La Jornada Semanal, 16 de agosto de 1998



Angel Cuadra

La literatura cubana en el exilio

Angel Cuadra nació en La Habana y emigró a EU en 1985. Es autor de La voz inevitable y Las señales y los sueños (poesía); infatigable promotor de la cultura cubana en el exilio y miembro honorario del PEN Club internacional. Su parabólica visión del legado cubano en la diáspora nos permite ver, a vuelo de pájaro, qué escriben, fuera de la isla, las nuevas generaciones.

La literatura complementa la historia. ``Cada estado social -escribió José Martí- trae su expresión a la literatura.'' En este nuevo exilio, prolongado y masivo, de los cubanos, el tema de ``lo cubano'', desde la simple nostalgia hasta el replanteamiento social y político, aparece repetidamente en los escritores exiliados.

En este largo periodo de casi cuatro décadas, varias promociones de escritores han arribado a tierra extranjera, y en diferentes momentos. Podemos dividir esas promociones en tres: la de los primeros escritores que salieron al exilio después del triunfo de la revolución y antes de 1980; la de los que salieron de Cuba en 1980, entre más de cien mil cubanos, por el puerto del Mariel, en medio de un conflicto internacional, y los posteriores a dicho acontecimiento; y, en tercer lugar, los de reciente aparición como escritores en el exilio, ya porque vinieron muy pequeños o porque han nacido en otro país, de padres cubanos.

El tema de lo cubano en la poesía del exilio se nos da simbólica y reiteradamente en la evocación del objeto isla, idealizado en su objetividad misma, y en la impresión del desarraigo como una pesadilla. En los poetas del temprano exilio, la proyección de lo cubano, en general, se ofrece dentro de dos líneas estéticas: una línea de comunicación directa y predominio de lo racional; otra línea un tanto hermética y dada a la evocación sugerente.

Pura del Prado, en su libro La otra orilla, presenta el desarraigo, pero en medio de la incertidumbre hay una sola cosa fija, que sobrevivirá al desastre y a nosotros mismos: la isla de Cuba como objeto inmutable: ``La isla estará siempre invictamente viva,/aunque faltemos./Sobrevivirá a los derrumbes históricos,/las emigraciones/y los conflictos políticos./Es bueno que así sea.../Y ojalá que se llame siempre Cuba.''

Desde otra órbita, Gladys Zaldívar se asoma al mismo objeto, pero no va a él directamente, sino que en algún rincón inesperado de un poema -otro el tema-, dice como de soslayo: ``No sé dónde he escondido mi país;/un puente de pájaros fabrico para encontrar su azul amanecido./Y sólo el viento, como un negro áspid, se levanta.''

Juana Rosa Pita retoma el tema en su poema ``Carta a mi isla'': ``Isla,/lejos de ti es la soledad concreta.../lejos de ti mi vida es la ironía/el garabato tierno de un escritor ausente.'' Y Lilliam Moro, desde España, en su poema ``Recordando a mi Isla'', expresa: ``Recordar a la Isla/es flotar en Madrid, en Londres, en Miami.../es dormir en pensiones alquiladas,/es tener mucho miedo.''

Entre los muchos poetas que podemos citar de este temprano exilio, se destacan Eugenio Florit, Ana Rosa Núñez, Luis Mario, Rita Geada, José Kozer, Vicente Echerri, José Mario, Félix Cruz çlvarez, Heberto Padilla, Luis çngel Casas, Mercedes García Tudurí, Iván Portela y otros.

En 1980 se produjo el éxodo masivo de cubanos por el puerto del Mariel hacia Estados Unidos. A veinte años del triunfo de la revolución, mucho había cambiado en la Isla. Los escritores y artistas que llegaron por aquella vía al exilio (y los que los siguieron en el tiempo) traen características estéticas (y, en casos, perspectivas y valoraciones) que diferían un tanto de los anteriores exiliados y también de sus coetáneos que habían venido al exilio muy pequeños o nacieron principalmente en los Estados Unidos, de familias cubanas, a los que se ha dado en llamar cuban-americans. En cuanto a lo que entendemos por ``identidad'', estos últimos han tenido que hallarla como una opción. A los poetas llegados por el Mariel (y subsiguientes) la identidad se les impone, incluso, a su pesar. Traen, además, las vivencias de su existir en la Cuba reciente, de la evolución de aquella sociedad.

Andrés Reynaldo, poseedor de un estilo coloquial lacio, que se puso en boga en la poesía cubana desde mediados o finales del '60, plantea la experiencia de su generación formada dentro de la sociedad comunista, ante la opción de marcharse o quedarse en el país. Dilema real y torturante de tantos cubanos; y si uno se ha situado ya en esa disyuntiva, entonces: ``Mejor será que te borres de ese mapa/ y embarques/en el próximo vuelo.''

Para Roberto Valero su evocación de la Isla no es sólo como objeto vislumbrado desde afuera, sino en las vivencias que de allá trajo, y que a muchos golpea. En su poema ``En cadenas vivir es morir'' (parodiando un verso del himno nacional cubano), Valero da una respuesta al verso de Pablo Neruda, ``Os voy a contar lo que me pasa'', y argumenta: ``Lo que pasa, y no debo decirlo.../es no confiar en América Latina,/ni en gringos, mucho menos en rusos o alemanes,/no hay salida, amigo, Alí Babá está al mando.../Por tanto, distinguidos lectores y periodistas,/no me pregunten nada, vivan en la isla veinte años,/sean perfectas momias voluntarias/y después conversamos.''

En Rafael Bordao, también salido vía Mariel y radicado en Nueva York, como en poetas cubanos del exilio, asoma, como temática del poema exiliado, la sensación del desarraigo como una pesadilla.

Entre otros poetas salidos por el Mariel, y subsiguientes fechas, podemos citar a Reinaldo García Ramos, Esteban Luis Cárdenas, Jesús Barquet, Carlos Díaz Barrios, Néstor Díaz de Villegas, José Abreu Felipe y otros que no eran contemporáneos en edad, como René Araiza y Carlos Casanova.

La tercera promoción de los cuban-americans, que ya antes citamos, la constituyen poetas, por lo general, más jóvenes que los anteriores. Están insertados en dos historias: la de Estados Unidos y la de Cuba transmitida por su familia. Algunos de ellos escriben sólo en inglés; otros se expresan en ambos idiomas indistintamente o los mezclan en sus obras. Editaron una recopilación titulada Cuban American Writers, donde se autocalifican como ``los atrevidos''. Si existe en ellos un conflicto como tal, es el de la identidad. El tema de lo cubano, el flujo de la nostalgia en ellos es un sentimiento distinto: es una experiencia referida, legada por vía familiar. Paradójica añoranza de lo desconocido.

Eso aparece en Carolina Hospital, expresado en su poema ``Dear Tía'': ``The years have frightened me away.../The pain comes not from nostalgia.../I write because I cannot remember at all.''

Gustavo Pérez Firmat sintetiza en sus poemas esa heterogeneidad contradictoria y peculiar de la identidad cuestionable: ``Soy un ajiaco de contradicciones./I have mixed feelings about everything [...] Soy un ajiaco de contradicciones,/un potaje de paradojas,/a little square from Rubik's Cuba/que nadie acoplará.'' Y en otro poema: ``Digo (me digo) que tanta vuelta/acabará por aplastarnos./Que no es posible residir (agrio) aquí/vivir (agrio) allá.'' Y, en una afirmación de su identidad, concluye: ``Y sin embargo reclamo un turno y una voz/en nuestra historia.''

Ricardo Pau Llosa escribe en inglés. Llegó de seis años al exilio, publicó recientemente un libro de poemas titulado Cuba. Cada poema se refiere a un lugar de la isla, al que canta y no conoció. Es la visión poética objetiva de una realidad ausente injertada en él.

La novela cubana en el exilio

Del que hemos llamado temprano exilio (al de las dos primeras décadas más o menos) salieron algunos de quienes podemos considerar entre los ya entonces consagrados de la narrativa cubana. He ahí los casos de Lino Novas Calvo y Lidia Cabrera, en el cuento; Carlos Montenegro y Enrique Labrador Ruiz, en el cuento y la novela.

Lino Novas Calvo, de amplia y reconocida obra cuentística, y Lidia Cabrera, extraordinaria expositora de las tradiciones sincréticas religiosas en Cuba. Carlos Montenegro, a quien algunos encuentran puntos de contacto con el realismo de Hemingway. Enrique Labrador Ruiz, considerado un significativo innovador de la narrativa latinoamericana. En los tramos finales de sus vidas de escritores continúan su obra literaria con el nuevo incentivo que les impone el exilio. Y es que ``un exiliado -escribió C. Virgil Gheorghiu- es un hombre que vive a flor de piel, como si alguien lo hubiera desollado''. Labrador Ruiz, que traía en su haber novelístico la serie de sus ``novelas gaseiformes'' y ``novelines neblinosos'', en el destierro inicia una trilogía de ``novelas cudiformes'', en las que, al decir del autor, ``va a aparecer la visión de un pueblo en éxodo, parte de una Cuba que sigue siendo Cuba''. Así pues, el tema de lo cubano asoma con nuevas perspectivas entre los contenidos de la novela del exilio.

Guillermo Cabrera Infante es uno de los nombres más sobresalientes, quien desde la nostalgia y el recuerdo recrea la realidad cubana, como vemos en Vista del amanecer en el trópico y La Habana para un infante difunto. Su producción posterior alcanza niveles notables en la novelística cubana e hispanoamericana.

Hilda Perera refleja esa constante preocupación política de los narradores del exilio en ``El sitio de nadie'' (la catástrofe de la familia cubana bajo el régimen castrocomunista) y en ``Plantado'' (los horrores del presidio político cubano). También en Severo Sarduy, nostalgia y embate político están envueltos, como en la parodia de una canción popular cubana, en su novela De dónde son los cantantes. Entre lo humorístico y lo barroco, surge delicioso y doliente el tema de lo cubano. En la novela de Reinaldo Arenas, un lazo de fuerza tangible crea una sólida relación con Cuba, odio-amor, que persigue al creador y a sus lectores más allá de las nacionalidades. Así en sus novelas El color del verano y Antes que anochezca.

Josefina Leiva, en Los balseros de la libertad, recoge la angustiosa aventura de los miles de cubanos que huyen de Cuba por la costa, en busca de la libertad y bajo el signo de la muerte. Matías Montes Huidobro, en Esa fuente de dolor, vuelve a los años '50 en Cuba, en lo que califica el autor de ``visión desmitificadora de La Habana y un realismo distorsionado''. José A. Albertini, en una visión sugerente, recrea el tema de lo cubano en novelas como A orillas del paraíso y Tierra de extraños.

En los novelistas del exilio más reciente, posterior a 1980, se aprecia -como señala Reinaldo Arenas- ``el tema del desarraigo, el de la desilusión y el desamparo''. Así en Carlos Díaz Barrios (El jardín de invierno), Miguel Correa (Al norte del infierno), Reinaldo Bragado (Estación equivocada), Carlos Victoria (Fuente a la oscuridad, que obtuvo el Premio Letras de Oro).

En los más jóvenes aparece, a saltos, una especie de visión infernal, de marginación y crisis de valores, de vacío, desesperanza y sexo, vivencias que les tocó sufrir en Cuba y que aparecen en novelas como Amar en infierno, de José Rivero, La nada cotidiana, de Zoé Valdés y El hombre, la hembra y el hambre, de Daína Chaviano.

El cuadro general se completa con los casos curiosos de los llamados cuban-americans, formados en los Estados Unidos, de origen cubano. Margarita Engle, quien llegó muy pequeña a Nueva York, en su novela escrita en inglés Singing to Cuba, presenta un personaje (en el que está ella reflejada) que regresa a Cuba, que desconoce de hecho, y visita lugares donde tuvo lugar la lucha guerrillera frente al gobierno actual, reviviendo aquellos sucesos y el desalojo de los campesinos reconcentrados después en los llamados ``pueblos cautivos''. Su otra novela, Sky Writing, es de nuevo el regreso a la Isla en busca de un hermano, y se encuentra el dramático hecho de que éste se ha echado al mar en balsa, en busca de ella.

Gustavo Pérez Firmat publicó recientemente la novela Next year in Cuba, en inglés, y una versión posterior al español, que recoge ese anhelo que surge periódicamente y vuelve a hundirse en el desaliento en los cubanos del exilio.

Carolina García Aguilera escribe novelas de género policiaco, en donde crea un personaje femenino, Lupe Solano, una cubana exiliada, que es detective en Miami.

Finalmente, es de resaltar que esta narrativa ha sido galardonada con importantes premios internacionales: Zoé Valdés (Premio Planeta), Eliseo Alberto (Premio Alfaguara), Matías Montes Huidobro (Premio Café Gijón), Daína Chaviano (Premio Azorín) y Guillermo Cabrera Infante (Premio Cervantes).

La cuentística cubana en el exilio

Uno de los rasgos fundamentales de la cuentística cubana en el exilio -al menos la de las primeras etapas que hemos denominado temprano exilio- ha sido su virtual condición de literatura comprometida en la mejor acepción del término.

También en este género persiste el tema de lo cubano. Los primeros cuentos eran contundentes denuncias políticas presentadas en formas de ficción y reflejaban las experiencias de la lucha contra el castrismo en unos casos, y el horror de la cárcel en otros.

Con el tiempo, la temática de los cuentos fue cambiando y aparecieron narraciones que intentaban reflejar la realidad del exilio en sus distintas facetas: las frustraciones iniciales, el proceso de adaptación y finalmente la asimilación. (Este cambio, aunque introduce elementos más universales en las obras, no logra que desaparezca la angustia del desarraigo: lo que hace es transformarla.) Aunque los escritores triunfan en otras profesiones, siguen pensando en Cuba.

Entonces llega la etapa de la nostalgia. Se multiplican los cuentos de reminiscencias personales, en los que sus autores tratan de rescatar del olvido una nación que ya no existe. Los años lejos de la patria no hacen sino exacerbar los recuerdos de un pasado mejor, y se hipertrofia la historia de la Cuba prerrevolucionaria. Algunos son verdaderas piezas antológicas.

Los cuentistas cubanos del exilio han tenido que desarrollar su obra en muy difíciles circunstancias. Sin embargo, la producción literaria en el exilio se multiplica por años. Solamente en la antología Narrativas y Libertad (Cuentos cubanos de la diáspora), editada por Julio E. Hernández-Miyares en 1996, se recogen más de doscientos cuentos de un número igual de escritores, entre los que aparecen Luis Aguilar León, Armando çlvarez Bravo, Juan Arcocha, Reinaldo Arenas, Alberto Baeza Flores, Antonio Benítez Rojo, Lydia Cabrera, Guillermo Cabrera Infante, Eugenio Florit, Enrique Labrador Ruiz, Carlos Montenegro, Carlos Alberto Montaner, Matías Montes Huidobro, Lino Novas Calvo y Severo Sarduy, por sólo citar los más conocidos.

En una segunda etapa del exilio, iniciada con el éxodo súbito y masivo de 1980, conocida como del Mariel, una nueva promoción de narradores ha marchado al extranjero. Salvo contadas excepciones, aún no habían publicado en Cuba por la marginación cultural y social en que vivían, situación que refiere Luis de la Paz, uno de los más jóvenes entonces, con estas palabras: ``Formábamos parte de un grupo que se resistía de una manera furiosa a someterse al ambiente cultural imperante en la Isla. `Cultura' en la que no había espacio para otra cosa que no fueran las cantatas al régimen, o el tan tristemente célebre realismo socialista.''

En el exilio fundan la revista Mariel. Y, en las obras que van dando a conocer, vemos que se repite el mismo ciclo de los narradores que los anteceden en este largo camino.

Como narradores abordan la novela y el cuento. En este último género cabe citar, entre otros, a Carlos Victoria (``Las sombras de la playa''), Reinaldo Arenas (una vasta obra narrativa) y Luis de la Paz (``Un verano incesante'').

Pero el ingreso de los cubanos al exilio no se detiene. Nuevos escritores han seguido engrosando sus filas. La última hornada de narradores, que algunos críticos llaman ya la Generación de los '90, manifiesta, al igual que las que preceden, la necesidad de recrear la Isla en el destierro, sólo que ahora no hay una visión nostálgica que, como en los del temprano exilio, trate de rescatar del olvido a una nación perdida e idealizada, y recrear la historia de tiempos idos. Esta literatura refleja de manera cruda, a veces cínica, el caos y la miseria de la utopía en su versión infernal, por tanto, sin espacio para el heroísmo, y a través de un lenguaje que resulta restallante. Sus personajes suelen ser marginados que habitan por su cuenta y riesgo en los intersticios del totalitarismo caribeño. Porque ese es el nuevo tipo de marginación de que fueron objeto en Cuba, desplazados sociales y económicos, empujados, a veces, hacia la frontera de la delincuencia para el cotidiano sobrevivir, al que en Cuba llaman ``resolver''.

De este grupo se destacan en el cuento José Rivero (``El día de San Juan'' y ``Cuentos de Camarico''), Rodolfo Martínez (``Contrastes''), Armando de Armas (``Mala jugada'') y Daína Chaviano (``El abrevadero de los dinosaurios'').

El teatro cubano en el exilio

La existencia de un movimiento teatral cubano en el exilio es una consecuencia del devenir histórico que no se podía predecir con anterioridad a 1959. En este sentido, forma parte de todo el bloque literario que dentro de poco contará con medio siglo de existencia.

Para que el movimiento teatral se desarrolle es imprescindible la contribución del dramaturgo como portavoz básico sobre el cual se levanta la estructura escénica. A la nómina inicial de dramaturgos que tienen una obra ya formada para 1959, y que es presidida por José Cid y Luis A. Baralt, se une Ramón Ferreira, uno de los dramaturgos más importantes en Cuba de fines de la década de los cincuenta, cuya producción dramática queda interrumpida, como ocurrirá con Fermín Borges y Manuel Reguera Saumell, que saldrán de Cuba años después. Otros dramaturgos que han empezado a desarrollar su obra en Cuba, como Leopoldo Hernández, comienzan a exiliarse, seguidos de Matías Montes Huidobro, cuya producción dramática está en pleno apogeo entre 1959 y 1961, fecha en que sale de Cuba. En la dirección de la estética del absurdo y del teatro de la crueldad, también aparecen representados Julio Matas y, aunque con corta producción, Orlando Rossardi; después, José Triana, radicado en París, que llega al exilio con el prestigio internacional que le dio su obra La noche de los asesinos. Además, debe mencionarse a Eduardo Manet, exiliado en Francia. René Ariza se une a esta promoción, cuyo aporte consiste en un desgarramiento personal que tiene su origen en la persecución política a la que fue sometido en Cuba, con la cárcel incluso, no obstante que había obtenido un premio nacional con su obra La vuelta a la manzana.

Raúl de Cárdenas, que a principios de los sesenta escribió en Cuba una pieza clave en la escena cubana, La palangana, en el exilio sigue trabajando intensamente dentro del canon de la dramaturgia realista, y produce y estrena un buen número de obras en Miami y Los Ángeles. Obras de buena comedia, en las que recrea la vida de la sociedad cubana prerrevolucionaria, como en Las Carbonell de la calle Obispo, por ejemplo.

Además de esta dirección, estrechamente vinculada con la experiencia, la dramaturgia cubana en el exterior se va a nutrir con aportaciones diversas de dramaturgos que desarrollan su obra en el extranjero, pero con la vista fija en Cuba. Una lista incompleta con esta preocupación por las dos orillas, la de Cuba y la del exilio, incluiría a Manuel Martín Jr., con Sanguivin en Union City, René Alomá, con Alguna cosita que alivie el sufrir, Pedro Monge Rafuls, con Nadie se va del todo, Héctor Santiago, con Balada de un verano en La Habana, y Grisel Pujalá, Lilliam Vega y Sandra González, con Desde la orilla. A partir del éxodo del Mariel, en 1980, llegan al exilio nuevas aportaciones teatrales, como los textos de Reinaldo Arenas y de otros dramaturgos más jóvenes.

En el teatro del exilio asoma con frecuencia el conflicto político. Esto es inevitable puesto que el exilio es una actitud política. Dentro de los variados aspectos de este tema, la tensión dramática se contrapone en el conflicto familiar: la familia cubana dividida por la pasión y la militancia políticas de uno y otro bando. Con el tiempo, la necesidad nostálgica filial, o el azar, motivan el reencuentro de hermanos y parientes de las dos orillas, produciéndose inculpaciones mutuas que hacen indesatable el nudo dramático. Con distintas variantes esto se da en las obras antes citadas.

En el área de Nueva York se desarrolló un grupo de dramaturgos de raigambre muy cubana: Iván Acosta, cuyo teatro fluctúa entre el realismo y el absurdo; José Corrales, que escapa a toda clasificación; Dolores Prida, con un teatro intercultural de mucho interés. Este movimiento neoyorquino lo preside, en parte pero no en todo, María Irene Fornés, que escribe casi todo su teatro en inglés. Marginación y temática gay caracterizan la producción de otros dramaturgos, entre ellos Manuel Pereiras García y Renaldo Ferradas.

* En colaboración con Octavio R. Costa, Matías Montes Huidobro, Ana Rosa Núñez, Enrique Encinosa, Manuel C. Díaz, Luis de la Paz y Armando de Armas. Miembros del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio.