene en alto y en
ella lleva, como se verá, una puntilla. Avanza con lentitud y
elegancia hasta llegar a la cama).
El torero: Federico... ¿me conoces, mariquilla?
Soy Amargo,
¡Vengo a darte la puntilla!
(Se queda inmóvil, con la mano en alto. La luz se extingue
despacio,
en tanto que escuchamos las voces de dos niños).
El primero: Pecopín pecopín...
El segundo: Baldour, baldour...
El primero: Apagar, apagar...
El segundo: Luz, luz...
(La escena se oscurece y permanece así por unos diez
segundos)
Sexto cuadro
(Una luz cenital, tenue y azulosa como un rayo de luna ilumina a
Federico, quien se encuentra de espaldas al público, de rodillas, con
los codos apoyados en la cama, la cabeza inclinada, los brazos
levantados y las manos en actitud de oración. Federico comienza a
declamar. Unos segundos después aparece frente a él, del otro lado de
la cama, una cruz de madera, delimitada por un tubo delgado de gas
neón rojo, en la que él mismo -un actor que hace de doble- se
encuentra crucificado y muerto, la cabeza inclinada sobre el
hombro. Está descalzo, un pie sobre el otro, y sin sombrero, pero por
lo demás está vestido: saco y pantalones, camisa, corbata, chaleco. En
las palmas de las manos tiene, pegadas, sendas rosas rojas. Otra rosa
roja, en el empeine del pie. Desde luego permanece inmóvil. Se supone
que Federico, con la cabeza baja, no lo ve en ningún momento).
Federico: ¡Oh Señor de los cielos!
¡Oh Señor de los cielos, escúchame!
Yo soy como tú me hiciste, Señor:
me hiciste de tu sangre y tu saliva,
de tu misericordia viva.
Señor, tú me hiciste ciego.
Perdóname este amor que me arrebata
la dicha y el sosiego,
este amor que me mata
con las delicias de su ardiente fuego.
¡Señor, oh señor de los cielos!,
perdona este amor oscuro
que no dice su nombre:
perdóname, tú me hiciste un hombre,
pero también ángel caído, impuro.
Señor, tú me hiciste así,
Señor, tú me has negado
a la mujer, María,
sus pechos de leche tibia,
sus dos muslos, bahía
de ávidos peces espada,
y nido de golondrinas.
Señor: me hiciste todo amor,
y por tu amor amo las cosas
que hiciste para mí, para mis manos,
para mis ojos, Señor, para mis labios.
Amo a las rosas
y a las estrellas, y a los ruiseñores;
amo del día los altos resplandores,
y en el más claro rincón del pensamiento
tengo un altar para el agua y para el viento.
Yo soy como tú me hiciste, Señor,
y tú me hiciste amar los pechos lisos
por donde el sudor escurre como un río,
y los falos erguidos
de los que brotan los surtidores del estío.
Yo soy tu imagen, Señor,
y amo en mí la imagen de tu hijo,
de tu hijo varón.
De nadie, Señor, sino de ti es la culpa
que ame yo a los efebos
de ojos como aceitunas
serpentinas que me miran
como miran las gitanas
que tienen mirada hombruna
y pestañas que saben
a sal y luna.
¡Oh Señor de los cielos!
Yo soy como tú me hiciste:
Señor, es mi martirio
y mi ventura
el amargo delirio
y la feroz ternura
que para mí elegiste.
Y porque así lo quieres,
amo yo a los mancebos
de piel de seda,
torso de rosa nocturna
y espalda color canela
que el terciopelo bifurca
en la altivez de dos dunas
de redondeada dulzura.
Muchachos de piel de yerba
con suavidad de durazno,
y humedades de cereza,
donceles de sol y espuma
de requebrada cintura
y frágil arquitectura,
gitanillos de hermosura
luminosa, torpe, obscena,
arcangelical y turbia.
Señor, tú me hiciste así.
Señor, ten piedad de mí.
Señor, ten misericordia
de esta posesión inmunda,
bella, fulgurante, sórdida,
que me ahoga y que me abruma
que me hiere y que perfuma
mi vida y mis sentidos,
que me inunda
de fuego azul, de lepra,
de vino y miel
y blanca y fresca lluvia.
Señor es mi mala y
buenaventuranza
en el hombre amar la imagen
que es el espejo y gloria de tu semejanza.
Señor, me amo a mí mismo
porque hiciste de tu cuerpo el mío.
Y porque a Él me hiciste parecido,
amo en mí a tu hijo.
Señor, te amo a ti como a mí mismo.
Señor, yo soy Narciso.
(La escena se oscurece).