MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Dos mundos
Marina toma una hoja de periódico, la pone bajo el chorro del agua y con el papel frota el espejo. Sus movimientos se hacen menos enérgicos conforme el reflejo de su imagen se vuelve más nítido. Sonríe y de sus labios sale un murmullo: ``Bendita televisión''. Como si el espejo fuera una cámara fotográfica activada para detener sus reacciones, Marina gesticula: abre la boca, aprieta los dientes, sube las cejas, entrecierra los ojos y enseguida los abre inmensos. ``¡Ay, Dios santo, ya parezco loca!''
Hace una pausa, se acerca al espejo y le pregunta a su imagen: ``¿parezco o estoy?''
Antes de que pueda responderse la asalta el recuerdo de su madrina Leonor: murió demente. La adolescencia de Marina estuvo ensombrecida por el miedo de que alguien tan próximo, además de heredarle su misal y sus aretes de filigrana, le hubiera legado su locura. El médico al que consultaron los padres de Marina fue explícito: ``imposible. No era de tu misma sangre''. Gracias a eso Marina olvidó sus temores. Reaparecieron cuando tomó la decisión de darse. ``¿Estaré loca?'' Rechazó la posibilidad pero reconoció que con los años se volvió olvidadiza.
Una semana después, cuando una empleada del banco de órganos la interrogó telefónicamente, Marina consideró necesario hablarle de sus olvidos. La respuesta fue tranquilizadora: ``ese no es impedimento, porque no se trata de una enfermedad transmisible. Usted puede seguir adelante con su proyecto de convertirse en donadora altruista''.
Marina se entrevistó con una doctora. Cuando al fin obtuvo su Cre-Do, guardó la credencial en una mica y la prendió con un seguro en el forro de su única bolsa. ``La guardo así porque no quiero perderla.'' Luego hizo una pequeña consulta: ``¿cree usted que sean buenos los ejercicios de memoria?'' La doctora levantó las cejas desconcertada. Entonces Marina le reveló su método para fortalecer sus recuerdos: ``desde que noté que se me olvidaban las cosas, a cada rato me hago preguntas: ¿en qué año murieron tus padres? ¿De qué lado de los labios estaba la cicatriz de Darío? ¿Dónde guardas tu acta de nacimiento? Esa también voy a necesitarla. Es el recibo que uno entrega cuando tiene que devolver el equipo''.
A partir de que Marina recibió su credencial de donadora altruista, se siente dividida entre la responsabilidad de no perder su identificación y el ansia de imaginarse a la mujer que la encontrará. Nunca ha pensado que podría tratarse de un hombre: en los videos y fotos de accidentes o crímenes siempre son mujeres las que encienden veladoras y cubren el rostro del cadáver.
Marina no descarta que así termine su existencia. Se pregunta cómo se alterará el gesto de la desconocida cuando hurgue en su bolsa y lea en su Cre-Do su nombre, su domicilio, su edad y la lista de órganos que está dispuesta a donar a partir de que se le detecte muerte cerebral.
Desde el momento en que Marina decidió convertirse en donadora ve con menos temor la cercanía de la muerte; es más, siente que la vence y le escatima algo de lo que nació para ser suyo. Evitarles a su corazón, sus córneas, su hígado y sus riñones el destino fatal la llena de un sentimiento de poder.
Se asemeja al que experimenta desde que murió Darío hace ya tantos años. La familia recomendó que lo olvidara. Su madre le hizo jurarle que encontraría otro hombre. Para tranquilizarla, Marina fingió acceder, pero guardó en su cuerpo, siempre vivo y lejano de la muerte, el recuerdo de Darío. Está presente en sus ejercicios de memoria -``¿de qué lado de los labios tenía la cicatriz?''- y sigue consultándolo cuando está a punto de tomar una decisión importante. Dialogó muchas veces con él antes de convertirse en donadora de órganos. Lo convenció pensando que si algo de ella seguía con vida, lo mismo sucedería con Darío.
Hay noches en que Marina es presa del temor. Los latidos de su corazón la aturden y le recuerdan que en cualquier momento podría paralizarse sin que nadie se diera cuenta a tiempo para encontrar su Cre-Do y llamar al banco de órganos. En tal caso todo habrá sido inútil y, peor aún, Darío morirá para siempre.
La idea de que él pueda desvanecerse por completo le devuelve a Marina la voluntad de impedirlo. Reanuda entonces su ejercicio de memoria. Comienza por la pregunta que durante más de cuarenta años le ha permitido reconstruir a Darío: ``¿de qué lado de la boca tenía una cicatriz?'' Del izquierdo. La última vez que se encontraron, antes de que él decidiera atravesar los desiertos del norte, ella la acarició con su índice, no para borrarla sino para imprimírsela en los dedos como un tatuaje.
``¿Dónde conocí a Darío?'' Marina se echa para atrás y apoya en la almohada la cabeza. Allí, en una especie de nicho, están el año, la fecha, el lugar, la hora, la lluvia, el vestido que llevaba y la voz de Darío preguntándole si por allí pasaba el camión rumbo a Cuautitlán. Después él le confesó que había sido un pretexto para abordarla y que llevaba muchos meses mirándola desde atrás del mostrador.
``¿Cuál era el nombre de la tienda donde trabajaba Darío?'' Ultramarinos Dos mundos. Mientras esperaba la llegada del ``Cuautitlán-Tepozotlán'', y sin imaginarse que era observada, Marina se entretenía leyendo las etiquetas de latas y botellas de importación. Saber que venían de sitios lejanos acentuaba su curiosidad de mundo. Nunca la satisfizo. Darío, en cambio, pereció en el intento.
``¿En qué ciudades de Estados Unidos estuvo Darío?'' Marina apenas tiene fuerzas para responderse: en ninguna. Murió en el desierto, en la tentativa de realizar el sueño que les permitiría casarse y tener hijos. Cuando recibió la mala noticia, imaginó arenas amarillas y sintió que a ella también la calcinaba un sol feroz.
``¿Dónde se encuentra enterrado Darío?'' En ninguna parte, porque él está vivo en su corazón. Esa frase tantas veces repetida le devuelve a Marina la conciencia de la responsabilidad que se impuso desde que el médico le advirtió: ``usted está bien para su edad, pero es mi deber decirle que con las personas mayores nunca se sabe. El día menos pensado se presenta una enfermedad mortal y nuestro ciclo queda cumplido''.
Entonces pensó en ella misma, ocultando tras una expresión resignada y falsas promesas, su voluntad de permanecer fiel al recuerdo de Darío. ``¿De qué lado de los labios estaba su cicatriz?'' Marina sintió pena de imaginar que cuando ella muriera no habría nadie para recordarlo. La idea la agobió hasta la noche en que encendió la televisión y escuchó a una mujer: ``gracias a que me he convertido en donadora de órganos, sé que hay vida después de la muerte. Para mayores informes...''
Marina anotó el número. Pidió datos, aceptó someterse a un examen médico, cubrir los trámites y al fin recibió su credencial de donadora altruista. Desde que posee su Cre-Do Marina se siente dueña de otras vidas. La consuela pensar que su hígado funcionará en un cuerpo mientras que sus riñones trabajan en otro. Lo que más la entusiasma es saber que sus córneas observarán el mundo desde otra perspectiva y otra vida.
El destino de su corazón la inquieta de una manera particular.
Le gustaría que alentara en el cuerpo de una mujer que espere en cierta esquina el Cuautitlán-Tepozotlán mientras un hombre la contempla tras un mostrador. ``¿De qué lado de la boca tenía la cicatriz?''