Bárbara Jacobs
Encontrar el tesoro

A Natacha Henríquez Ureña, in memoriam

Me gustó empezar estas páginas con la cita de uno de los personajes de Pirandello: ``No sufro por mí, ni por ti -dice-; sufro porque la vida es lo que es''. Pero me pregunté si yo sería capaz de sustentar una frase tan des-equis como ésta, y temí que no. De modo que seguí en busca de qué decir exactamente de Pirandello que no fuera igual a lo que todo el mundo hubiera dicho ya de él, deslumbrados, impactados, desconcertados. Con deseos de ser influidos por Pirandello, diría yo, por lo menos en su atrevimiento de representar la verdadera realidad que, tampoco es novedad decirlo, tiene mucho de fantasmagórica.

¿Qué es fantasmagórico? El otro día pedí a un niño pequeño que me ayudara a encontrar una vela cuya flama, al encenderla, sería infinita. ``¿Infinita? ¿Qué es infinita?'' ¿No es más interesante preguntarnos qué imaginaría él que era, que contestarle lo que creemos nosotros que es? Dices fantasma-equis y, como Max Frisch, sentado en una banca en los jardines de Versalles, ves ``un ambiente lleno de conversaciones entre fantasmas distinguidos que no necesitan un compañero más con quién hablar''. Pues todo se ha dicho ya de París, anota Frish en su Diario, ``escribiré sobre mí mismo''. Empujado por el exterior a retraerse a su interior, conocido versus desconocido, dedica cinco páginas y media a lo que titula ``Autobiografía''.

El teatro lo impresionó antes de que supiera que no todo el teatro era irreal, o cosa del pasado. Después de ver a Schiller, admite: ``Me confundió enormemente la primera obra de teatro que vi en la que los personajes aparecían en escena vestidos con ropa de todos los días'', lo que lo llevó a la conclusión de que, ``aun en nuestra época'' era posible escribir teatro, es decir, también el presente se presta a la irrealidad.

¿Qué es el teatro? No sé, diría Lillian Hellman; como contesta a una pregunta de Lewis Funke: ``Lo más probable es que termine por contestar todas las preguntas diciendo no sé, que me he dado cuenta es la manera en la que enseño''. Pero cuando se lanzó a la búsqueda de la forma que le sentara mejor para escribir, deseosa de aprender, siguió el consejo de Hammett de basarse en algo que ya hubiera sido hecho, para no tener que recurrir en un principio a uno mismo Y su primera obra de teatro, La hora de los niños, está basada en un caso jurídico real. Sí, diría Hellman; pero lo hice mío.

Ella distingue claramente la diferencia entre hacer tuyo algo, o meramente copiarlo. Quevedo hace al padre dar a su hijo Buscón Don Pablos este consejo: ``El que no hurta en el mundo, no vive'', pero no es más fácil de entender y de hacer propio que la cita que Lillian Hellman atribuye a T. S. Eliot: ``Los buenos escritores roban; los malos, piden prestado'', por más que ella se explique ``robar'' como equivalente a ``hacerlo tuyo''.

``No tienes a qué recurrir sino a ti mismo'', señala Hellman. Pero, ¿es así? O, si no, ¿para qué tienes una memoria selectiva, de lecturas, de experiencias, de lo que la gente te ha contado? Almacenas y, a la hora de escribir, te sorprendes de la oportunidad de tus recuerdos, de la fantasma-equis manera en que se asociaron específicamente unos, con determinados otros. ¿Basarse en algo existente para arrancar, pero, en el proceso de ``hacerlo tuyo'', transformarlo completamente?

Si con el dinero que te robé me compro unos zapatos, ¿el dinero que te robé se vuelve mío, porque lo transformé completamente? ¡Por favor! ¡Comprendámonos! Cómo, cuando Pirandello hace que los personajes de su fantasía expresen ``con su viva pasión atormentada las que durante años han sido las cuitas de mi espíritu'', a saber: ``El engaño de la comprensión recíproca basado irremediablemente en la vacía abstracción de las palabras; la personalidad múltiple de cada uno de nosotros conforme a los seres posibles que se esconden en todos''. Lo que es lo mismo que decir que es muy difícil comunicarse, porque es muy difícil decir la verdad, porque es muy difícil saber en qué consiste la verdad.

¿La vida dentro de la vida? ¿La representación de fantasmas por medio de ilusión óptica? ¿Y cuando la cosa se carga y pesa más de lo imaginable? Abres la puerta y, en vez de definir al niño el término, lo ayudas a rascar la tierra para encontrar el tesoro, es decir, la verdad. ¿En el teatro? En la vida, representable. Lillian Hellman busca la verdad de la gente o de las situaciones que quiere representar, ``puede no ser la verdad de alguien, sino sólo lo que a mí me pareció que lo era'', o que podía serlo.

De hecho, Max Frisch dudó tanto de él mismo como escritor que, cuando quemó sus primeros diarios, sus primeros dramas, sus primeros intentos de novela, se sintió aliviado; sí, tras más de un par de viajes al bosque, porque la cantidad de escritos era grande. ``Aliviado; sí; pero también vacío''. ¿Puede uno deshacerse de sí mismo en un día de lluvia, en un bosque, intentando inmolarse aun con cien cerillos? ¿O todo queda ahí, y por eso haces tuya la conclusión de Pirandello: No sufro por mí, ni por ti; sufro porque la vida es lo que es?