Igor Stravinsky en sus memorias, refiriéndose a la inminente puesta en escena de La consagración de la primavera, escribe: ``la idea de trabajar con Nijinsky me turbaba, pese a nuestra buena camaradería y mi gran admiración por su talento de bailarín y de mimo. Su ignorancia en las más elementales nociones de música era flagrante''. Hasta aquí la cita de don Igor que servirá para establecer los parámetros de desastre que espera a cada país del mundo con la llegada del nuevo milenio.
Stravinsky, en su calidad de creador de la obra, podía remontar cualquier imprevisto del montaje; en cambio Nijinsky, que estaba súbitamente transformándose de bailarín a coreógrafo, quince minutos antes del estreno, necesitaba una cantidad descomunal de ensayos y otra cantidad descomunal de buena fortuna para salir airoso.
En México las novedades tecnológicas han tenido que lidiarse, casi siempre, en plan Nijinsky. Los Stravinsky del primer mundo van dirigiendo la orquesta de los chips y el internet según su ritmo y sus necesidades, mientras que los Nijinsky tenemos que ir adecuándonos al avance, a partir de esa desastrosa perspectiva en refrán que dice: ``como Dios nos da a entender''.
El fax nos llegó cuando las líneas telefónicas no eran todavía capaces de transmitir una llamada local estandard con decencia; la tarea de mandar un texto por esta vía sigue siendo una puesta en escena tan compleja como La consagración de la primavera: hay que mandarlo, hablar para preguntar si llegó completo, dictarle al colega que está del otro lado aquellos renglones que se encimaron, se corrieron o de plano desaparecieron, y algunas veces, muchas, hay que volverlo a mandar. Con internet suceden cosas similares; es necesario hablar para confirmar que llegó el texto completo, con signos ortográficos y con eñes; esto es en el caso de que pueda enviarse porque con frecuencia las líneas telefónicas están saturadas o el servidor está fuera de servicio y entonces hay que faxear el texto, o mandarlo por DHL o llevarlo personalmente en taxi. Y ya en el ámbito de la existencia en general no es tan raro que un cajero automático nos dé cien pesos de menos, un sábado en la tarde y que luego de treintiseis horas de telefonazos infructuosos abracemos la decisión sabia de perder los cien pesos y ganar un poco de la salud que nos costó la persecución del billete perdido. O este hermoso caso real que ilustra las peculiaridades de la tecnología en plan Nijinsky: sin necesidad de inscribirme en la compañía telefónica Avantel un buen día quedé inscrito. El primer recibo, que llegó casi nueve meses después, era una cuenta de varios miles de pesos sin más especificaciones que la pura cifra. Hice media docena de llamadas pidiendo el desglose de mi cuenta. Hasta hoy nunca me han sabido decir por qué debo tanto dinero. Un año después de mi inscripción espontánea en Avantel apareció en mi puerta un emisario de Telmex con un libro de Jaime Sabines y una sonrisota que sólo se interrumpía para decirme que su compañía telefónica me premiaba con la poesía del maestro por ser un cliente cumplido. Una semana después del emisario llegó un recibo de Telmex con otra cuenta de llamadas de larga distancia. Habrá que consultar con un Stravinsky para que nos explique los detalles de este tango time, no apto para Nijinskys.
La llegada del año dos mil nos tiene preparado un espectáculo del tamaño de El pájaro de fuego: el tiempo interior de las computadoras (que corresponde rigurosamente al tiempo exterior) está programado con dos dígitos, 98, por ejemplo, quiere decir 1998. El tutti orquestal de Stravinsky sonará a las cero horas del año 2000: las computadoras y todo aquello que gobiernan tendrán el año 00, que año será el 2000 sino el 1900. En el mundo de los Stravinsky se están tomando precauciones hace tiempo, en el de los Nijinsky pasaremos de bailarines a coreógrafos quince minutos antes del estreno, acompañados de estas probables consecuencias: computadoras y faxes fuera de combate, tarjetas de crédito vencidas, sueldos atrasados que deben pagarse a personas que técnicamente no han nacido, cuentas de Avantel y de Telmex por una conversación que duró (ay Dios) cien años, y detalles por el estilo.
Quizá, con la revolución que podría desatarse en el registro civil, tengamos la oportunidad de cumplir ese viejo sueño de ser nuestro hijo, nuestro padre y nuestro abuelo al mismo tiempo. En cualquier caso, pidámosle a Petrushka que nos ampare.