La Jornada Semanal, 16 de agosto de 1998



Gabriel Santander

El actor ebrio

Gabriel Santander, excelente y desenfadado periodista cultural, entra, por la puerta del cine, al mundo incandescente de Arthur Rimbaud, ``explorador del alma y también de África''.

Un poco antes de meterse a la filmación del catastróficamente exitoso Titanic, Leonardo DiCaprio tuvo que meterse en las legendarias botas del autor de ``El barco ebrio''. La película Total Eclipse (Eclipse en el corazón, 1995) de la realizadora polaca Agnieszka Holland está centrada en la indeleble tragicomedia entre la virgen loca y el esposo infernal. El filme que retoma el incandescente mito, se refugia por los costados del amor. Paul Verlaine y Arthur Rimbaud son los cuadernos abiertos, y cerrados. Es frecuente saberse el anecdotario de memoria puesto que es casi un deporte internacional el equipo Rimbaud-Verlaine. La única sorpresa es el volver a recordar abismales personajes bajo abismales estropicios. Quizás exagera Pierre Michon cuando asegura que, después de los Evangelios, Una temporada en el infierno es la obra más glosada en la historia de la humanidad. De manera que los únicos espectadores distantes son los que caen y caerán con el anzuelo de DiCaprio. A esta película es difícil exigirle horca, fidelidad o mantequilla clandestina. No va por ahí. No obstante, proyecta una natural dignidad esta cinta producida por franceses y británicos. DiCaprio toma al personaje con la mayor ingenuidad, y no había de otra forma pues en escena el desafío es desarmante. La rabia de Rimbaud es la tensión entre el cielo y el infierno. El encimoso de Verlaine, inocente como los pájaros, es la tragedia en ajenjo. Too much para DiCaprio o para cualquier actor.

DiCaprio tiene a su favor su juventud, casi tan joven como el de Charleville, sus coincidencias físicas; el cuerpo de Rimbaud debió ser ese, como de niña, con la ropa siempre rabona. Y si la foto de Carjat no miente, DiCaprio tiene algo de esos ojos azules con algo de hueso blanco tan frescos como la blasfemia de Rimbaud. Siempre opacado, caníbal, atragantado de remordimientos y placer, Verlaine (David Thewlis); un rosario entre las garras, sin poder saber si su dulce mujercita puede competir con Arthur Rimbaud. ¡Ay, la pobre Mathilde Maute qué hizo para merecer eso! El curso de los hechos ya es en sí mismo un guión que contiene todos los elementos para cejar a cualquiera. El guionista Christopher Hampton tuvo que centrar el vértigo y dirigirlo a una historia de amor maldito.

El impacto (con todo y bala) que la experiencia de Londres y Bruselas tuvo sobre el niño inolvidable es el prólogo de Una temporada en el infierno. Quizá sea esta la pereza o error fundamental del guión, no fijar ese salto mortal que llevó a Rimbaud a este libro y luego a la más célebre dimisión en la historia de la literatura. No se puede evitar esa transición cuando se toca a Rimbaud. Se tiene que tratar de expresarlo; si no, va quedando sólo la anécdota de la intensidad que a fuerza de repetirla pierde nivel. No está mal que la historia se centre en las venturas amorosas de estos simbolistas; se trata de una película, no de un ensayo. Sin embargo la reflexión, la distancia y la desdicha que asume Rimbaud, las lágrimas que vierte en la granja de Roche, son el misterio de la verdadera alquimia. ``El reloj de la vida se ha detenido hace un instante. Ya no estoy en el mundo.''

Filme estimable y sincero, aunque no tardan en aparecer cosas insoportables. Es el caso de la cena literaria llamada Les Vilains Bonshommes, donde Jean Aicard lee sus poemas parnasianos a las mariposas y el de Charleville comienza por eructar. El más telúrico merde, es sustituido por un rapero shit, repetido por un DiCaprio malcriado al sur de California. Otra vez: Arthur Rimbaud no es James Dean. Sucede que esta mierda traducida es el más transgresor NO del siglo XIX. Aunque, a los postres, los espadazos con Carjat (Christopher Thompson) no están del todo mal. Sin embargo, lo peor de todo es el encuentro de Isabelle Rimbaud con Paul Verlaine cuando Rimbaud ya era un ángel de verdad. La hermanita suelta que Rimbaud en su agonía ¡se arrepintió! y que, además, solicitó al puntual confesor. A estas alturas seguirle a Paul Claudel la monserga del Rimbaud católico es como proponer que el Papa no hace popó. La Rimbaud sí lo aseguraba; sin embargo, el error de Agnieszka Holland es no aclararle al público la naturaleza de esta estafa.

Por otra parte, cabría agregar que Total Eclipse ha sido prácticamente destrozada casi por unanimidad por los críticos europeos y norteamericanos. Lo cual no deja de tener algo de pose. Los intocables mitos literarios deben ser retomados, aunque sea equívocamente. De otra forma no tienen condición, no están a prueba. Parece que cualquier representación contamina al mito. No es más que una película, la poesía está en otra parte.

El examen de sodomía a Paul Verlaine que le es practicado por la policía en Bruselas, cuya parca descripción es anotada por algunos biógrafos, está como debe ser (el anzuelo DiCaprio deja de convencer y algunas personas abandonan la sala cinematográfica). Dos años de cárcel y una multa de doscientos francos es lo que comenzó a pagar el autor de Ftes galantes, poeta de suyo memorable, pero que el cegador cometa Rimbaud condenó a seguir su estela. No hay exclusión ni quiebra en esta historia de amor, clandestina como sinceras serpientes en las hojas de la poesía. También digna de contarse y volverse a contar como las fábulas más antiguas. Seguramente Leonardo DiCaprio nunca supo que encarnaba al personaje más caro de la literatura, pero, siquiera por un momento, apuró la pócima del explorador del alma y también África.